TODO empezó con el segundo mandato del presidente Obama. Sabedor de que no puede repetir como presidente electo de los Estados Unidos, redobló sus esfuerzos para sacar adelante su reforma sanitaria, lo que se ha venido en llamar Obamacare remedando el nombre del pírrico seguro médico actual de la Administración norteamericana. En realidad, el programa médico y hospitalario para personas con muy pocos recursos se llama Medicaid, pero se suele confundir con el programa básico de seguro de salud para los mayores de 65 años y/o personas con discapacidades (Medicare). Eso sí, cada estado tiene sus propias reglas sobre lo que puede cubrir Medicaid y quienes tienen derecho a recibir este beneficio.

Por tanto, nada de un derecho subjetivo y universal de la salud sufragado entre todos. Allí están muy lejos de lo que aquí nos quieren laminar so pretexto de recortes imprescindibles en los derechos fundamentales. El problema es que la tijera avanza y la mejoría, no. Tocamos fondo, nos dicen, pero como estamos dentro de un traje de buzo, semejante lastre nos impide subir a la superficie.

Pero sigamos con despropósito yanky. Inesperadamente, el Tribunal Supremo norteamericano apoyó los principios de la reforma sanitaria sobre la que el presidente Obama tanto apostó, convirtiendo en una victoria lo que casi todos preveían como derrota. En el eterno debate -de mentirijillas- entre la libertad individual y papel del Estado, las coberturas públicas esenciales llevan las de perder. Ahora, la victoria de los demócratas consiste en que la ley que se aprobó en marzo de 2010, avalada por el TS, introduce la obligación de contratar un seguro médico privado. Pero los casi 48 millones de personas en EE.UU. que no tienen un seguro médico podrían acceder a uno a precios asequibles y, en algunos casos, beneficiarse de subsidios federales si se desbloquea este disparate. Esas facilidades supone destinar 930.000 millones de dólares entre 2014 y 2022. Para los republicanos del Tea Party, esta pretensión de Obama es anatema "porque cuesta dinero" además de ser una "intromisión inaceptable" en la vida de los ciudadanos que verían cómo la penalización económica por no tener seguro no se iba a considerar como una multa sino como un impuesto, ay, palabra maldita.

Ni un paso atrás. Por eso han vetado el presupuesto aun a riesgo de paralizar el país y provocar un colapso económico mucho mayor que el coste de la iniciativa de Obama. "No podemos permitirnos el Obamacare", ha declarado Reince Priebus, presidente del Comité Nacional Republicano. Y se ha quedado tan tranquilo ante el desastre muchísimo mayor que los suyos pueden causar al país con su irresponsabilidad.

¿Qué hacer ante la inesperada resolución del TS? Parece que los republicanos pueden permitirse la paralización del país impidiendo el incremento del techo de la deuda pública. Con un par. Y todo con tal de que ¡se retrase un año! la entrada de esta mayor cobertura médica compartida, que mejorará la cobertura del servicio sanitario de su compatriotas más necesitados. Y no se han quedado ahí, pues igualmente han rechazado un impuesto sobre dispositivos médicos que generaría cerca de 30.000 millones de dólares en 10 años para ayudar a financiar el programa de salud. Lo que algunos republicanos pretenden ahora viendo la firmeza de Obama es negociar el retraso de la entrada en vigor de esta reforma, a cambio de liberar el techo de gasto.

Estos chantajes en toda regla a costa de casi todos, ya ocurrió en 1996, y provocó un recesión que aun duran sus coletazos. Lo peor de todo es que la economía norteamericana nos afecta, y mucho, por la dichosa globalización financiera; ahí nos tienen bien cogidos. Sin embargo, ellos pueden tener peligrosas disfunciones económicas que el Sistema no es capaz de resolver, ni siquiera en Estados Unidos. La decadencia está servida. El peor enemigo no es Irán ni China; está dentro de casa.