No sé con precisión cuándo se creó el problema, soy de la opinión de que nadie lo sabe con precisión. Por otra parte, no sé si tiene interés alguno discutir sobre si la originalidad de la historia y la singularidad catalana son las que dan carácter al problema o entrar en la discusión sobre los fundamentos jurídicos de las razones que esgrimen unos y otros, apelar a la teoría de la democracia para hallar la justificación de las razones que mueve la reivindicación que se expresa en la cadena humana que une Cataluña el 11 de septiembre o emplear los efectos de la imitación y la difusión para hallar vínculos en otros lugares. Sé que el derecho es un instrumento importante, pero también que las apelaciones al valor de la norma puede ser uno de los campos en discusión cuando las cosas no están claras para todos los que tienen que vivir respetándolas. El llamamiento al derecho propio se encuentra con aquellos que otros exhiben para desafiar la interpretación de los derechos de los primeros. La lucha de dioses también tiene normas jurídicas, pero no hay que olvidarse que estas funcionan mejor si todos se reconocen en ellas, tienen legitimidad y, sobre todo, inspiran confianza, tanta que todos naturalizan las normas creyendo que son las únicas posibles.

La cadena humana que exhibe la reivindicación del día de la Diada en Cataluña es un movimiento cívico social extraordinariamente incómodo para las élites políticas. El movimiento catalán tiene algunas características que la política tradicional tiene serias dificultades para encajar, entre otras cosas porque las élites políticas manejan convicciones interesadas, convencionalismos y la retórica está plagada de supuestos tautológicos del siguiente tenor: "Las cosas son como digo que son". ¿Por qué es tan incómodo el movimiento cívico social catalán? Porque por una parte tienen claras las preguntas y las respuestas y, por otra, se mueve por la fuerza de las convicciones simples, con un discurso público reivindicativo atravesado por la ilusión, las expectativas y la inteligencia emocional.

La composición del movimiento es concluyente: transversal, interclasista e interfamiliar -abuelos, hijos y nietos juntos-, plagado de nuevas generaciones politizadas con discursos basados en principios éticos y en buenas prácticas y no tanto en el juego del pragmatismo de la política tradicional del logro y el beneficio, de la táctica o la estrategia. No ven España como una referencia para el futuro, sino como el corsé que les molesta. Están a favor de sí mismos, no en contra de casi nada. El objetivo de la reivindicación es sencillo, el problema no está en la falta de definición o en la complejidad de la causa que alumbran, todo lo contrario, es un movimiento que se sostiene desde la "simple complejidad" de la reivindicación del derecho a decidir el vínculo con el Estado, lo que tiene como consecuencia la clara definición de los objetivos.

Son, precisamente, las consecuencias que desata la objetividad de lo simple donde se encuentran las claves del éxito de esta forma de protesta. Para las élites políticas -de dentro y fuera de Cataluña- lo simple de la reivindicación encierra gran complejidad en su tratamiento porque lo que provoca es la puesta en cuestión de algunos supuestos de los que se han servido las élites políticas; en unos casos para interpretar el sentido del Estado; en otros, la ubicación de Cataluña dentro de España, y en casi todos, las tácticas y estrategias que sostienen la retórica de la política tradicional. Una de las consecuencias más interesantes es sobre los sentidos de la política, o mejor aún, qué es la política o la política para qué. Ante las preguntas, la política tradicional está desnuda, de hecho no se saben bien las respuestas que ofrece. Por contra, la virtud primaria del movimiento es que se pregunta y responde, lo hace fuera de la complejidad de la toma de decisiones y de las muchas y diversas implicaciones de la política tradicional.

