HACE catorce años, precisamente en un artículo publicado en este mismo medio, con el que colaboraba habitualmente, uno de los políticos más lúcidos que ha dado la izquierda en los últimos años, Enrique Curiel, patentaba la expresión “choque de trenes”, en aquella ocasión dirigido a la situación en Euskadi.
Interesado por lo que ocurría por estos lares, al igual que por lo que acontecía en Catalunya, Curiel analizaba ambas desde su atalaya de Madrid. Siempre partidario de la construcción de puentes, lo hacía desde posiciones sensatas, reflexivas, sosegadas, llamando al consenso, a la negociación y al acuerdo, muy alejadas del mundanal ruido actual. Estaba empeñado en solucionar las viejas tensiones centro-periferia, en estos instantes agudizadas.
Hoy cualquiera utiliza la expresión, desde luego pocas veces con el espíritu que él le dio. Afortunadamente, en Euskadi poco se parece la situación actual a la que vivíamos por aquel tiempo, pero lo que entonces parecía más alejado, que ese choque se produjera en Catalunya, está a punto de producirse.
Allí no solo va a ocurrir una peligrosa situación el próximo 1 de octubre. También -y no podemos obviarlo para hacer un análisis correcto de la situación- han ocurrido dos acontecimientos que probablemente tengan un efecto sobre lo que pase ese día. Por un lado, los terribles atentados de Barcelona y Cambrils, más la explosión en Alcanar, con un balance de 24 fallecidos, 16 ciudadanos inocentes asesinados y 8 terroristas entre abatidos y muertos en la citada explosión. Probablemente, la ciudadanía se enfrente al 1-O aún conmocionada, aturdida por eso hechos, interrogándose del por qué de tanta desolación, de tanta sinrazón. Han muerto gentes que paseaban tranquilamente por esas calles en el instante equivocado, pero también jóvenes entre 17 y 28 años, que hasta ese momento eran considerados de los nuestros, buena gente con un comportamiento ejemplar. Ni robaban, ni se comportaban mal, ni estaban metidos en la droga. Chavales “normales”, con todo lo que esa palabra pueda suponer.
Entiendo y comparto el dolor de los familiares y allegados de los asesinados, pero también los de los terroristas, y de la comunidad musulmana de nuestro país, que se convierte así para muchos en un “daño colateral”. Porque entender, también, el sufrimiento del otro no significa ni mucho menos amparar sus barbaridades y crímenes. Simplemente es un deber de quien se considera persona de bien, demócrata por encima de lo “políticamente correcto”. Musulmanes son los que mueren a miles en Siria, o pasando el Mediterráneo, gentes que sufren la guerra, el hambre, que ven morir también a sus mujeres e hijos. Musulmanes, aquellos que con los mismos mimbres de esos 12 jóvenes no eligen la senda de la yihad y el crimen. Musulmanes, sus familiares y amigos, o los imanes que predican un islam de paz y concordia. Musulmanes, quienes trabajan o estudian codo con codo a nuestro lado, con nosotros. España, Madrid en concreto, es el lugar donde el fatídico 11-M asestó el zarpazo más cruel de esa yihad asesina y que a pesar de eso supo reaccionar con sensatez, priorizando la cabeza a las entrañas y siguió siendo una ciudad de acogida, multicultural y plural. Esa misma Madrid que incluso al poco tiempo, pudo hacer una multitudinaria manifestación contra el racismo y a favor de los refugiados, diferenciando de manera nítida entres los criminales de los que no lo son. Ojalá Barcelona, Catalunya entera reaccione así.
Después, todos juntos, España, Catalunya, Europa deberán analizar qué se ha hecho mal en los últimos 30 años, para que se haya quebrado de esta manera la convivencia. Para que jóvenes, algunos nacidos aquí, que han estudiado, jugado al futbol, compartido experiencias con nuestros hijos, hayan optado por ese camino irracional. Porque en esta ocasión no eran peligrosos combatientes venidos de Siria, ni gentes delincuentes del mundo de la droga, esta vez eran personas de familias estructuradas, que muchos trabajaban o estudiaban, no bebían, no fumaban, deportistas. Como decía una de sus vecinas, “ciudadanos ejemplares”.
