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Un punto es lo que no tiene partes

lA suspensión ordenada por el Tribunal Constitucional del pleno del Parlament, previsto para el próximo lunes, y la petición de comparecencia el martes del president Carles Puigdemont podrían suponer un realineamiento entre los soberanistas catalanes. Quienes creen que hay aún posibilidad de diálogo con España dispondrían así del tiempo necesario para presentar su oferta. Quienes están dispuestos desde ya a declarar unilateralmente la independencia (DUI) traspasarían el punto de no retorno, aunque es posible que no la desarrollen hasta que el Gobierno español acumule tal cantidad de errores y tropelías en su accionar que la independencia caiga por su propio peso en el hasta ahora poco acogedor lecho de la comunidad internacional. La DUI sería el se acabó la partida, el punto y final que no tiene partes, ni matizaciones ni esperas. ¿Se corresponde la contrastada determinación independentista con el sentimiento mayoritario de los catalanes que serán quienes al fin y al cabo habrán de pechar con las consecuencias? No lo sabemos por la simple y llana razón de que no se les ha dejado expresarse al respecto. La cerrazón del Gobierno de España y de los partidos del bloque constitucionalista denegando a los catalanes una consulta popular ha impedido disponer de ese dato bajo el argumento de que es el conjunto de los españoles quienes deben decidir sobre el mantenimiento de la unidad nacional. Conviene recordar que la convocatoria de referéndum es una competencia exclusiva de Estado (artículo 149.1.32 de la Constitución). Pero ningún esfuerzo político se hizo para habilitar la cesión temporal de esa competencia en favor de la Comunidad Autónoma de Catalunya, transferencia o delegación competencial posible -mediante ley orgánica- conforme al artículo 150.2 de la Constitución.

Así que nos quedamos sin saber cuántos catalanes están por la independencia y si, como argumentan los unionistas, la mayoría no espera la independencia, no puede imaginar que llegue y, en el fondo, no la desea.

Los seguidores de Ghandi Hay un momento muy interesante de la película Gandhi (1982), biográfica del líder de la independencia de la India, dirigida por sir Richard Attenborough y ganadora de 8 premios Oscar, que relata la paliza a la que fueron sometidos los seguidores de Gandhi, quienes en línea de a dos se presentaban mansamente ante las fuerzas cipayas que derribaban a tierra a estacazos a los manifestantes, línea a línea, todo un interminable día, miles de contusionados. Un solo reportero americano presente transmitió al mundo la brutalidad fría y cruda del Imperio Británico, que perdió su dignidad en aquel secarral. No comparo lo ocurrido el pasado domingo en Catalunya con la barbaridad británica en la India o, mejor dicho, no la identifico plenamente, pero sí digo que resulta incomprensible la brutalidad policial, fotografiada y grabada mediante teléfonos móviles en imágenes que son reenviadas millones de veces. En ello encuentro el único paralelismo entre el golpe de Tejero y el referéndum de facto catalán: grabado en tiempo real y retransmitido a todo el mundo. Los efectos de las imágenes han sido una catástrofe política para el Gobierno español y un tesoro político con proyección de futuro para el gobierno catalán: millones de jóvenes europeos, americanos y asiáticos, turistas en Barcelona en número muy superior a los que visitan Madrid, asociarán la ciudad que conocieron con la ciudad apaleada. Puede ser por mi parte una exageración sentimental, pero pocas dudas tengo de que así será. La Policía se extralimitó y no solo porque obedecieran a sus mandos o por la desproporción en los medios empleados. Las mujeres arrastradas por los pelos para impedirles votar, o las urnas incautadas como si fueran material explosivo, deberían haber hecho reflexionar a cada policía o guardia civil concreto que las únicas órdenes que ha de obedecer el agente de seguridad son aquellas que son práctica habitual en las fuerzas policiales de su época. Y en la época de la democracia asaltar colegios electorales es inadmisible. Pero me temo que tal reflexión era imposible para unos policías enardecidos por las despedidas que se les hicieron cuando partieron desde sus bases bajo la fanfarria del “A por ellos” y enervados tras días de tensa espera almacenados en buques o hangares. Eso es lo que pasó por más de que la mayoría de los medios de comunicación del Estado español se comporten al contarlo como aquel hermano Marx que le dijo al otro “¿De qué te fías más, de mi palabra o de lo que has visto tú?”.

Dualidad de poderes En este momento se da en Catalunya esa situación revolucionaria que los expertos llaman dualidad de poderes. El Gobierno de España insiste en la vuelta a la legalidad constitucional y estatutaria mientras el Govern afirma que, de acuerdo con la legalidad del Parlament que habilitó la consulta del pasado domingo y los resultados de la misma, procederá a declarar la independencia tal vez el próximo lunes. Los independentistas no tratan de eludir el choque de trenes sino que tratan de poner en práctica un experimento hasta ahora teórico, la Heterotopía. El pensador francés Michael Foucault definía así al lugar encerrado sobre sí mismo (Declaración Unilateral de Independencia o DUI) que es al mismo tiempo un hábitat en desplazamiento, en este caso moviéndose en la infinidad de la comunidad internacional de naciones a la búsqueda de reconocimiento; como una planta ciega que sabe crecer hacia la luz y no dejará de hacerlo por muchos obstáculos que encuentre.

Veo y oigo la alocución de Felipe VI, dirigida más a los españoles que a los catalanes levantiscos. Me pareció, lo digo sin ambages, un ablandabrevas y un ventajista. Después de estar más callado que un niño que sabe que la ha armado, aparece trono-tronado en televisión durante seis minutos que se podrían sintetizar en un solo mensaje: “A mi nadie me birla ni la masía, ni el caserío, ni el pazo”; política borbónica en su quintaesencia, España como patrimonio familiar. El rey, quien como árbitro constitucional debería trabajar como un buey arando en un sentido, media vuelta y volviendo a arar en sentido contrario, y así hasta dejar preparado el campo para la simiente, lo que los griegos llamaban “bustrófedon” o camino de bueyes, hace honor a su nombre, Felipe, del griego phil-hipos: “Aquel a quien le gustan los caballos”, y trata de poner a los catalanes responsables del “desafío” a sus pies, a los de los caballos quiero decir. Mal pronóstico para los miembros más publicitados del procés, desde Puigdemont hasta Forcadell, desde Trapero hasta Jordi Sánchez. Y es que los límites de la libertad están marcados por la presencia del prójimo, ese otro, como decía el filósofo y teólogo cristiano Emmanuel Levinás, que entra en conflicto con nuestra libertad. El tren del procés se va a ir descuajeringando conforme los aparatos represivos pongan en funcionamiento todo su arsenal, que es mucho, de inhabilitaciones y multas coercitivas hasta encarcelamientos, pero no todo será guay para quienes confían en la aplastante superioridad del Estado, hasta el momento puesto en evidencia por la mayor imaginación y astucia de los soberanistas. El orgullo que nace de la desgracia hace que el lamento puede convertirse en un canto triunfal y los catalanes pueden sentirse orgullosos de pertenecer a un pueblo que nunca ha humillado a otro. Deseo fervientemente que la creciente tensión e indicios de fractura entre catalanes acaben en un abrazo fraternal si son capaces de orientar adecuadamente la superficie de sus respectivas velas para aprovechar los vientos, incluso adversos. Porque ¿donde está dicho que la fraternidad es fácil? Miren, si no, la Biblia.