DESDE hace tiempo estaba por escribir esta nota sobre Bilbao, donde ahora resido, publicarla en La Prensa de Barinas, periódico de Venezuela en el que regularmente escribo en su página de Opinión, y llevarles noticias a mis lectores de esta gran ciudad, Bilbao, Bilbo en euskera, idioma de memorias ancestrales, identidad del alma vasca, que cada día se afirma más en el habla cotidiana de Euskadi.

Lo primero que destaca a la vista de quien se asoma a este paisaje es la ría, nombre que, por sus características geográficas, recibe el río Nervión al acercarse a su desembocadura en el mar Cantábrico. A ambas márgenes de la ría se extiende hoy la ciudad que fue abriéndose paso desde lo que fue la villa en el pasado, con sus siete calles, núcleo inicial, conocido en la actualidad con el nombre de Casco Viejo. Casco Viejo, Siete Calles, siete historias. Partida de nacimiento de lo que hoy es el Gran Bilbao.

Siete Calles, Casco Viejo, por la noche, al paso de calles estrechas y arquitectura antiquísima, bien conservada, a veces, casi siempre, en una esquina un acordeón susurra melancolías, más allá una guitarra tañe añoranzas y una voz envolvente, sin poder precisar de dónde proviene, canta a la noche desde su propio acontecer existencial.

En la medida en que la ciudad se adentró en la modernidad, la industrialización, en su accionar contaminante del medio ambiente, durante el siglo XIX bien entrado el XX, convirtió la ría en lo que don Miguel de Unamuno, con acierto, llamó “una cloaca navegable”. Y los edificios ensombrecidos por el humo de las fábricas vistieron de gris su entorno. Así lo relatan personas que lo vivieron. Sin embargo, a partir del último cuarto del siglo pasado, la gobernanza de la ciudad, de manera sostenida e ininterrumpida, se empeñó, y sigue empeñada, en rescatar, para disfrute de su población, la hidrografía originaria del Nervión. Ahora, fruto de la labor de esa gobernanza, el Nervión ya es un río de aguas claras, limpias. Ya deambulan entre sus aguas peces que continúan el ciclo de su reproducción y una población de gaviotas que combinan sus actividades de sobrevolar a ratos el cauce del río, a ratos navegar, ágiles barquichuelas, y luego posarse en las orillas, ocupadas en acicalar su plumaje para agradar a sus parejas en carantoñas de enamorados. Esta es la ría en la actualidad, que ya era así cuando por primera vez me asomé a ella en 2010. Y a ambas orillas, observándola a todo lo largo en paralelo, dos paseos, amplios, despejados, para el solaz de la gente. Y las edificaciones, blancas unas, otras de color ladrillo, multiplicidad de colores, resaltan, limpias, bajo el sirimiri, lluvia, llovizna pertinaz, a veces suave, húmeda seda, terciopelo telúrico, y en otras oportunidades, al arreciar, arrullo del paisaje entre vaivenes de ternura y tristeza. Y si nos detenemos en cualquiera de los puentes, que comunican ambas márgenes de la ciudad, y giramos la vista en rededor, observamos las montañas que la circundan, verdes, siempre verdes, y en las cimas, verdes árboles, caravana de verdes camellos. “Verde que te quiero verde”, en voz de García Lorca si estuviera escribiendo esta nota de prensa.

Amplios y bien cuidados parques, siempre verdes y acogedores, se articulan en armonía con el paisaje urbano. En su mayoría están dotados de instalaciones infantiles de libre acceso a todos los niños. Y para los adultos, equipos mecánicos, para realizar ejercicios físicos básicos. Ellos reflejan la atención oficial que reciben y el uso adecuado que de los mismos hacen sus usuarios.

