NO sé si Rajoy ha podido disfrutar de las etapas alpinas del Tour de Francia. El presidente español es un apasionado del ciclismo y siempre que ha podido ha hecho escala en su agenda de trabajo para seguir el devenir de la Grande Bou-cle. Cuentan que en una ocasión tuvo a una delegación gubernamental esperando durante más de una hora en la antesala de su despacho mientras él, fumándose un puro, seguía por televisión una etapa ciclista de la ronda gala.

Esta semana no creo que haya tenido el cuerpo txirrindulari.

Y le habría venido bien evadirse un poco. El espectáculo ha sido memorable. No ya en lo deportivo, donde "la apuesta española" no ha podido con Froome, sino en lo visto a ambos lados de la carretera. Se habría divertido al ver cómo la gente hace el ridículo a raudales.

Las tiendas de disfraces galas deben hacer el agosto anticipadamente. En Alpe d'Huez vimos a Spiderman, a Superman, al diablo y a un sinfín de personajes desinhibidos que vociferaban como posesos al paso de los corredores. Alguno nos enseñó su trasero y hasta un espontáneo paseó ante las cámaras enfundado en uno de esos bañadores compuestos por unos tirantes que sirven para sujetar los genitales. Vaya huevos.

Banderas en las cunetas, estandartes reivindicativos, maillots, pancartas... todo se exhibe al paso de los "esforzados de la ruta". Cualquier día veremos a un espectador con un cartel que ponga "vendo opel corsa". El escaparate es inmejorable y los ánimos de los aficionados parecen encendidos. Lo que no entiendo es la devoción que tienen algunos por correr al paso de los deportistas. Gordos, flacos, viejos, jóvenes... no dudan en acompañar a los ciclistas en paralelo a trote cochinero a riesgo de hacer caer en cualquier momento a los escapados. Con una cámara en ristre -o un teléfono- invaden la calzada en chancletas para inmortalizar su gesta de idiotas en movimiento. No tardará en llegar el día en que uno de esos patéticos korrikolaris se lleve un premio especial por su sprint: un buen bidonazo que les quite las ganas de acosar al pobre ciclista.

Un conocido, Casimiro Amiano, al que todos apodamos El Contorsionista, me comentó el otro día al término de la etapa que él recomendaría a los organizadores del Tour llevar en este tipo de circuitos a los pastores de San Fermín en el coche neutro que acompaña a los escapados. "Ya ibas a ver qué bastonazos se ganaba más de uno". Sí, en ocasiones, se echa en falta la presencia de el tío de la vara. En el ciclismo y en otros ámbitos. A Mariano y a sus compañeros de partido parece haberles visitado recientemente. La paliza que llevan a cuestas, para algunos bien merecida, les ha dejado baldados. Y, pese a todo, no espabilan.

Las últimas revelaciones del denominado caso Bárcenas han puesto al presidente español y a su partido bajo la sospecha de haber mantenido, durante dos décadas, una actividad política sustentada en, digámoslo suavemente, la irregularidad. Posible financiación ilegal, cobro de sobresueldos incompatibles, donaciones opacas, doble contabilidad... han llenado páginas de periódicos, minutos de informativos y primeras planas audiovisuales de aquí y de allá.

Quien fuera hasta hace cuatro días su tesorero -antes, gerente-, acuciado por una investigación judicial que buscaba el origen de su fortuna extraviada en paraísos fiscales, parece haberse revuelto ante el desamparo de los propios y, en su nueva residencia de Soto del Real, ha decidido morder la mano de quien hasta hora le daba de comer. Luis Bárcenas ha escuchado en su apartamento penitenciario la música del "quinto levanta, tira de la manta.." y ha tirado del mantón.

Cuando su nombre apareció en escena hace ya unos meses, oí un comentario que decía que, intencionadamente, alguien "de dentro" había lanzado un misil contra el PP que había perforado "la Santa Bárbara". Bastaba ver si la explosión era controlada o si, por el contrario, se produciría una detonación en cadena. Tras los primeros rifirrafes de desmentidos y acusaciones varias, el PP se puso la coraza para evitar males mayores. Pero la mecha había penetrado ya en el polvorín.

