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Anita Berber, la reina de la República de Weimar

VIVIÓ tiempos muy convulsos: la Gran Guerra y la derrota, la revolución espartaquista, la hiperinflación y la crisis económica, los Freikorps y el surgimiento del nazismo. Vivió, como dice la maldición china, tiempos interesantes, como cada vez lo son más los nuestros?

El cabaré berlinés era un espectáculo artístico que combinaba baile, canto y teatro y otras artes escénicas, incluyendo en algunos casos espectáculos eróticos osados para entretener a la vez que sugerir y hacer reflexiones político-sociales mientras los espectadores podían disfrutar de bebida y comida. Tocando temas como sexo y política acompañados de alcohol, se generaba una atmósfera íntima e incluso una complicidad entre actores y público.

El cabaré había llegado a Alemania en 1901, aproximadamente veinte años después de su comienzo en Francia, pero en el ambiente formal y controlado del Imperio alemán de aquella época anterior a la Primera Guerra Mundial, necesitó dos décadas para encontrar su propio y particular estilo, sobre todo en la ciudad de Berlín, que en los años 20 y principios de los años 30, los de la cultura de la República de Weimar (1918-33), se convirtió en la capital mundial del cabaré. Hasta la llegada de Adolf Hitler al poder.?

El colapso del Imperio, la actividad de los grupos revolucionarios, los infortunios, atentados políticos, violencia de grupos ultra izquierdistas y derechistas, intentos de golpes de Estado, la hiperinflación, la corrupción, la libertad ideológica... se mezclaron en un coctel que hizo de este el periodo más prolífico y creativo del cabaré. El prototipo de cabaré de esa época fue uno inventado, El ángel azul, inmortalizado por el filme dirigido por Josef von Sternberg en 1930 e interpretado por la genial y ambigua Marlene Dietrich.

Muchos cabarés criticaron y se mofaron abiertamente del resurgir de los nacionalismos tras la debacle de la Primera Guerra Mundial. Pero las huelgas, el miedo a una posible revolución de tipo bolchevique en Alemania y la brutal inflación y devaluación de la moneda de 1922-23 dividieron de manera crispada la política en bandos opuestos a derecha e izquierda. Ambos utilizaron el cabaré como medio de expresión aunque fuera más bien inclinándose hacia una actitud crítica de izquierda; de ahí la poca simpatía de que gozó con los nazis. Cuando estos se hicieron con el poder, la censura, exilio y encierro de autores, hicieron que el género prácticamente desapareciera del país.

Un ambiente hedonista El cabaré alemán prosperó en la República de Weimar debido a la carencia de sentimiento de culpabilidad y permisividad del ambiente en dicho periodo. Fogosos, indisciplinados y entusiastas, más que nunca antes, los jóvenes berlineses se habían lanzado a experimentar por el camino del arte y sobre todo, en el de la sexualidad y las relaciones poco convencionales. En ese paisaje destacó la transgresora Anita Berber.

Las imágenes de libertad sexual y hedonismo que se asocian con la República de Weimar hicieron florecer en Berlín una vida cultural y nocturna que tuvo en los cabarés su máxima expresión, como no lo hizo en ninguna otra ciudad alemana ni europea con la posible excepción de París. Ello les permitió llegar a constituir una fuerza cultural, intelectual, social y política.

El más famoso en la época fue probablemente Die Katakombe, 1929-1935, cabaré político y literario que en 1935 sería clausurado por orden de Joseph Goebbels. Aunque el Kit Kat es el que todo el mundo conoce gracias a la famosa cinta Cabaret de Bob Fosse de 1972, hay que decir que éste es imaginario, como asimismo lo es Der Blaue Engel, ya mencionado. Los había a docenas, dedicados a hombres, mujeres, transexuales... y donde no había un cabaré, había un bar, un salón de baile, incluso llegando al extremo de los nachtlokal en los que el dress-code era la desnudez absoluta.

A pesar del florecimiento del cabaré, en aquella sociedad desestabilizada, empobrecida, víctima de explotadores sin escrúpulos y dividida, la nueva aparente libertad escondía un grave problema: la prostitución y la explotación de menores. Con unas elevadas tasas de desempleo y unos sueldos exiguos y que se devaluaban a diario, prostituirse era la única solución para cientos de miles de personas, independientemente de su edad y sexo (la prostitución de menores era habitual y abundaban quienes se prostituían al fin de su jornada laboral para poder complementar su sueldo). Y el aumento de la promiscuidad y del abandono desesperado de muchos llevó al incremento de las enfermedades venéreas y a los crímenes sexuales (lustmord).

Las pinturas de Georg Grosz, Ernst Ludwig Kirchner y Otto Dix aún son capaces de transmitir la sordidez oculta bajo las luces de los cabarés. Como ya hemos dicho, los temas más recurrentes son política y sexo pero a menudo se trataban con una dualidad que oscilaba entre el discurso político serio y la más total banalidad. Si por un lado los debates políticos permitían al pueblo una capacidad crítica y libertad para opinar y criticar la situación del país, por otro lado, al ser entremezclados con sarcasmos y temáticas de sexo, en todas sus variantes, llevaban a situaciones tan liberales en las relaciones de pareja como podemos leer en la novela Una princesa en Berlín.