El PP y el PSOE saben, y si no deben aprenderlo rápido, que las respuestas al uso a este tipo de iniciativas no valen. Los datos apuntan que el recorrido de este movimiento no puede detenerse con requiebros sobre el tratamiento fiscal o sobre la revisión de algunas competencias contenidas en el Estatuto. Ya no es tiempo para eso. Probablemente, ninguno de los partidos a los que se destina esa respuesta -CiU especialmente- puedan presentar los contenidos de esas propuestas como medio para el arreglo posible, entre otras razones porque CiU no controla ni canaliza los objetivos del movimiento. El PSOE, más tibio en sus expresiones, pero igual de confuso que el PP, echa mano de la regla de oro que, a modo de mantra, extiende en los momentos delicados cuando se trata de la organización del Estado: la organización federal, previa reforma constitucional. A esta respuesta parece también que se le pasó el tiempo.

Los partidos catalanes no lo tienen, paradójicamente, más fácil. El presidente Mas, CiU y Esquerra saben que lo que el movimiento expresa les lleva en volandas a una situación que, en gran medida, ellos no pueden manejar en todos los extremos. Por una parte, deben canalizar las expectativas, la emoción y los sentimientos expresados por la cadena humana que unió Cataluña, pero deben hacerlo sin todos los instrumentos que les permitieran canalizar el flujo de sentimientos populares y, seguramente, sin el conocimiento y la capacidad de innovación política necesarios para buscar respuestas a las demandas que suscita. Las reglas básicas de la política tradicional son, en gran medida, ineficaces para enfrentar las consecuencias que desata la simple complejidad del movimiento sabiendo, como saben, que la frustración por no cumplir las expectativas desatadas puede abrirse paso si los objetivos que definen la energía afectiva ciudadana movilizada no se cumplen. Pero, ¿cuáles son las posibilidades reales de las élites políticas y de los partidos catalanes para cumplir estas expectativas? Difícil y problemática respuesta .

La vicepresidenta del Gobierno del Partido Popular dice que hay que escuchar a todos. Tiene razón. Los regímenes democráticos tienen fórmulas para escuchar a todos y enfrentar situaciones de esta naturaleza. Lo que ocurre es que la respuesta que debe ofrecer debe ser también novedosa e innovadora, al menos, a la altura de las cualidades demostradas por el movimiento cívico catalán. El referéndum, las consultas, son instrumentos de los que el Estado se sirve para preguntar a los ciudadanos. Es esta la mejor manera para que la mayoría silenciosa, los movimientos que hablan, los que andan y los que están parados, puedan pronunciarse. El derecho a decidir es el instrumento para hablar y decir qué se quiere y cómo se quiere.

Las élites políticas en España debieran haber aprendido que la crisis de la política y la desconfianza ciudadana hacia la política y los políticos, tiene que ver no tanto con la exhibición de los principios -difíciles de ver, por cierto, a estas alturas- sino con la incapacidad de los métodos, la retórica y las formas y maneras de tratar los problemas. La ausencia de discurso o la reiteración de la vieja cuña de la unidad de la patria, del sentido del Estado... enfrenta, en estos momentos, preguntas para las que el Estado no tiene respuestas. Se puede aducir lo que se quiera en defensa de la unidad del Estado, pero no se puede, y no se debe, huir del problema, utilizar el ejercicio desnudo de la autoridad, ignorar lo que no se entiende, esconder lo que no interesa o creer que el tiempo hará su trabajo agotando al movimiento cívico. En todos los casos, el resultado es no querer ver el grado del problema, sus límites y consecuencias.

La consulta aparece en el horizonte como el uso de la democracia en un tiempo donde las estrategias políticas tradicionales no funcionan y debe despejarse el terreno para otras ofertas, otras maneras y otros métodos para presentarlas, basadas en estrategias de seducción. No se trata de imponer, hay que convencer. Los catalanes movilizados dicen, y probablemente también muchos de los que están parados, que quieren pronunciarse y decidir el vínculo que les une al Estado español, otra cosa es la decisión final que el conjunto de la ciudadanía pueda adoptar, pero esto solo las urnas pueden aclararlo. Querer decidir no es prejuzgar el resultado de la decisión, sino la única manera de que los ciudadanos movilizados, los que no lo están, los que hablan y los que se callan, puedan pronunciarse sobre tan importante asunto en las urnas. Regenerar la política también es esto.