Cuando el caso Bárcenas pasó de El País a El Mundo, lo que hasta entonces parecía fruto de una pugna política se convirtió en escándalo reconocido. Cosas que ocurren en el objetivo universo de los medios de comunicación españoles. Las filtraciones directas al diario de Pedrojota coincidieron con la nueva comparecencia de Bárcenas ante el juez y las revelaciones tomaron cuerpo e indicio fundado.

La coraza ya no era suficiente. El PP y Rajoy, como principal afectado, debían dar explicaciones. La aparición en portada de periódico de comprometedores mensajes intercambiados entre el extesorero y el presidente del Gobierno español impactó con inusitada virulencia. El PP había intentado por todos los medios apaciguar a Bárcenas y este rompió amarras.

Las principales fuerzas políticas de la oposición exigieron respuestas. Rosa Díez se apuntó la primera a la moción de censura. Rubalcaba dijo primero que no, luego que sí, más tarde, que ya vería. Cayo Lara reiteró aquello de "elecciones anticipadas ya" y vascos y catalanes firmaron conjuntamente una petición de comparecencia urgente ante la permanente del Congreso. La mayoría absoluta popular siguió acorazada. Como Gromiko ante las Naciones Unidas, el PP reiteró una y otra vez el niet. Y cada negativa minaba un poco más la ya desvencijada credibilidad interna y externa del Partido Popular y de su presidente, Mariano Rajoy.

Pasados los días y analizados los datos publicados, especialistas en derecho parecen llegar a la conclusión de que, desde un punto de vista judicial o penal, será muy difícil que las imputaciones hechas llegar por Bárcenas al juez Ruz puedan prosperar. La ausencia de pruebas -más allá de las testificales-, la prescripción de algunos de los hechos o la difícil demostración de la veracidad de los datos aportados pueden hacer que el caso destapado quede en agua de borrajas. Pero una cosa es la investigación judicial, que confiemos prosiga hasta el final con independencia y rigor, y otra el descrédito y el daño que este escándalo haya causado al PP y al conjunto de la política.

El Partido Popular lo sabe. Ha tenido tiempo de estudiar la coyuntura. Y está convencido de que la presión política interna (lo que digan o pidan el resto de fuerzas) les importa bien poco. Su mayoría absoluta les blinda en las instituciones. Además, el Partido Socialista está hecho unos zorros y, pese al desgaste del partido del gobierno, no es capaz de rentabilizarlo ni una décima. Por eso, les da igual que Floriano, su portavoz emergente, haga el papel de bobo esférico en sus comparecencias de prensa (contestar a las acusaciones mirando a los ERE de Andalucía). O que Cospedal cometa errores de bulto al admitir donaciones para su campaña electoral. Su comportamiento es como el de los chiflados del Tour que jaleando al líder le pueden hacer caer y perder la carrera. Centrado ya Bárcenas como "un delincuente" ajeno, conocida su caja de bombas, el PP puede esperar a que Pedrojota las siga haciendo explotar en pequeñas dosis. Está descontado. De la misma manera que parecen soportar la presión política de la oposición.

Lo que les desequilibra de verdad es el efecto devastador que el caso ha tenido en su crédito internacional. El Financial Times, en un editorial titulado "El venenoso escándalo de financiación irregular en España" decía que "es imperativo para el primer ministro español comparecer ante el Parlamento y decir la verdad sobre lo que sabe". A ese clamor se han sumado otros medios de comunicación y hasta entidades financieras de gran prestigio internacional.

Vaticino que Rajoy comparecerá en el Congreso. No sé ni cuándo ni qué dirá. Irá movido por la presión internacional. Ni por convicción ni por ganas. Fuera le están diciendo que se está "cargando a España". Es así. Su silencio desprende culpabilidad y convierte el caso Bárcenas en un episodio más de la larga lista de despropósitos de un país que se hunde en el descrédito. Un país en el que el antiguo presidente de la patronal es imputado por estafa, la judicatura está enfrentada y politizada, la Casa Real, involucrada en casos de corrupción; los bancos, rescatados tras haber dilapidado el dinero en operaciones especulativas... y con más de cinco millones de parados.

Lo que no sé es si Rajoy podrá ver tranquilo la Vuelta a España. Me temo que sí. Yo, como vasco, si me lo piden, les daría la independencia.

* Miembro del EBB de EAJ/PNV