LA actual corporación municipal de Lemoa, con la alcaldesa de Bildu a la cabeza, ha vuelto a sacar los trapos sucios del anterior equipo de gobierno, presidido entonces por el PNV. En una primera entrega fueron los gastos derivados de las comidas oficiales, y de manera significativa, el desembolso público en puros habanos. Ahora, en una segunda dosis de escandalera, la representación de la izquierda abertzale ha divulgado la cuenta que el anterior Consistorio arratiarra se gastó en bebidas alcohólicas y en dietas de kilometraje. Todo absolutamente reprobable y merecedor de la censura más contundente.

En los tiempos que corren, alguien podría esperar que el partido afectado -el PNV- intentara esconder la cabeza debajo del ala, que negara el comportamiento impropio de su ya exmilitante, y defendiera su inocencia atacando al adversario. El "tú más" se ha convertido en la práctica común del discurso político en boga cuando una irregularidad es destapada.

Y sería fácil contestar a la Izquierda abertzale -hoy acción acusadora- recordándole su miserable comportamiento reciente en la mayor corrupción que el ser humano es capaz de cometer (la eliminación física del adversario a través del asesinato, la extorsión o la persecución ideológica). Cabría, también, responder a la denuncia equiparándola con comportamientos irregulares, cuando menos, en territorios o corporaciones gobernadas por quienes hoy se presentan como fiscales populares. Pero no. Extender la suciedad no hace sino manchar a todos por igual y el perjudicado global de esta tesis del ventilador sería el compromiso público de centenares de hombres y mujeres honestos que desarrollan su actividad sin tacha y como servicio a la colectividad.

Si el alcalde anterior de Lemoa, su equipo de gobierno, se extralimitó en sus funciones; si su comportamiento con el dinero público no fue riguroso, si su comportamiento personal fue reprobable, pídansele explicaciones, apártesele de la acción pública, oblíguesele a pedir perdón y a restituir, si ha lugar, el trastorno económico ocasionado. Y si se cree que ha delinquido, acúdase a los tribunales, apórtense las pruebas que haya contra él y déjese a la justicia que actúe.

El PNV no ha tenido reparos en reconocer que falló el control interno para impedir una conducta pública inapropiada. No le han dolido prendas en pedir perdón públicamente a la ciudadanía de Lemoa por el nefasto ejemplo de su representante municipal y tampoco le ha temblado el pulso a la hora de solicitar la baja en su formación de quien ha vulnerado el código de conducta ético que tiene adquirido para el conjunto de su militancia, y de manera especial para quienes ostentan responsabilidades públicas.

El PNV sabe que el daño ocasionado por la mala praxis de sus gestores en Lemoa es relevante, que le costará recobrar la confianza de la ciudadanía y que para hacerlo deberá restituir a su marca partidaria los valores perdidos de transparencia, honestidad, austeridad y servicio a la comunidad.

Centenares de mujeres y hombres trabajan honradamente por hacer mejor la calidad de vida de sus ciudadanos. Sin horarios, sin opción de lucro, perdiendo tiempo de conciliación familiar, con el escaparate público abierto de par en par a la crítica y, en ocasiones, las descalificación injusta. Todos ellos, se merecen un respeto. Y ese respeto debe comenzar por el comportamiento honesto de todo cargo público.

Si alguien pretendiera ser recompensado con café, copa y puro, por su puesto, sobra en la política vasca. Al menos en el PNV.

La izquierda abertzale ha vuelto a la gestión pública después de años de renuncia propia inicialmente, y de ilegalización después. El comportamiento de muchos de sus nuevos gestores hace pensar que su encuentro con las instituciones fuera la inauguración de un nuevo tiempo democrático. Como si el mundo empezara con ellos. Y no se dan cuenta de que la Euskadi de hoy, la que todos y también ellos disfrutan, es gracias a que otros la hicieron posible.

Mientras ellos levantaban muros de barricadas otros atendían las necesidades básicas del país. Tal vez se equivocaron en ocasiones, pero mientras ellos destruían, otros construíamos patria.

Ahora es fácil poner el dedo en la llaga del error o destapar actuaciones comprometidas. Y todo se engrandece, se magnifica, para en una estrategia preestablecida, derribar la percepción social mayoritaria de que el PNV gestiona y ha gestionado bien.

No es casual la agitación y propaganda que EH Bildu lleva a cabo con los puros y las copas de Lemoa. ¿Por qué no ha acudido la izquierda abertzale ante la justicia ordinaria para denunciar el caso? ¿Por qué la actual alcaldesa no ha tenido a bien remitir la información que obra en su poder al PNV, como esta formación se lo ha pedido? ¿Tal vez porque prefiere más el ruido que las nueces? La maquinaria publicitaria de la izquierda abertzale ha anunciado ya una "tercera entrega" del affaire. Otro "cuaderno negro" con el que infectar las redes sociales con rumores, sospechas y acusaciones veladas que se quedarán nuevamente al borde de la calumnia y sin ser llevadas ante un juzgado.

Mientras, en Gipuzkoa, el diputado general se enfundaba la corbata para, visiblemente enrabietado, acusar en comparecencia de prensa a todos los partidos de la oposición de acosar al ejecutivo que preside.

Que se pida cuentas por la ruptura unilateral de los contratos de la planta de tratamiento de residuos, que se exijan explicaciones por el no cumplimiento del acordado plan anticrisis, que se lleve a los tribunales a quien condiciona la contratación pública a imposiciones laborales, que se proteste por imposibilitar -como Rajoy en el Congreso- comparecencias pedidas por la mayoría? es calificado por la izquierda abertzale de "acoso" a la Diputación Foral.

¿Todavía no se han dado cuenta de que en democracia el ejecutivo debe estar sometido al control de la oposición? Cuando no se dispone de la mayoría parlamentaria suficiente, y EH Bildu no la tiene en Gipuzkoa, el ejecutivo debe intentar alcanzar acuerdos para hacer respetar su posición. Ahora bien, cuando se actúa con el "ordeno y mando", como si se ostentara una mayoría absoluta sin tenerla, se corre el grave riesgo de perder la perspectiva y hasta el sentido común. De ahí que se crean acosados, víctimas de un contubernio. Y lo único que han descubierto es la democracia y sus reglas de juego. Pero eso es harina de otro costal.

Quien despilfarra el presupuesto en café completo o en decisiones arbitrarias como rescisiones de contratos con indemnizaciones millonarias, debe ser borrado de la actividad pública en Euskadi. Sea alcalde o diputado general. Por principio ético, por respeto a la ciudadanía y por rigor de custodia de presupuesto público.