SUENA un poco raro afirmar que las columnas de la democracia son la virtud y el bien del pueblo. Si, desde hace tiempo, cada día percibimos que destacados miembros de la clase política son juzgados y condenados, después de pruebas fehacientes de corrupción, podemos preguntarnos por qué no se produce un cambio real. Hay quien presume de que el auténtico juicio es el de las urnas y, si se consiguen votos a pesar de todo, está garantizada la legitimidad. Y lo mismo sucede cuando un pueblo elige democráticamente a dirigentes que se acercan al totalitarismo, aunque algunas de sus medidas sean éticamente reprobables, porque lo que buscan en realidad es alguien que los dirija con ideas simples y les prometa seguridad.

Parece que la mentira, por un voto, por uno solo, se convierte en verdad. No es de extrañar, que con tanto vaivén, la conciencia ética sea una veleta que siempre está en el aire y que no toca tierra. Pero en el fondo nos encontramos con una masa social acrítica y con una conciencia ética muy débil. Eso en absoluto significa una justificación para acudir al gobierno de las élites o para quitar el derecho de voto a cualquier persona. Pero es sospechoso que aquellos gobiernos más corruptos o más inclinados hacia el totalitarismo acaparen o controlen medios de comunicación y recorten los recursos destinados a la educación y la cultura. Que no despierte la masa, que primen los debates futbolísticos o los programas televisivos de cotilleo cutre.

A veces da la impresión de que los partidos afectados quieren limpiar las cuadras. Pero el zorro no es el más adecuado para cuidar el gallinero, aunque hemos de reconocer que tenemos los gobiernos que nos merecemos. Es nuestra responsabilidad. Y precisamente porque ha habido votaciones, es más fácil eternizar el sistema. Parece verdad que el bipartidismo y la alternancia eran el salvoconducto para que nada cambie, y el reparto de votos entre más opciones es una oportunidad para el saneamiento de la democracia, porque dialogar, pactar, implican siempre una mayor riqueza. No se trata de algo nuevo en nuestro entorno. Pero cuando sigue habiendo millones de personas en el paro o cobrando sueldos que difícilmente alcanzan a final de mes, las declaraciones engañosas o demasiado optimistas solo sirven para reforzar a las grandes empresas o corporaciones que, no por casualidad y, sobre todo en obra pública, son parte sustancial del elemento corruptor, como una actividad más de su departamento de relaciones públicas.

Las batallas de ego y las luchas por poderes personales son la enfermedad infantil de quienes deberían ofrecer una auténtica alternativa de cambio, aunque reconozcamos que no todo es tan simple y que hay en el trasfondo otras cuestiones ideológicas y de estrategia de cambio que tienen su peso. Nada se resuelve en dos plumazos.

Al capitalismo puro y duro le interesa mantener que se desenvuelve en democracia, aunque no exista verdadera democracia económica, y hace todo lo posible por comprar la llamada democracia formal, a la que otros sectores llaman democracia tonta. Las pérdidas y ganancias que se computan en un informe no analizan los sentimientos de las víctimas del sistema, el colchón de personas paradas e inactivas, víctimas de demasiadas variables.

Si una parte significativa de la ciudadanía sigue considerando que Europa sigue produciendo burócratas no elegidos, o gobiernos donde la corrupción es la norma, el no votar, el desinformarse, el refugiarse en el propio cubil o el votar con gran desinformación de lo que realmente se vota, se pueden seguir convirtiendo en una salida tonta, también porque luego las consecuencias incluyen a la totalidad. Y la salida de esperar a que todo se pudra para actuar, o de lanzarse al monte de la calle y la barricada inmediatamente nos recuerda que muchas revoluciones han terminado beneficiando posteriormente a otros colectivos diferentes a los que presuntamente se pretendía beneficiar, mientras los daños colaterales pueden ser incontables.

Armar una alternativa necesita ciertamente liderazgos, pero con una amplia masa de personas críticas dispuestas también a perder confort, algo en coherencia con las propuestas, para que aumente la igualdad y disminuyan las diferencias. A día de hoy, no se ve el camino abierto para tal viaje. Las promesas de una cierta estabilidad y progreso, en un contexto tan grande de corrupción, pueden ser la gran cortina de humo a la hora de paralizar avances sociales, de legitimar, por medio de las urnas, la situación, tenga las alcantarillas que tenga. Las palabras virtud y bien del pueblo siguen sonando raras. Nos lo temíamos.