¿Sopela? ¡Si siempre se ha dicho Sopelana!
SEGÚN hemos podido leer en la prensa de estas últimas semanas, un municipio vizcaino ha decidido cambiar de nombre. La forma castellana hasta ahora vigente, Sopelana, ha pasado a denominarse oficialmente, por decisión de su ayuntamiento, Sopela. En general, el cambio ha sido acogido favorablemente por los vecinos, pero también ha habido personas que, al ser preguntadas por ello, han manifestado su extrañeza, argumentando que siempre la han conocido como Sopelana. Otro tanto se podría decir sobre denominaciones como Lejona o Fruniz (en lugar de las formas actuales Leioa y Fruiz) Y ello es cierto, pero... no es toda la verdad, pues se nos olvida un detalle: añadir en qué lengua se decía y escribía así. Es indudable que esas personas no mienten al afirmar que ellas siempre han oído y dicho Sopelana, pero falta añadir "siempre expresándose en español".
La realidad es que los habitantes vascohablantes de la zona, tanto de este municipio como los de los pueblos vecinos, utilizan la palabra Sopela para denominarlo, diciendo: Sopelan bizi da, Sopelara noa, Sopelatik hona etorri gara... en lugar del castellanismo Sopelana. Esa ha sido la razón de que la corporación municipal, de acuerdo con el dictamen de la Real Academia de la Lengua Vasca Euskaltzaindia, haya decidido adoptar el topónimo vasco como nombre oficial de esta localidad de Uribe Kosta.
Y no se trata de un caso aislado. Lo mismo ha ocurrido en los municipios vizcainos de Fruiz, Galdakao, Laukiz, Leioa, Lemoa, Lemoiz u Otxandio. Si nos fijamos un poco, en todos ellos se da un mismo fenómeno fonético: se ha perdido una 'n' entre las vocales. Podemos encontrar muchos más ejemplos de ello a lo largo de toda la geografía vasca. Así, en Álava, Miñao (en castellano Miñano), Zerio (cast.. Ceriano); en Gipuzkoa, Arroa (cast.. Arrona), Oikia (cast.. Oiquina), Lazkao (cast. Lazcano) o en Navarra, Alduate (cast. Aldunate), Dorrao (cast. Torrano) o Taxoare (cast. Tajonar). Como salta a la vista, la pérdida de las antiguas enes simples intervocálicas es una característica típica del euskara, y, curiosamente, también del portugués. No olvidemos que el actual nombre de Lisboa procede de la anterior forma Lisbona, que en el pasado se utilizaba en castellano. Esa ene perdida se mantiene, no obstante en las formas inglesa y francesas: (ingl. Lisbon, fr. Lisbonne).
Volviendo al tema, tal como nos enseña la filología vasca, en el euskara antiguo existían dos tipos de enes. Una de ellas era similar a nuestra ene actual, que por evolución ha desaparecido en vasco moderno (koroa- corona, katea-catena 'cadena', limoi- limone), ardao-ardano, o bien pervive en forma de 'h' aspirada en los dialectos vascos del norte de los Pirineos, como se ve en las palabras ahate-pat (lat. anate), ohore-honor (lat. honore). Existía, además, otra ene, más fuerte, escrita generalmente como N mayúscula, que en el vasco de nuestros días se ha convertido en n normal, y que aparece en palabras como anaia-hermano, en el nombre propio Eneko, o en las palabras ene-mío o kana-caña... Hay constancia de que este fenómeno comenzó a producirse hace ya más de mil años y respecto al nombre del municipio aparecen documentadas las formas Sopela (apellido ya citado en 1820), y el topónimo local Sopelabaso 'bosque de Sopela'.
Desgraciadamente, hasta finales del siglo pasado, los vascos no hemos tenido opciones de aprender nuestra lengua e historia propias en la escuela oficial y por ello resulta habitual, aunque injusto, que la mayoría de nuestra gente ignore la cultura y tradiciones de su propio país. Por ello, al recuperar el patrimonio cultural del pueblo, como ha hecho esta vez el ayuntamiento al declarar oficial el nombre vasco del municipio, sería bueno explicar de igual manera, si es que aún no se ha hecho, la historia y razones del cambio, para el conocimiento de todos los vecinos.
Pensemos, por otra parte, que la cultura básica comienza por saber las cosas de nuestro entorno y que no es buena señal, por poner un ejemplo, que sepamos situar en el mapa lugares tan lejanos como Katmandú, Manila o Tegucigalpa, mientras ignoramos el nombre genuino y popular del nuestro domicilio habitual.