ANUNCIABA Alicia Sánchez Camacho que la esperada respuesta de Rajoy a la carta de Mas pidiéndole que autorice la consulta o referéndum llegaría después del 11 de septiembre. El dato induce a pensar que el presidente del Gobierno español quería ver antes el resultado de la Vía catalana, la cadena humana por la independencia de la Diada catalana, que esta vez no ha quedado oscurecida en el ámbito internacional, donde habitualmente había predominado, por coincidencia, la atención al 11-S de Estados Unidos y hasta al Pinochetazo en Chile.

El año que viene no ha sido elegido al azar para programar la convocatoria soberanista a las urnas. Como muchos saben, se cumplirá el tercer centenario exacto de la caída de Barcelona en manos de los Borbones durante la guerra de Sucesión, que acabaría entronizando al primero de la dinastía, Felipe V, quien con su Edicto de Nueva Planta acabó con el sistema ancestral de autogobierno y derecho catalanes, y pretendió también suprimir la lengua y la cultura propias de Catalunya.

Pero antes, en este mismo 2013 coinciden también otras efemérides, recordatorios de hechos trascendentales que los historiadores preferidos del ministro español José Ignacio Wert no tienen ningún interés en rememorar.

El día siguiente a la fiesta nacional catalana, pero hace ocho siglos, el 12 de septiembre de 1213 se libró la batalla de Muret, muy cerca de Toulouse, en la que el rey Pere el Católic, en defensa de sus feudatarios de Occitania, como el conde local Ramon VI, se enfrentó a las tropas de Felipe II de Francia y de los cruzados en nombre del Papa encabezados por Simon de Monfort que combatían a los herejes albigenses, o cátaros (como continuaría siendo la dinastía de Navarra, hasta Enrique IV, el de "París bien vale una misa").

Con la derrota, que conllevó la muerte del propio monarca catalán, y como tantas veces con la religión como excusa, la corona catalana acabó su expansión, y gran parte de su presencia, al norte de los Pirineos en beneficio de Francia. Y, aún más, el sanguinario Simón de Monfort tomó bajo su amparo al hijo único de Pere el Católic, luego emancipado y conocido, él sí, por la historia oficial española como Jaime I (Jaume I el Conqueridor). Ocho siglos se han cumplido de uno de los hechos sin los cuales el mapa político europeo sería sin duda bien diferente.

Ni ocho, ni tres. El 12 de diciembre de 1913, hará exactamente 100 años, un decreto del entonces primer ministro español Dato creó las "mancomunidades", entidades que a partir de entonces podían unir las diputaciones provinciales de territorios homogéneos. Era un viejo proyecto presentado por Enric Prat de la Riba, desde que su partido, Solidaridad Catalana, ganó claramente les elecciones provinciales de 1907. A diferencia del café con leche para todos que admitía el papel, la única que realmente se constituyó (a principios del año siguiente) fue la Mancomunitat Catalana, con una asamblea formada por 36 representantes de Barcelona y 20 por cada una de las tres restantes.

El artículo sobre esta entidad política que se difunde en la red con membrete de la Generalitat reconoce que la Mancomunitat no tenía más competencias que las anteriores reconocidas a cada diputación pero, por aquello de la fuerza de la unión, su poder -y potencia- fue eminentemente superior, presidida por Prat de la Riba hasta su muerte y después por el arquitecto reconocido como figura del modernismo, Josep Puig i Cadafalch, hasta que la entidad fue suprimida en1925 por el dictador Primo de Rivera, catalán de Reus y uno de los ejemplos más claros de hasta qué punto resultan poco favorables a los intereses de su país de procededencia los catalanes que llegan a gobernar a España desde Madrid.

Aquel embrión, que el promotor quiso y no pudo definir con el nombre histórico de Generalitat, fue uno de los precedentes más cercanos a la proclamación de la República Catalana por Macià en 1931 y de la Generalitat presidida por el mártir Companys en virtud del Estatut del 32, tan sólo siete años después.

Y junto a los centenarios (octavo) de la batalla de Muret y (primero) de la Mancomunitat Catalana, se celebra, este sí y con todos los honores en el Principat, que no en el resto de la Península el "año Salvador Espriu", por los cien años que se han cumplido del nacimiento del reiterado candidato sin éxito al Nobel de Literatura, natural de Arenys (el primer pueblo donde se organizó la consulta local y oficiosa sobre la independencia de Catalunya), renovador del teatro y autor de obras poéticas tan reivindicativas como La pell de brau. También de versos que han quedado como lemas, entre los cuales, "Ens mantindrem fidels per siempre més / al servei d'aquest poble" (Nos mantendremos por siempre fieles / al servicio de este pueblo). Cualquiera diría que el calendario de efemérides se ha puesto también a favor de la reivindicación catalana.