Debemos por tanto comenzar a preguntarnos cuánto de culpa, más allá de lo fácil que resulta asegurar que les han lavado el cerebro, tienen las imágenes que ven en TV, o en la prensa escrita, de los bombardeos en Siria, Irak, Afganistán o las muertes al intentar pasar el Mediterráneo. La imagen del niño español inerte sobre La Rambla recordaba a la del niño sirio Aylan, justo ahora hace dos años, en esa playa de Turquía. Es cierto que al primero le ha asesinado un conductor criminal, mientras que al segundo lo mató el mar. ¿O fue quizás nuestra indiferencia ante el sufrimiento de su gente?
¿Justifica eso esta acción canallesca? Por supuesto que no, pero para curar una enfermedad, para aplicar un tratamiento eficaz hace falta tener el diagnóstico acertado. ¿Solo con medidas policiales, o de colaboración internacional absolutamente necesarias es suficiente? ¿O debemos parar también como sea las guerras en esos lugares? ¿Su odio, su ansia de venganza es producto del trabajo del imán, o también de las imágenes de sufrimiento que ven en los MCS? ¿Cómo es posible que entre los centenares que adoctrinaba unos escojan ese camino y otros no? De lo correcto de las preguntas que nos hagamos y lo que es más importante, de lo acertado de las respuestas, tendremos unas u otras consecuencias y acertaremos con las medidas a aplicar para evitarlo. Yo me quedo con la imagen y las palabras de Haifa Oukabbir, hermana de dos de los terroristas que participaron en los terribles actos, Moussa, abatido en Cambrils, y Driss, detenido por la policía. En ellas se pueden encontrar soluciones.
Después vino una manifestación surrealista, porque lo que debió ser un gran acto unitario de repulsa contra la barbarie se convirtió en una fuente de disputas y discordias, incluidas entre los diferentes cuerpos policiales, especialmente a cuenta de un supuesto aviso de la CIA. Quizás si el PP no hubiera bloqueado durante años la integración de la Ertzaintza y los Mossos en Europol estas cosas no ocurrirían. Lamentable.
Pero que no se equivoque el Gobierno del PP intentando desprestigiar a un cuerpo policial como los Mossos d’Esquadra y a su responsable máximo, el mayor Trapero. Porque los va a necesitar en la jornada del 1-O, especialmente a este último (por cierto, considerado “españolista” por los sectores más radicales del independentismo y que ya afirmó en su día que hará lo que le ordenen los jueces).
¿Llegaremos a eso? ¿Llegaremos a medidas radicales de aplicar el artículo 155 de la Constitución, o poner a los Mossos entre la espada y la pared? Viendo a Rajoy y su gobierno parece lo más probable. ¿Es posible parar ese “choque de trenes” que ahora parece inevitable? Por supuesto, no hay nada imposible en política, pero hacen falta estadistas capaces de ser generosos, audaces e imaginativos. Solo Pedro Sánchez y su nuevo PSOE pueden lanzar propuestas desde esa posición. ¿Cuáles? Un pacto para presentar ya una moción de censura que elimine el escollo fundamental: Rajoy en La Moncloa. Después, acuerdo de realización en un plazo breve de tiempo de una consulta legal en base al artículo 92 de la Constitución, interpretado desde la visión de que se puede aplicar solo en el ámbito de Catalunya. Y si resultara afirmativo, compromiso de crear las condiciones para realizar un referéndum en el plazo de 1 o 2 años. Además, llegar a un nuevo pacto fiscal que busque la manera de equiparar Catalunya a Euskadi y Navarra. Y por último, abrir un proceso constituyente, que permita reformas en nuestra Constitución que nos lleven a un Estado Federal Plurinacional. A cambio el Govern suspendería el acto del 1 de octubre.
¿Utopía? ¿Eso pararía el choque de trenes? De momento. Y desde luego impediría soluciones de vencedores y vencidos a partes iguales, de la mitad de la población catalana contra la otra mitad. ¿Seremos capaces?