Bilbao, anfitriona excepcional, acogedora, extiende a sus habitantes y a quien se acerca a ella, sea cual sea el motivo, invitación sin fecha de caducidad para disfrutarla en el clima de seguridad y acogida generosa que ofrece. Para andarla y desandarla a pie, haraganeando sin rumbo, calles y avenidas le abren en toda su extensión al transeúnte aceras embaldosadas, más anchas que el espacio destinado al tránsito automotor. A lo largo de las principales calles y avenidas, como parte de ellas, ciclo-vías, bien acondicionadas, permiten recorrer la ciudad con seguridad en bicicleta. Ofrece también Bilbao una eficiente red de líneas de autobuses, cómodos y en perfectas condiciones, a disposición del usuario de la misma, dentro de su perímetro urbano. Las distintas líneas de autobuses están interconectadas entre sí con las diferentes estaciones de metro que facilitan el rápido desplazamiento. Otra red de líneas de autobuses comunica a Bilbao con poblaciones cercanas. Y, si el usuario lo prefiere, puede utilizar el metro, moderno, limpio y puntual. Con una particularidad excepcional: se puede ir, valiéndose de él, a una cualquiera de las playas que, muy próximas a la ciudad, despliega el mar Cantábrico como parte del variado y acogedor paisaje bilbaino. A esa red de transporte moderno se une el tranvía que, a la vez que hace su recorrido y muestra la ciudad en su fisonomía actual, rinde culto a los afanes iniciales de Bilbao por abrirse paso a la modernidad.

Y si se permanece en Bilbao por algún tiempo, o se indaga un poco en ello, se puede apreciar, y constatar, sus desvelos por brindarle seguridad social a sus habitantes. Dispone de una red médico-asistencial que se despliega en un centro de salud en cada barrio y en cada uno de ellos se ofrece atención primaria, con un staff médico y paramédico formado tanto en el dominio de la ciencia médica como en la dedicada atención al paciente y dotado de todos los equipos modernos e insumos necesarios para prestar el servicio correspondiente. El médico de atención primaria, si así lo considera, remite al paciente a la especialidad que se amerite. Todo esta atención médico asistencial es gratuita, como también lo son la hospitalización, intervenciones quirúrgicas y exámenes de laboratorios. Los hospitales de Bilbao, tanto por su equipamiento, tecnología y la excelencia de su personal, se ubican también dentro de los mejores de España y Europa. Y las medicinas, en gran parte, se expiden gratuitamente a los jubilados y subvencionadas a las demás personas. Esa atención medico-asistencial se amplía en una programación social exclusiva del País Vasco, de la cual forma parte Bilbao, que garantiza a cada persona una renta mínima de ingresos que se materializa en otorgar una ayuda económica a las personas que por carecer de entradas para satisfacer el mínimo de recursos para subsistir o, no siendo suficientes para cubrir sus necesidades básicas, así lo requieran.

¿Y los bilbainos? No son tan abiertos como nosotros, los venezolanos, pero, eso sí, poseedores de una solidaridad presta a abrirse en mano abierta, tendida a todo aquel que tiene el privilegio de ser, o haber sido, receptor de la misma como yo lo he sido y sigo siendo. Dos grupos, en quienes se individualiza esa solidaridad, me han distinguido con ella. Uno, escribe-lee, grupo literario que, bajo el cobijo del Ayuntamiento, cumple sus actividades en el Centro Cultural Bidarte. Y el otro, el grupo de organización comunitaria que proyecta su acción dentro del entorno social de la iglesia San José Obrero, en el barrio de San Ignacio.

No dudo que bajo el embrujo de ese paisaje el gran compositor bilbaino Carmelo Larrea, se quedó absorto, escribió y cantó: “Bilbao de mis amores”.

Hoy, Bilbao, por la infraestructura sobre la cual asienta su modernidad, servicios urbanos, cultura, calidad de vida y bienestar, conservación del medio ambiente, éxito comercial, vialidad y gobernanza es la mejor ciudad de Europa para vivir. Así lo constató The Academy of Urbanism, institución, con sede en Londres, encargada de fomentar y reconocer los esfuerzos de los entornos urbanos del Reino Unido y Europa por alcanzar los mejores estándares de vida. De quince ciudades, previamente seleccionadas, tres lograron ser finalista, Viena (Austria), Ljubljana (Eslovenia) y Bilbao, que recibió el premioMejor Ciudad de Europa 2018. Enhorabuena, alcalde. Enhorabuena, bilbainos.