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Robert Mugabe, una ópera bufa

PUEDE parecer que estos días el mundo respira más tranquilo, pero es solo un espejismo. Robert Mugabe, presidente de Zimbabue en los últimos 37 años, fue depuesto por el ejército de su país que le sostuvo durante casi cuatro décadas. La corrupción y la bancarrota económica son rampantes en este país africano, pero aún así ha sido la lucha por el poder lo que ha desbancado a este cruel dictador. Su actual mujer, Grace, quería la presidencia y los militares, compañeros de su marido, no estaban dispuestos a dejarle esta tarea. Lejos de ser una revolución democrática, lo que ha habido en el país africano es una lucha por el poder. Nada más. Si me lo admiten, diré que son los mismos perros con distintos collares. E incluso no tan distintos.

Robert Mugabe nació hace 93 años en lo que antes era Rodesia del Sur y ahora conocemos como Zimbabue. Hijo de una familia cristiana, fue educado por los jesuitas como profesor de Primaria. El joven estudiante pronto se rebela contra el régimen racista de su país dominado por una minoría blanca que se había independizado del Reino Unido. Mugabe se une al ZAPU (Unión Popular Africana de Zimbabue) y más tarde crea su brazo armado. La lucha contra el gobierno de Ian Smith le confiere una gran popularidad entre los suyos, y tras varias negociaciones, Mugabe se convierte en el líder que derrota a la minoría blanca. En 1980 sus compatriotas le hacen primer ministro y el astuto Mugabe juega todas las cartas posibles para que la minoría blanca que hasta entonces dominaba el país no abandone este. La opinión pública le era abrumadoramente favorable.

Entre el odioso supremacista Ian Smith y las bondades progresistas de un “hijo del pueblo” como Mugabe, no había comparación; una gran mayoría optó por el libertador. Eran los tiempos de los grandes líderes africanos: Mandela, Julius Neyrere, o incluso su rival, Joshua Nkomo. El continente africano iba, por fin, a ser liberado del odioso y perverso colonialismo.

Hace años tuve el dudoso placer de conocer a Peter Godwin. Nacido en Zimbabue, de madre inglesa y padre polaco, él era entonces director de documentales para la BBC y escritor de éxito. A pesar de mis diferencias personales con él, Godwin fue mi guía para sortear y finalmente conocer los intrincados laberintos de un régimen basado en la tiranía y la corrupción, un régimen que muchos de nosotros habíamos considerado hasta entonces el paradigma del cambio a un mundo más fraterno e igualitario. Meses más tarde, supe de la muerte de la hermana y el cuñado de mi colega en una emboscada a manos de las fuerzas de seguridad del dictador. Supe del control férreo que una pandilla de matones ejercía sobre los medios de comunicación.

Pues bien, Mugabe se aferró al poder generación tras generación. Se convirtió en un tirano para conservar este. Robó, humilló y asesinó a miles de granjeros blancos, sí, blancos, que habían decidido quedarse en Zimbabue porque también lo habían construido y en él habían nacido sus hijos e hijas, nietos y nietas. Un país que también era el suyo. Lo habían regado con su sacrifico y con su trabajo. En el año 2000, apenas quedaban granjeros en Zimbabue. El antiguo primer ministro, convertido ahora en presidente, había dado carta blanca para todo tipo de desmanes, entre otros repartir las tierras a sus amigos y asesinar a los que se oponían. La población de uno de los países más ricos de África empezó a sufrir todo tipo de privaciones. La economía se fue a pique mientras los fastos para celebrar los cumpleaños de Mugabe costaban decenas de millones. La cleptocracia como forma de gobierno. Pero excepto en el Reino Unido, la prensa liberal europea apenas se hizo eco de la catástrofe. El sentimiento de culpabilidad de los antiguos colonialistas ha llegado a puntos difíciles de entender.

En esta ópera bufa que se cierne otra vez sobre Zimbabue surge la figura del vicepresidente, Emmerson Mnangagwa, rival acérrimo de Grace Mugabe y ex jefe del espionaje y compañero del ahora expresidente desde hace cuatro décadas. Mnangagwa ha sido el artífice de este golpe incruento hasta ahora que los ciudadanos y ciudadanas del país han celebrado por todo lo alto. Parece que, tras tantos años de desesperanza, los ciudadanos de Zimbabue se aferran ahora a un clavo ardiendo. Mnangagwa es el clavo y no solo eso: posiblemente será el nuevo presidente. Y es difícil de creer que los responsables de la creación de un estado tan tiránico y corrupto puedan traer ahora la ansiada democracia a Zimbabue. Yo no lo creo.