Castillos en el aire
Los asuntos cruciales para la ansiada estabilidad política quedan en las peligrosas manos de la ficción y la dependencia emocional
ESPAÑA, incluida Cataluña de momento, funciona por inercia. Lo lleva haciendo mucho tiempo, es verdad, pero ahora se nota más porque las emociones han contaminado de tal manera el escenario que ponen en peligro la esencia de la razón. Ocurre en ese Parlament
donde el deseo de blandir la seña del fervor patriótico bloquea posiblemente hasta el hastío una solución decorosa, a caballo entre las sacudidas insaciables de las terminales del Estado y el egocentrismo impenitente de Carles Puigdemont. En el Congreso, un sonrojante debate sobre la prisión permanente revisable -sinónimo pedante de la cadena perpetua- radiografía una sumisión absoluta del interés partidista en favor del dolor de las víctimas, a un paso de ser convertidas en moneda de cambio mediático. Y en las calles, el pulso cada vez más caliente de los pensionistas de la Transición que comprometen al límite con sus populosas concentraciones la credibilidad de Mariano Rajoy, justo cuando ya se otea el horizonte de las próximas elecciones locales. La viva imagen de la estabilidad imposible.
También hay espacio para la ficción. Lo demuestra el presidente del Gobierno al espolvorear
la quijotesca idea de que aún le será posible sacar adelante los Presupuestos en medio de la adversidad, como si al imaginarse semejante sueño considerara un hábito democrático mantener la aplicación del artículo 155 sobre la autonomía catalana. Todo un castillo en el aire que continuará con nuevas entregas en las próximas semanas y que obliga al PNV a
encarar una ingente tarea para explicar hasta la saciedad que ante semejante panorama la
negociación es imposible. Pero Rajoy se ha agarrado definitivamente al clavo ardiendo de los Presupuestos como si fuera la carta determinante para ganarse el oxígeno suficiente que
le permita superar, fuera pero también en varios sectores de su partido, uno de los momentos de críticas más ácidas hacia la conveniencia de su continuidad. Esta vez corre serio riesgo de quemarse más de una falange.
La emotividad ha adquirido tal magnitud que nadie se atreve a proclamar en la plaza pública
que la mejora de las pensiones es inasumible económicamente con el actual sistema y que, además, Europa nunca lo consentirá. La política resultadista hace imposible el diálogo sosegado sobre el imprescindible mantenimiento con visión de futuro del Estado de
Bienestar. La bola de nieve de la indignación se ha ensanchado tanto que no hay vuelta atrás. Es el tiempo de ajustar las cuentas por tantos años de angustiosas estrecheces y es entonces cuando hay margen también para la demagogia descomprometida, el discurso populista del rédito inmediato en tertulias y redes sociales y, por supuesto, de las afrentas bochornosas de Fátima Báñez con sus cartas insultantes y de la hierática respuesta de Rajoy ante un clamor que puede acercar al PP a las cotas más altas de rechazo. No es momento de propuestas sensatas por el riesgo electoral que provocan, como quedó demostrado en el insustancial pleno monográfico del pasado miércoles. A estas alturas de la
pirámide vegetativa, con unos sueldos mancillados por la reforma laboral y una hucha desahuciada por la crisis que todo lo justifica, los partidos conocen el calado de la temible enfermedad pero nadie se atreverá a recetar el severo tratamiento que necesita. Siempre les quedará el refugio acomodaticio de reunirse en torno al Pacto de Toledo -¿y hasta
ahora?-, posiblemente porque les aterra mirar más allá. Eso sí, mientras llega la pócima milagrosa, muy pocos políticos desaprovecharán la oportunidad de secundar hoy las calles.
En la búsqueda de cortafuegos ante tan pavoroso incendio que se le avecina, el Gobierno ha encontrado la veta de los crímenes abominables, de ese dolor televisado que cala en la sensibilidad humana por su desgarrador impacto trágico. Así es como ha rescatado
intencionadamente en el Congreso el debate que hace más de un año le pidió el PNV y lo ha hecho coincidir con la indignación social que merece la muerte tan cruel del niño Gabriel.
Por ahí han asomado las vísceras con comprensible facilidad para llevarse por delante un debate jurídico de calado que, sin duda, entre sus derivadas atormentará al PSOE más allá de las desgarradas acusaciones de la eterna presidenta de Clara Campoamor. Solo una rápida sentencia del Tribunal Constitucional -tres años lleva con el recurso entre sus manos- puede aliviar del agobio a los socialistas, que ven ahora cómo el agua se les vuelve a meter
en casa con un tema de tantas aristas en las horas de mayor descrédito de Rajoy.