LA frase “si llueve, me mojo” indica una obviedad a partir de una causa, la lluvia, y su efecto: nos mojamos. Existen más frases con una causalidad definida, como por ejemplo, “la deuda sube porque el gobierno ha aumentado gastos sin subir ingresos” o “si estudio más, mis notas mejoran”. Son cuestiones muy claras. Otra frase con una causalidad evidente que lleva demasiado tiempo de moda: “la corrupción hace que algunos políticos roben”.
Sí, socialmente tendemos a buscar una causa para cada suceso. Como este verano hemos pasado mucho calor, ha sido debido al cambio climático. Si ha descarrilado un tren, ha sido por un despiste del conductor. Si vienen muchos refugiados, la culpa es de la guerra de Siria. Si existe menos trabajo, es debido a que vienen “los de fuera” a quitarlo. Todas estas frases tienen un vicio común: dar una causa sencilla a un fenómeno complejo. Es un diagnóstico erróneo y como tal generará soluciones equivocadas.
Los acontecimientos citados tienen muchas causas, las cuales operan en diferentes escalas y pueden dar resultados distintos según el ámbito en el que se desarrollen. En Túnez, un vendedor ambulante se quemó a lo bonzo y generó la revolución árabe, quebrando todo el sistema político de la zona. En China, las protestas populares fueron aplastadas a sangre y fuego y el sistema se mantuvo (recientemente ha ocurrido lo mismo en Etiopía).
En la vida real, un efecto puede ser debido a muchas causas y una causa puede generar muchos efectos. Además, existen dos sesgos de percepción adicionales que tienden a confundirnos todavía más entre causas y efectos. Son la causalidad inversa y la correlación.
Se habla de causalidad inversa cuando valoramos una relación causa-efecto en sentido contrario del real. El ejemplo estándar es el de los nadadores. Todos tienen unos cuerpos especiales, los cuales parecen ser efecto del duro entrenamiento al que se someten. Sin embargo, es al revés: tener ese cuerpo les permite destacar en el medio acuático. Esa relación es evidente en el baloncesto: no por practicar ese deporte nos hacemos más altos. Al revés, entre las personas de mayor estatura se hace una selección natural. Es así; no han existido estrellas de la NBA de menos de 170 centímetros.
La causalidad inversa tergiversa completamente nuestra percepción ya que incluso ocurre que a menudo una causa y un efecto se retroalimentan constantemente. Si el efecto es positivo, hablamos de “círculo virtuoso”. En caso contrario, de “círculo vicioso”. Por ejemplo, los países más pobres, ¿lo son debido a sus malas instituciones? ¿O es que la pobreza genera malas instituciones? ¿La corrupción genera recesión económica o la recesión económica genera corrupción? ¿La mala gestión genera listas de espera o el hecho de que haya listas de espera genera mala gestión? ¿Alguien pierde los nervios debido a una provocación objetiva de otra persona o los pierde debido a que percibe los actos de la otra persona como provocación? En otras palabras, ¿de quién es la culpa? Incluso podemos plantearnos otras posibilidades más divertidas; si en el gimnasio vemos personas con sobrepeso, ¿es debido a que ir al gimnasio engorda, ya que nos sentimos más libres para caer en tentaciones culinarias? ¿O las personas que van al gimnasio son aquellas que desean perder peso? Si bien la respuesta en este caso es intuitiva, en los anteriores no lo es tanto.
Pasamos ahora a la correlación. Esta palabra es sinónimo de asociación. Es decir, decimos que dos variables tienen correlación si cuando sube una, otra sube o baja. Por ejemplo, el peso y la altura. A más altura, más peso. Sin embargo, correlación no es causalidad. Y ese es un error muy extendido. En un estudio famoso en Estados Unidos se comprobó que en una muestra de ciudades, conforme más policía había, más delitos se cometían. ¿Era un caso de causalidad inversa? No. Había una causa oculta: el tamaño de las ciudades. A más tamaño, es necesaria más policía pero también, al tener más habitantes, tiene lógica que se cometan más delitos. La conclusión es muy clara: correlación no implica causalidad. Es lo que siempre nos hemos preguntado de muchos de los sucesos que vemos. ¿Por qué? La relación sencilla que pensamos suele ser falsa. Puede haber muchas causas, muchos efectos. Puede ser causalidad inversa. Puede ser correlación que no implique causalidad. Y es que el mundo es difícil de comprender. Por eso, un truco recomendable es “la reiteración de los porqués”. Es decir, repetir la misma pregunta hasta llegar a la causa final. Hagamos una prueba. ¿Por qué una empresa va mal? No genera ingresos. ¿Por qué? Su producto no se vende. ¿Por qué? Los clientes no lo compran. ¿Por qué? Hay otro semejante mejor. ¿Por qué? Otras empresas han ajustado costes. Ya sabemos lo que toca. Ajustar, mejorar la calidad o cerrar.