LA penúltima polémica en el mundo del fútbol viene dada por un supuesto insulto racista ya que un jugador denominó a otro “negro de m?”. Vamos a valorar esta cuestión mediante tres preguntas.
¿Es racismo esa expresión? El hecho de que sea racismo depende de la interpretación del emisor y de la percepción del receptor. En general, esa expresión se hace para provocar y desestabilizar al rival. Por lo tanto, no es racismo. Hay una excepción: que el emisor realmente no pueda ver a las personas de esa raza y lo haya sentido así. No es algo habitual, pero podría darse. Si el receptor percibe la expresión como parte del juego, no hay ningún problema. Pero si le parece racismo, está en su derecho; es más, está en la obligación de denunciarlo para evitar que ese tipo de sucesos se repita en el futuro.
¿Está justificado ese lenguaje entre deportistas? Es inadmisible, de manera que también es deplorable que esté justificado el engaño al árbitro por parte de los jugadores más listos. Con las tecnologías existentes a día de hoy la comprobación de un tipo de insulto o engaño debería estar penalizada de la forma más severa posible. En un deporte que es un ejemplo para millones de niños en todo el mundo, no puede ser que salga gratis provocar a un rival con la intención de desestabilizarlo. La NBA castiga de forma severa el insulto al rival y el engaño al árbitro. Eso sí, en esta competición se lleva mucho el denominado trashtalcking por el cual los jugadores se pican entre ellos de forma más sana con expresiones como “la voy a meter en tu cara” o “qué bien, hoy me marcas tú, menudo chollo”. Eso sí es parte del juego.
¿Hay insultos peores que otros? Afirmativo. Si alguien usa una expresión racista o se mete con una mujer mediante una expresión machista, lo lleva claro. En cambio, insultos más hirientes se pueden dar tranquilamente. Curioso, sí.
La peor expresión que he escuchado jamás en el mundo del deporte fue en un partido de baloncesto. Cuando el jugador del Real Madrid Antonio Martín iba a lanzar tiros libres, la afición del equipo rival le soltó la lindeza de “M-30, M-30”. ¿Por qué? Su hermano Fernando (estrella del baloncesto) había fallecido en accidente de tráfico en esa autopista. Ese partido debería haber sido suspendido de inmediato.
Hay más ejemplos. Hace años, había fallecido la madre de un jugador y antes de comenzar el partido de fútbol se guardó un emotivo minuto de silencio. Dicho jugador se abrazó con el capitán del otro equipo y ocurrió algo extraño. De repente, le soltó un puñetazo descomunal y lo tiró al suelo. ¿Qué había ocurrido? Por lo visto, el jugador rival le dijo “qué pena lo de tu madre. Era la mejor del prostíbulo”.
Por supuesto, está muy bien la originalidad. No es lo mismo decir a Ronaldo “hijo de?” que decirle “balón de playa” o “Messi”. Un árbitro comentaba que lo peor que había oído en un campo de fútbol era? ¡que tenía las orejas grandes! Es decir, una persona que ha estado en un montón de sitios, que ha oído de todo, ha quedado afectado por una expresión banal. ¿Cómo se explica? Pues a lo mejor el que lo ha dicho tiene razón y es un pobre orejudo, ¿no?
Es decir, como seres humanos el único insulto que nos podría herir es el de una expresión veraz. Si me dicen “eres un cabr...” es lo mismo que si me dicen “eres una lavadora”. ¿Qué más da? No soy ni lo uno ni lo otro. Además, si me enfado, le estoy dando al emisor del insulto un gran poder, el de alterar mi estado de ánimo. Es muy sencillo, no se lo merece. Al fin y al cabo, ya va siendo hora de que el insulto falte al que lo dice, no al que lo recibe. Bien, ¿qué ocurre si realmente tengo las orejas grandes? Pues nada. Que tengo las orejas grandes. ¿Pasa algo por eso? Es la primera regla de la autoestima. Aceptarnos como somos.
Otro ámbito donde se desarrollan los insultos es el de la política. Y por esos lares la originalidad brilla por su ausencia. Lo mejor es la expresión chistosa. En eso, Churchill era el mejor. En una discusión con una diputada de la oposición, la cosa iba subiendo de tono hasta que le dijeron: “Si fueses mi marido, llenaría tu copa de café de veneno”. Churchill contestó: “Si fueses mi mujer, me lo bebería”.
Insultos, insultos. Todo está basado en un error doctrinal. Decimos “Fulano es un tirano”. Es muy difícil encontrar alguien que sea un tirano siempre, con todo el mundo. Lo que deberíamos decir es que “Fulano se ha comportado como un tirano con Pepito”.
Si nos acostumbramos a juzgar comportamientos y no a personas interpretamos mejor la realidad e insultaremos menos.