uNA burbuja es una simple pompa de jabón, que todos hemos conocido jugando de niños. Sin embargo, pocas palabras hay que nos permitan tantas aplicaciones diferentes.
Sin duda, la expresión más usada de burbuja es para términos económicos. El caso estándar es el inmobiliario: los precios de los pisos van subiendo, subiendo y subiendo sin parar hasta que todos los agentes económicos creen que continuarán haciéndolo de forma indefinida y actúan en consecuencia. Es decir, todos a comprar. Sin embargo, en un momento dado, se da uno de estos dos supuestos: o alguien decide comenzar a vender y los demás le siguen o simplemente ya no se puede comprar. Siempre habrá personas que hayan adquirido su inmueble para especular y querrán venderlo cuanto antes para obtener la mayor ganancia posible. No obstante, se crea una estampida en la que el sistema se colapsa, quedan unos precios ridículos y deja ganadores (unos pocos) y perdedores (la mayoría).
No todas las burbujas son inmobiliarias, hay múltiples posibilidades. La estándar, después de la inmobiliaria, es la de la Bolsa: ¿quién no recuerda el hundimiento de la acción de Terra hace unos años cuando todo el mundo no hacía más que comprar acciones correspondientes a todas las empresas asociadas a la tecnología? Hay otras burbujas menos comentadas, como la de las bodegas. En su época, muchos famosos invertían en el suculento mercado del vino y muchos fueron detrás. Hubo un estallido que no fue tan mediático como otros e incluso hoy en día existen bodegas abandonadas.
¿Corremos hoy el riesgo de estar sufriendo alguna burbuja? Aunque a nivel de negocio no está claro, a nivel monetario el Banco Central Europeo no deja de introducir dinero en el sistema, comprando diferentes activos financieros y destacando entre ellos el de la deuda de los países. Esto conlleva dos riesgos. Primero, los Estados tienen incentivos a endeudarse a gran escala ya que los tipos de interés asociados a la deuda son muy bajos. De esta forma, no se hacen las reformas estructurales necesarias en las economías y los países se acostumbran, en terminología del economista Daniel Lacalle, al “gas de la risa monetario”. Por otro lado, existe un riesgo de alta inflación para el futuro. Es algo lógico y sencillo: si en un sistema económico introducimos más y más dinero, tarde o temprano los precios suben. Sin duda, la burbuja monetaria es un asunto peliagudo.
Hay más burbujas posibles. Una es la que tenemos nosotros mismos dentro de nuestro microcosmos. Paul Krugman, Premio Nobel de Economía, se preguntaba cómo era posible (pese al espinoso asunto de la interferencia rusa) no haber visto que Donald Trump iba a ganar las elecciones. Y su contestación sobresaltaba por la lógica y humildad: él se encontraba en su burbuja y no había podido ver más allá de su ámbito intelectual. Pues bien, tiene razón. Se trata de bajar a la calle, de trabajar a pie de campo. No es algo habitual: todos vivimos dentro de nuestro mundo particular. Ese problema que con razón se ha achacado a los políticos (más preocupados por sus batallas internas que por las ideas que puedan generar las políticas adecuadas para mejorar la vida de la población a la que representan) lo tenemos nosotros mismos. Es decir, vemos la realidad desde nuestra perspectiva. Desde nuestra burbuja. Cuesta mucho salir de ella: es nuestra zona de seguridad y confort.
Los ejemplos abundan. Personas bien colocadas argumentan que los parados “no se esfuerzan lo suficiente” por encontrar trabajo. Los profesores dicen que “los alumnos están más pendientes del móvil que de aprender, siempre quieren hacer el mínimo esfuerzo”. Sin embargo, para los alumnos “los profesores no se preocupan de que nuestra formación sea la mejor”. Para los empresarios, “los trabajadores solo desean ganar su sueldo e irse a su casa”. Para los trabajadores, “el empresario solo desea ganar el mayor dinero posible sin pensar en nuestras condiciones laborales”. Como las personas de un ámbito tienden a juntarse con personas de su mismo contexto, sus opiniones se hacen más sólidas y las posibilidades de conflicto futuro son mayores. Normal: nos gusta acudir a las personas que piensan como nosotros para reafirmarnos en nuestras creencias e ideas.
Salir de nuestra burbuja sirve para tener más empatía con los demás, estimula nuestra imaginación y además nos permite comprender cómo actuamos nosotros mismos. No somos tan diferentes: simplemente, todos respondemos a incentivos.
Hay más burbujas, aunque me preocupa mucho una. Se encuentra sola y abandonada, y si no se cuida va a estallar sin remedio. Para ello, se deben buscar mecanismos para que pueda mantenerse fuerte y vigorosa, ya que su estado actual es muy delicado.
Se llama Tierra, y gira alrededor de una cosa grande y amarilla en medio de un inmenso océano cósmico.