PARA las nuevas generaciones que, en general, son poco dadas a reflexiones de tipo especulativo, como sucede con quienes se sienten hijos del mayo de 1968, la cuestión de quién es de derechas o de izquierdas resulta irrelevante. Sin embargo, no lo es tanto cuando vemos a bastantes dirigentes políticos que en sus declaraciones hacen referencia al tema, aunque de manera harto problemática, a veces incluso de forma despectiva e hiriente. Por ejemplo, ante el subir o bajar impuestos directos; o el mantenimiento de la gestión de servicios de interés general en manos públicas o su privatización; las políticas de acogida de refugiados o inmigrantes; el déficit y su enjuague por subida de impuestos o por deuda pública; la regulación de los mercados... Pero, ¿en qué demonios consiste ser de izquierdas o de derechas? ¿Se puede definir objetivamente o no es más que una cuestión ideológica, sujeta a la arbitrariedad?

La distinción tiene un valor, pero los criterios para justificarlo deben ser explicados, matizados y, sobre todo, contrastados.

¿Son ideas enfrentadas o complementarias? Para la derecha, las personas somos seres individuales con una serie de derechos individuales que debemos defenderlos. Para la izquierda, la sociedad está compuesta por seres sociales que pertenecen a clases sociales diferentes por la división del trabajo y la capacidad de dominio de unos sobre otros. Simplificando, los primeros priorizan la idea de libertad, los segundos, la de igualdad. Contraponerlas por sistema en la vida real nos lleva a la descalificación y al enfrentamiento, tampoco a separar la creación de riqueza de su justo reparto. La interrelación izquierda-derecha es otra vía más de implementar el odio entre grupos y personas. Unos son el bien y otros, el mal. El bien está en el pueblo, en la gente, y el mal, en la clase dirigente. Los de arriba, contra los de abajo, la mayoría contra la minoría, los de dentro contra los de fuera, nosotros contra ellos?

Es verdad que la derecha defiende el mérito, el trabajo y el esfuerzo, pero ignorando que estos valores están condicionados por la desigualdad económica. La izquierda exige cooperación, pero ésta no es sencilla. Tanto la derecha como la izquierda se blindan, acusando a los que les critican de reaccionarios. La izquierda protesta con razón contra los recortes y la libertad de los pueblos, pero apoya sin rubor regímenes dictatoriales que niegan los derechos políticos y sociales más elementales. Muchas veces, para desacreditar a la izquierda, se le ha identificado con una utopía insensata. Y a la derecha, con la defensa de una riqueza dudosa.

El término izquierda se usa de forma continuada para señalar un espacio y una determinada actitud política. Es correcto afirmar que la economía debe estar al servicio de todos, pero especialmente de los más débiles, y que la democracia no tiene sentido donde se dan grandes desigualdades económicas y sociales, por lo que el Estado debe redistribuir la riqueza y sostener las políticas de bienestar social. En la vida política, a veces, gobiernos denominados de derechas continúan aplicando políticas de sus predecesores de izquierda y viceversa. Hay múltiples ejemplos. Son muchos los que aplican la moraleja: “Haz lo que tu competidor haría de manera exitosa y, si puedes, mejórala”.

Está bien afirmar que otro mundo es posible, pero sabiendo que hay que actuar sobre las limitaciones que nos impone el que habitamos. Es más fácil unirse a la confrontación y la protesta que a la propuesta. Para la izquierda siempre se hace demasiado poco en el nivel macro, para la derecha siempre es suficiente lo que se hace y hay que apoyar más la iniciativa privada. En la izquierda es un imperativo la revisión doctrinal, la derecha es más ecléctica. La derecha prefiere contextos menos politizados, priorizando valores como la eficacia, el orden y los aspectos técnicos.

¿Si pragmatismo o cambio revolucionario? La diferencia entre ambas partes muchas veces no es clara y menos definitiva, pues además de las grandes ideas, se exigen programas concretos. La gente quiere propuestas factibles de cómo se van a llevar a cabo en la realidad. En nuestros pueblos los problemas son tan complejos y tienen tantas perspectivas, que las soluciones no se pueden plantear de forma simple. Muchas veces, las intermedias son las más realistas.

Es cierto que necesitamos personas de gobierno y profesionales íntegros. Pero sobre todo, necesitamos pueblo consciente y preparado. Por eso, nuestra democracia es todavía de baja calidad. Un auténtico cambio político, de los que no admite marcha atrás, debe apoyarse en una base cultural asimilada desde la familia, la escuela y la sociedad, escuchando y respetando al discrepante y enseñando a pensar y actuar responsablemente. No son pocos los que se levantan creyéndose de derechas y se comportan como de izquierdas, como los que igualmente se despiertan como de izquierdas y terminan en el bando opuesto. Una vez más, los hechos y la praxis de la vida diaria superan la magia interesada de las palabras.