El sentido de expolio y decadencia Sin embargo y en una evolución paralela, para las fuerzas nacionalistas y anticomunistas, el cabaré era cada vez más una fuente de disolución y de decadencia. Sus temáticas, que hoy, tras décadas de legalización de la pornografía, podrían parecer más habituales, eran entonces consideradas decadentes y como libertinaje por una gran parte de la pequeña burguesía que veía a su nación expoliada y hundida tras la guerra. Todos ellos iban a alimentar gradualmente las filas del creciente Partido Nacionalsocialista que ganó las elecciones democráticamente en 1933.

Las diferentes sexualidades que hoy se englobarían en el llamado movimiento LGBT, se convierten así en temas importantes que se ven reflejados en personajes influyentes del cabaré. Una importante representante de este cabaré y de muchas de estas tendencias, sería la polémica intérprete cabaretera, Anita Berber, que a pesar de morir a una temprana edad, lo hizo con tal intensidad que no se podría decir que vivió poco.

Símbolo de contradicción y decadencia Sus actuaciones rompieron todas las fronteras debido a su androginia, total desnudez, cabello rojo brillante y corto y sus provocadoras apariciones públicas desafiando tabúes. La clara y abierta adicción a las drogas de Berber y su bisexualidad eran motivo de debate público. Además de su adicción a la cocaína, el alcohol, el opio y la morfina que mezclaba con coñac. Bailarina, actriz, escritora y escandalosa de vocación, Anita Berber fue un símbolo de la Weimar decadente y libertina.

Anita destacaba, siempre iba mucho más allá en la danza o el guion en las películas mudas en que participó. Era desvergonzada y provocadora, tuvo varios maridos y múltiples amantes de ambos sexos incluyendo -según se dice- a Marlene Dietrich; Magnus Hirschfeld (fundador de la sexología moderna y la liberación gay) y hasta el rey de Yugoslavia. No tenía tabúes con el sexo, como demostró en Anders als die Andern (Diferente a los demás), filme que marcó un hito en 1919 al ser la primera película de la historia que mostraba la homosexualidad en forma positiva. La gente respondía con aullidos a ese erotismo ostentoso, que incluía desnudos totales en el escenario. Muchos la adoraban, pero otros tantos la consideraban una especie de Salomé bíblica, la encarnación de la perversidad. Anita disfrutaba de su reputación de chica mala y, en una especie de huida hacia adelante, entró en una espiral con mayores excesos vitales y espectáculos cada vez más audaces y repletos de imaginería expresionista, como Suicidio, Morfina, Casa de Locos o las famosas performances de Danzas de la depravación, horror y éxtasis.

La gloria de Anita Berber duraría solo unos pocos años. Cuando los berlineses, saciados de sus libidinosas travesuras, se cansaron, la otrora diosa cayó en picado a la edad de 29 años. Envejecida, demacrada, drogadicta, vociferante, medio loca y perdida, una tuberculosis la barrió de la escena de la vida el 10 de noviembre de 1928. La mujer más escandalosa de la Alemania de los 20, prácticamente olvidada hoy, fue enterrada en un cementerio para pobres poco antes del ascenso de los nazis al poder. En todo ello simbolizó en cierto modo a la propia República de Weimar, también olvidada por las nuevas generaciones y que, víctima de sus contradicciones y excesos, murió barrida de la historia poco después, llevándose con ella el florecimiento intelectual de aquella Alemania, la mayor potencia cultural y científica europea del primer tercio del siglo XX, que brilló con la intensidad y duración de una estrella fugaz.

Una situación similar La situación, salvadas las distancias, recuerda en cierto modo a la de ahora: inestabilidad, crisis económica, aumento de las disparidades sociales, esperpentos políticos y capitalismo casi sin freno. Bastaría el chispazo de una repetición acentuada de la crisis del 2007, algo no tan imposible, para una gran explosión. ¿Quién habría supuesto hace unos meses que, volviendo a Alemania, la extrema derecha de AfD entraría con fuerza en el Bundestag? Es sintomático de una evolución rápida que anuncia cambios más fundamentales por venir. Hoy, como entonces, se está produciendo un golpe de acelerador brutal y sin frenos en la llamada globalización, simultaneo a una cada vez mayor concentración de la riqueza, un deterioro de la situación de las clases medias y trabajadoras, una pérdida de los viejos referentes tradicionales. En paralelo, los llamados movimientos y partidos populistas se están convirtiendo en una fuerza poderosa tanto en Europa como en Estados Unidos. Los populistas se caracterizan por pretender aportar, sin casi pestañear, respuestas rápidas y simplistas a todos estos problemas a la vez. Esperemos que todos estos nuevos populismos y nacionalismos excluyentes, que recuerdan tanto a los de los años 1920 y 30, no logren imponerse a la razón y los logros de la integración europea y no engañen de nuevo hoy a la gente pretendiendo aportar a problemas complejos una solución fácil que nos suma en la oscura tragedia con la que terminaron aquellos.