Ruido de sirenas en el ‘mare mortium’
sE habla de 3.000, 4.000, 5.000 personas, las que mueren cada año en el mar Mediterráneo mientras huyen de la guerra y el hambre. Mil personas fallecidas arriba o abajo no ponen coloradas a las estadísticas y menos a quienes lo observamos sin mover un músculo. En el Mare Nostrum de los romanos, los cadáveres de quienes huyen de la guerra, del hambre o de la injusticia, en búsqueda de una Ítaca soñada, se sumergen en la profundidad del olvido mientras nos preocupa que alguno de sus cadáveres pueda quedar más de un día en una de nuestras playas para que no se contamine nuestra espléndida indiferencia con algún Pepito Grillo en la conciencia.
Y si las llamadas primaveras árabes auguraban brotes verdes en los aledaños de la libertad, las playas del norte de África, y cientos de kilómetros a su vera han complicado aún más sus plataformas de lanzamiento al mar, con la ganancia que acarrea a los pescadores de tragedias el río revuelto de la inestabilidad política provocada en nombre de la denostada libertad.
Esas bravuconadas europeas de intentar atajar la emigración africana desde la raíz no han significado mejoras en los pueblos de origen, o disminución de las mafias, sino palos en las ruedas para que disminuya el éxodo migratorio, aunque es necesario reconocer que hay más intervenciones de navíos ante los constantes naufragios de esas barcas de la muerte en el Mar de los muertos. Paul Valery, aun después de haber vivido en su tiempo el mundo convulso de la guerra, aún nos puede servir para seguir sugiriendo que otro mundo es posible, y que hay caminos llenos de posibilidades: “El viento llega... ¡Vamos a la vida!”
Hay cientos de ONG que, a pesar de algunas manchas, siguen trabajando, día a día, por mejorar la situación. Quienes se afanan en viajar por esas aguas con su grito vital del derecho a la vida, y a una vida mejor, han sido capaces de seducir también a las sirenas que, como Helena Maleno, se han dejado encantar por Ulises, el mundo al revés. Y sucede en esas embarcaciones frágiles en las que intentan sobrevivir personas que aman a sus seres queridos y tienen sueños; además saben que no tienen el riesgo de colisionar con cruceros y sus lujos porque suelen tener trayectos diferentes. Aceptemos que determinadas vigilancias costeras ayudan significativamente a disminuir los mortales naufragios, aunque el resultado final sea aliviar quemaduras, quitar la sed, calmar el estómago y regreso al pasado. ¿Compromiso gubernamental de acoger a diecinueve mil personas? Papel mojado.
Pero sigamos con las sirenas que se han dejado encantar por Ulises marineros. Porque el jefe de Salvamento Marítimo de Almería reconoce la gran aportación de Helena Maleno a la hora de salvar vidas en el Estrecho, pues resulta un contacto clave en muchos casos, con sus llamadas a los servicios de rescate, con datos sobre pateras a la deriva?, y su aportación ha sido muy útil para salvar muchas vidas. Claro que también ha denunciado el trato de la Policía a las personas migrantes y las violaciones de los derechos humanos. Y ha dicho muy claro y alto: “Cada vez se invierte más en control de fronteras y las principales empresas de venta de armamento europeas son las que están ganando el dinero de la inversión en control migratorio. En medio de todo eso, estamos las personas que defendemos los derechos humanos... y somos testigos incómodos”.
Esa sirena ha sonado demasiado. Esta sirena de la vida se ha convertido en perseguida por cometer, según se dice, ilegalidades relacionadas con la trata de personas. Intentaron procesarla en España, pero la Audiencia Nacional archivó el caso porque no veía delito. Entonces ha tomado el relevo la justicia marroquí. ¿Qué fuerza interior la mantiene en esta lucha? Que el Consejo General de la Abogacía Española la haya reconocido con el Premio Derechos Humanos en 2015, que la Unión Progresista de Fiscales valore su trabajo y que haya obtenido la Mención del Instituto Andaluz de la Mujer por la defensa de la Igualdad? pueden darle aliento para seguir adelante, pero tales credenciales de poco sirven, en ocasiones, ante determinados procesos judiciales.
Y aunque parece que en las últimas citaciones judiciales el juez de Tánger ha reconocido su labor humanitaria, sigue la espada de Damocles de la injusticia pendiente sobre su cabeza. Que la dejen seguir realizando su tarea, que también suele consistir en visitar a algunas familias en el centro de África para anunciarles la pérdida de sus seres queridos. ¿Cuántos se seguirán quedando sin tener la oportunidad de contar con tan triste aviso?