EUrOPA está preocupada por Trump, por el avance de los populismos intransigentes, por su futuro, ya que se debate si se deba impulsar o no una Unión a varias velocidades. A eso se le suma que los partidos liberales tradicionales están en crisis, sin liderazgo, mientras avanzan nuevas formaciones que desconfían de los logros del pasado, ante el temor de una crisis generalizada. Y la necesidad de incrementar los gastos militares, ya que Trump ha advertido que no piensa ser el guardián de la seguridad europea. Y, sin embargo, se están dando paralelamente en el mundo situaciones terribles. Y la ONU pide ayuda con suma urgencia. En Yemen, Somalia, Sudán del Sur y Nigeria, los conflictos armados están consumiendo sus recursos y hay 20 millones de seres humanos en una grave situación de hambre y, por ende, de indefensión. El jefe de operaciones humanitarias de este organismo, Stephen O’Brien, ha hecho un llamamiento para reunir 4.400 millones de dólares con el fin de asistir a estas personas. Porque, de otro modo, el futuro de estos países será aún más desesperado. No solo por la suerte que podrán correr quienes no puedan acceder a las fuentes de alimentos, sino a la imposibilidad de los niños de acudir a las escuelas, cercenando una parte importante de sus expectativas y las del propio territorio. Pero también, no lo olvidemos, por su efecto dominó: la presión que harán los refugiados en otros países, forzando a nuevos desplazamientos, inestabilidad y movimientos de población.
De Yemen a Nigeria De los países antes señalados, Yemen es en donde la situación es más desgarradora, ya que dos tercios de su población (18 millones de habitantes) necesitan asistencia y otros 7 millones no saben dónde encontrar alimento. La guerra entre el gobierno y los hutíes ya ha provocado 7.400 muertos desde marzo de 2015. Pero, además, ha derivado en que haya miles de desplazados. En un régimen en donde las estructuras económicas son tan frágiles, la guerra es como un huracán que lo devora todo a su paso. Porque impide las actividades cotidianas, el gobierno no actúa, no hay medios para asistir a las personas y, sobre todo, garantizarles normalidad, factor que determina poder desarrollar una vida digna. Mientras prosiga ese enfrentamiento, la población vivirá sometida a la tiranía del miedo y la inanición, ante la imposibilidad de encontrar ayuda. Pero, aunque la ONU ha conseguido que se dé un acuerdo entre las dos partes, la ayuda que están recibiendo, para paliar los estragos del enfrentamiento, cada uno de los bandos las está repartiendo a discreción, siguiendo sus propios intereses.
Somalia, por su parte, otro Estado fallido, es otro territorio de referencia, ya que aquí sí que no existen unas estructuras de gobierno ni tan siquiera de nombre: los clanes, los señores de la guerra y los yihadistas luchan cada cual por su parcela de poder. Como consecuencia, de los 6,2 millones de habitantes, cerca de la mitad están amenazados por la hambruna, entre ellos, hay un millón de niños que sufrirá malnutrición grave. En Sudán del Sur, la guerra civil que asola el país desde diciembre de 2013 ha provocado que 7,5 millones de personas necesiten ayuda inmediata. Y, finalmente, en Nigeria, los islamistas radicales de Boko Haram hacen que la vida en el país sea insegura, y que unos 7,1 millones de personas tengan graves problemas para lograr alimentos.
La solidaridad y el compromiso por parte de los países que integran la ONU es esencial para, por lo menos, paliar tales dramas humanitarios. Aunque, mayormente, lo que hace también mucha falta es acordar políticas que nos permitan atajar tales conflictos. Porque hay que pensar seriamente en que tales contextos nos afectarán tarde o temprano. Las migraciones de población del hemisferio sur al norte son cada vez más importantes, hacen que haya más presión en las fronteras y que nos veamos desbordados.
Así no podemos seguir No podemos poner freno impidiéndoles la entrada, negándonos a comprometernos con sus problemas que, a la larga, como humanidad, nos afectarán. Porque, aunque no podemos conocer los inescrutables designios de la historia, tampoco podemos ser tan incautos de creer que no es cosa nuestra. Ya hemos visto como la Primavera Árabe ha acabado por arrastrar a muchos países hacia el caos y el desorden.
Es posible que tras esas ruinas surja una sociedad más madura -lo dudamos- que acabe por consolidar unas estructuras de gobierno democráticas plenas y que muestre preocupación sincera por las condiciones de vida de su población. Tristemente, Libia, Egipto, Siria? fueron influidas por estos vientos de cambio que no han traído precisamente esos efectos positivos de momento. Hay que hacer un mayor esfuerzo, porque vivimos en un planeta más pequeño de lo que creemos, porque las catástrofes humanitarias no son inocuas, sino que derivan en que esta época en la que nos ha tocado vivir, tan desarrollada, marche a velocidades muy distintas en otros lugares. Y, ahí, donde no sobresalga la luz, habrá oscuridad y, por lo tanto, crueldad. La indiferencia con la que actuamos hace que los peligros que puedan desencadenarse sean aún mayores. Pensemos en la pequeña ola de atentados que vivimos en Europa por culpa de los yihadistas. Eso solo ha sido una muestra de la desesperación de los radicales, pero siempre puede ser peor.
La mejor defensa no es utilizar drones y aumentar el gasto militar, sino el compromiso con otros pueblos. Un compromiso que lleve a ver que en otros lugares la vida puede ser igual de digna que en el nuestro. De esta manera, no habrá terror, ni violencia, no crecerá la desesperación. Resulta paradójico pensar que se mitifica la Edad Media como una época oscura frente a otras del pasado. Pero no ha habido mayores ni más desgarradoras masacres que en el tiempo presente, cuando tantos millones de seres humanos se hallan desamparados y mueren de forma tan injusta. En nuestra mano está actuar y hacerlo pronto y bien.