DICEN que fue Pedro (quien luego sería San Pedro) quién preguntó a Jesús, “Quo vadis Domine?” (¿A dónde vas, Señor?). En nuestro cancionero euskaldun tenemos aquello de “Maritxu, nora zoaz eder galant hori”? (¿A dónde vas, Maritxu, tan guapa y elegante?). El futuro siempre ha sido una incógnita y en los tiempos que corren las incertidumbres son cada día más acusadas.

El que suscribe, que fue joven hace decenios, estudió en Sarriko Economía General (subrayo lo de General porque me atraía más la macro que la micro, el pensamiento global más que el especifico), entre los años 75 y 80 del siglo pasado. Salíamos de una oscura dictadura, la crisis económica era galopante y el horizonte no estaba nada claro. Sin embargo, puede que por inconsciencia, por ignorancia o porque éramos jóvenes, afrontábamos el futuro con ilusión, optimismo y esperanza. Quizá también porque era el primer miembro de mi familia en poder ir a la universidad y me sentía afortunado.

Cada generación, solía decir Ramiro Pinilla, tiene la certeza de ser frontera entre el fin de algo y el principio de otra cosa. A pesar de tan elevados pensamientos, a nuestros jóvenes de hoy en día, con la mejor de las intenciones, se les recomienda que estudien cosas prácticas, es decir con salida profesional. Por eso, entre otras cuestiones, los estudios humanísticos (filosofía, historia, literatura?) quedan relegados. Se consideran cuestiones irrelevantes. El mensaje dominante es que hay que estar bien preparados en cuestiones técnicas, productivas y de alto impacto económico. Y, no obstante, estamos consiguiendo tener en paro, empleo precario o en la emigración a la juventud que decimos que es la mejor preparada de la historia.

Lo curioso es que nadie tiene una bola de cristal para saber qué tiene más salida profesional, sobre todo, dada la tendencia a ser sustituidos por la robótica, primero en trabajos de tipo rutinario o repetitivo pero cada vez más en todo tipo de actividad.

Hace más de 2.000 años, Confucio ya decía que convenía elegir una ocupación que gustase porque era la forma de no trabajar nunca. Por tanto, no le llevemos la contraria e intentemos hacer lo que nos gusta, si bien, lógicamente, sin morirnos de hambre. Y, desde luego, mejor trabajar para vivir, que vivir para trabajar.

Además, formarse en pensamiento crítico, en cultura, en humanismo, sirve para dotar de sentido a la propia existencia. Puede ser vitalmente necesario para asegurar la subsistencia (aunque, hoy en día, puede que lejos del domicilio habitual) tener una formación técnica cualificada, pero para saber para qué vivir -como le gustaba a Montaigne- y para poder dotar a la propia existencia de significado, hace falta algo más.

Citamos varios ejemplos. Beber de los clásicos, prestar oídos a todo el mundo y la mente a nadie, no limitarse a ser un eslabón en una cadena, tener empatía, propiciar la colaboración espontánea, tener amor por el trabajo bien hecho, p perseverar en la solidaridad, cuestionarlo todo como le gustaba también a otro Miguel, a Unamuno; dialogar en persona y debatir en grupo, no solo mediante WhatsApp, Twitter o correo electrónico; el roce hace el cariño, dicen. Es preciso despertarse con ilusión y pensar que la vida merece la pena. Carpe diem (vivir el momento), como sugería Horacio; ser humilde y sentirse realizado, ser honrado y sentirse feliz, darse cuenta de que lo esencial es invisible a los ojos, como decía Saint Exupery. Quien procura ser curioso, no envejece nunca. Hay que recordar que la dignidad no consiste en poseer honores sino en merecerlos, como decía Aristóteles; y no tomarse la vida demasiado en serio, ya que al final no se sale vivo de ella y, en todo caso, percatarse de que hay vida antes de la muerte, como dice Punset. También poder recoger lo que se siembra, cultivar buenas acciones y honestos comportamientos; saber, cómo decía Camus, que el éxito es fácil de obtener, que lo difícil es merecerlo; percatarse, volviendo a Montaigne, de que hasta en el trono más elevado del mundo nos tenemos que sentar con nuestro propio trasero.

El futuro no está escrito, ni para bien ni para mal. Pero como es donde vamos a pasar el resto de nuestros días, debemos estar preparados. En nuestro ADN educativo debemos procurar tener un núcleo duro (de pensamiento crítico, de visión global, de humanismo, de cultura general?) junto a núcleos periféricos (de conocimientos más concretos y específicos) complementarios, flexibles y adaptables a las circunstancias cambiantes. No será posible sobrevivir de forma digna intelectualmente en el mundo que ya está aquí si no se tiene la visión general. Y seguramente no será posible sobrevivir de forma digna económicamente si no se tiene la flexibilidad para captar los conocimientos específicos cambiantes. Hay que procurar tener ambas visiones para no ser un simple algoritmo manejable por terceros (en terminología del historiador Harari) y seguir siendo un homo sapiens (lo de ser homo deus es demasiado pretencioso). Desterremos los pensamientos agoreros y afrontemos el porvenir con ilusión. Que los jóvenes intenten conjugar sus gustos con sus ocupaciones. Hay que procurar vivir con la antena puesta, tener resilencia, y recordar a Darwin cuando decía que no son las especies más grandes y más fuertes las que sobreviven sino las que mejor se adaptan al medio.* Analista