¿Qué pasa con los hombres?
EN España, 2017 se fue con un saldo de 56 mujeres asesinadas por la violencia machista. “No pasa nada, solo somos mujeres”, me dice una amiga con cierto deje sarcástico. “No son hombres asesinados por mujeres, lo cual hubiera sido suficiente para adoptar medidas más severas de tipo preventivo y de castigo”, añade. Puede que tenga razón y que en este último caso el comportamiento judicial hubiese sido contundente, y no digamos el de las altas instituciones políticas. De ser hombres agredidos por mujeres, no creo probable que hubiera juezas y jueces preguntando “¿y no le provocó usted?”, “¿no iba usted medio desnudo pidiendo guerra?”, “¿se resistió lo suficiente?”
Es de esperar que el pacto de Estado para modificar la legislación vigente acabe por corregir aberraciones como la de permitir que hombres condenados por ser maltratadores probados tengan acceso a sus hijos o que solamente se acepte como violencia machista cuando el agresor sea pareja o expareja de la víctima. Pero hace falta asimismo que otros actores estén a la altura de lo que las mujeres esperan. Los jueces y la Policía que consienten que un tipo esté en la calle acumulando catorce delitos de quebrantamiento de órdenes de alejamiento no tienen mi comprensión. Ese tipo mató a su exmujer. ¿Qué tiene que pasar para que cuerpos policiales y jueces sean debidamente formados? ¿Cuántos casos de mujeres hay ya que fueron asesinadas tras denunciar y no ser tenidas en cuenta por quienes debían protegerlas? Sospecho que el pacto de Estado es un pacto de mínimos para acallar las voces más críticas.
La lacra machista que estamos viviendo amenaza con cronificarse como parte del paisaje social en el que vivimos. Así será mientras el patriarcado sea el régimen general universal que nos domina y la desigualdad, el modo de relación entre géneros, lo que nos remite a la cuestión del poder. Mientras una parte de la especie humana, la mitad, siga considerando a la otra mitad como su propiedad a la que puede agredir de mil maneras y quitar la vida, no hay nada que hacer. A veces pienso que en lo que a los hombres respecta su -nuestra- evolución está lejos de haber terminado, no puede ser que los hombres actuales seamos el final. Tiene que haber una posibilidad de que dominemos nuestros instintos, esa fuerza sexual incontrolada que hace comportarse a muchos como terroristas de género. Desde luego, quienes creen que fuimos hechos a imagen y semejanza del creador ya pueden cambiar su punto de vista.
Ahora bien, también es verdad que aunque sea de manera lenta y tímida muchos hombres podemos y queremos ser diferentes. La pelota está en nuestro tejado. Hay que decir, en todo caso, que en el Estado español hay unos 400.000 hombres fichados como maltratadores. Son una minoría, pero son demasiados; además no están todos los que son. A todos les une ser el resultado de una sociedad patriarcal que no acepta la plena igualdad entre hombres y mujeres. Si se aceptara que este es el problema, se podría elaborar un plan de educación estratégica para ir cambiando mentalidades en la relación entre géneros y potenciar una nueva masculinidad opuesta a ejercer el poder contra las mujeres.
La cuestión de fondo tiene que ver con la naturaleza del problema. Si no se identifica bien la enfermedad, no habrá solución. Así, por ejemplo, en un estudio impulsado por el Ministerio del Interior de España, con participación académica, orientado a saber por qué hay hombres que agreden y asesinan a mujeres, se recoge un enfoque deficiente: según los primeros análisis del minucioso trabajo, habría un 20% de agresores que podrían considerarse “sociópatas”, hombres con dificultades de integración social, con antecedentes penales o policiales; un 30% que serían inestables emocionalmente; y un 5% podría clasificarse como “psicópatas” o, dicho de otra manera, las causas son el alcohol, las drogas, un brote sicótico, demencia senil, neuroticismo, antecedentes de violencia, situación de inmigración, estrés, despecho, desempleo, fobia social, etc., etc., de tal modo que cada caso se separa de los demás y tiene una casuística que lo explica.
Cierto, en cada asesinato de una mujer hay una historia del victimario que hay que tener en cuenta. Pero al mismo tiempo hay que hacer un análisis de conjunto que nos dé explicaciones estructurales. Las explicaciones individualizadas no afrontan el patriarcado y la desigualdad de género porque consideran cada asesinato al mismo o parecido nivel que otros asesinatos de hombres por hombres. Este enfoque presenta los hechos como un fenómeno multicausal, sin patrones comunes. Afortunadamente, hay medios de comunicación que titulan la noticia como de violencia machista y esto ayuda a tomar conciencia de un problema que ya no se puede plantear como si estuviéramos cincuenta años atrás. El patriarcado es lo que explica que personas normales puedan cometer actos que no son normales. Los maltratadores están por consiguiente en todas partes, en todas las clases sociales, profesiones y edades.
La violencia de género responde a una escalada, tensiones, agresiones verbales, humillaciones, primeras bofetadas, hasta llegar en demasiados casos a una máxima violencia. En todas las fases, la cuestión del poder es el centro del problema. No me satisface la idea de agresores ocasionales y por consiguiente impredecibles. Lo que está en debate, las causas de la violencia machista, afecta de manera estructural al modelo de respuesta e intervención para combatir este tipo de violencia. No se puede aceptar, ni siquiera un poquito, toda aquella explicación que objetivamente exculpe o justifique actos de violencia contra las mujeres. La figura del buen hombre al que se le fue la mano al clavarle el puñal a su mujer porque seguramente estaba atragantado con un divorcio que no quería, no ayuda a entender lo que está pasando ni a encontrar vías de respuesta.
El rapero Arkano, un chaval de Alicante, ha sabido capturar bien el fondo del problema al decir “los medios suavizan el dolor causado, llamando loco al cabrón que ha violado” y sobre los victimarios: “No son enfermos mentales, son hijos sanos del patriarcado”.