ESTE es un club con millones de adeptos. Aquí te encuentras a perdedores y desesperados, ciudadanos excluidos, individuos muy aparentes pero malogrados, hombres y mujeres que han traicionado sus sueños, gente con mala fortuna y peor cabeza y casi todos los seres humanos, más o menos inteligentes, que quieren cambiar su suerte pero no saben cómo. Desean lo mismo, aplicado a su historia: tener una oportunidad. Sí, nada menos que una oportunidad, quizás la última. O la primera. Una, la única que podrían conseguir. Realmente, aquí se experimenta la grandeza de una de las experiencias más sugestivas de la vida, la oportunidad, que no es una redención, sino la viabilidad de una meta que quien la recibe se siente capaz de alcanzar por su propio mérito y esfuerzo. Una opción para reivindicarse, una alternativa para la validación personal, el precio de su autoestima. No hay en el universo de lo humano nada más digno y sublime que la idea de oportunidad, en la que se contiene todo nuestro espíritu y también su fragilidad. El que demanda una oportunidad pide algo así como un préstamo -muy caro, porque apenas tiene avales- para invertirlo en la conquista o reconquista de su destino.
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