ENVÍA el emperador de Roma a un pobre gladiador etíope a la arena con objeto de que se enfrentara con un feroz león de Abisinia. Para sorpresa de todo el Coliseo e indignación del César, el gladiador noquea al león de un solo puñetazo. Manda el César revisar los estatutos que rigen las lides de gladiadores de fieras y decide que los gladiadores no están autorizados a usar sus puños contra los felinos. Para eso tienen la red y el arpón. Pero al gladiador se le quitan las armas y se le atan las muñecas. Sin embargo, para mayor sorpresa y mayor iracundia del emperador, el gladiador derriba un tigre de Bengala con una certera patada en el trasero de la fiera. Colmada la paciencia del César, este ordena que se entierre al gladiador de marras en el centro de la arena no dejando más que su cabeza a ras de tierra, para ordenar seguidamente que le echen el más poderoso y temible de los leopardos. Enceguecido por el sol, divisa el leopardo a nuestro enterrado gladiador y de un salto inmenso y poderoso se lanza decidido a comerse su cabeza de un solo bocado. Sin embargo, el gladiador utiliza el brinco del leopardo para hincarle sus propios colmillos en las rotundas bolas de la fiera, que huye despavorida. Desde la tribuna, el César no resiste su indignación, se alza furibundo desde su trono y le grita desesperado: "¡Lucha limpio, gladiador inmundo!".

Era Juan José Ibarretxe vicelehendakari del Gobierno vasco presidido por José Antonio Ardanza. Se ocupaba de muchas cosas, entre ellas del desarrollo autonómico. Una vez me llamó para que le acompañara al palacete de Castellana 3, donde tenía su sede el Ministerio de Administración Territorial. Mariano Rajoy era su titular. Este nos recibió amablemente. Ibarretxe desgranó el contenido de nuestras reivindicaciones estatutarias. Habíamos negociado el acuerdo de investidura. Tocamos el apartado de Trebiñu. Solicitábamos poner en marcha el procedimiento y un referéndum para hacer real lo que es real a nivel de calle treviñesa, es decir, que quieren ser vascos y miembros de pleno derecho de Euzkadi. Se atusó la barba y nos dijo campanudo: "Pues es verdad. Treviño es Álava, no hay duda. Estamos hablando de un enclave que depende de Castilla y León pero está en Álava. Si en lugar de estar en Álava hubiera estado en Soria o en Murcia, no habría problema, pero está en Álava. Nada que hacer". Y se quedó tan pancho. Quiso decir que todo lo vasco hay que tratarlo como si se tratase de una potencia extranjera.

El pasado 26 de junio, en el control parlamentario de los miércoles, no fue tan claro. Habló como Cantinflas, olvidándose de lo que quiere hacer a la hora de racionalizar la Administración. "Existen previsiones legales -dijo Rajoy- que además están contempladas en la Constitución española, donde se asegura que la alteración de los límites provinciales debe resolverse en última instancia en el Congreso mediante ley orgánica". Es decir, nada. El Estatuto de Gernika fue el primer estatuto. En él se habló de los enclaves. ¿Qué ocurrió? Cuando se aprobó, mucho después, el Estatuto de Castilla y León, sabiendo lo que decía el Estatuto vasco, se cerró cualquier posibilidad de llegar a un acuerdo con los castellanos si estos no quieren. Y no quieren. Y todo por el dramatismo que le ponen a todo lo vasco. ¿No habían quedado que su España es plural? Pues no. Como con Kosovo. Nada de reconocerlo, aunque se queden solos. No vaya a ser que vascos y catalanes quieran lo mismo. En resumen: ¡Lucha limpio, gladiador inmundo!

Los vascos, hasta el siglo XIX, vivíamos relativamente tranquilos. Nos enfrentábamos a Lutero, íbamos a América, actuábamos de secretarios, gobernábamos nuestra casa y tratábamos de que no nos metieran en líos hasta que un mal día Bonaparte invadió España, puso a su hermano como rey y movió el avispero. Como consecuencia de todo aquello, llegó al poder uno de los mayores imbéciles y felones reyes que había en aquel escaso mercado borbónico: Fernando VII, que impuso como sucesión a su hija Isabel. Y nos metimos en una guerra carlista que terminó en una traición, la de Bergara, en 1839. Y hubo una segunda guerra carlista, en 1876, y volvimos a meternos donde no nos llamaban y de aquellas libertades en las que vivíamos solo quedó el pagar impuestos vía Cupo. Se concertó la fórmula, que un dictador asesino le quitó a Gipuzkoa y Bizkaia en 1937 por haber sido "provincias traidoras" y en 1980, gracias al PNV, se logró la devolución de aquel pacto. Ahora, a la fórmula se le llama "privilegio", cosa muy fea cuando la gente no llega a fin de mes. Y como en Madrid de historia saben lo que el rey de pagar impuestos, pues ¡hala!: "Lo de los vascos es un abuso, un privilegio inaguantable". "Oiga usted, ¿sabe la historia del Concierto?". "Pues no, ni me importa. Que se les elimine el privilegio. Todos los españoles tenemos que ser iguales". Lo malo de esto es que Montoro se frota las manos. La negociación del Cupo se encarece. ¡Lucha limpio, gladiador inmundo!

Se cumplen estos días 76 años de uno de los discursos más criminales e infames contra republicanos y nacionalistas. Fue el del usurpador alcalde de Bilbao (cuyo retrato orna hoy el ayuntamiento) José María de Areilza. Aquel discurso no solo subió la bilis de aquel Bilbao vencedor, sino costó la vida de muchos gudaris, milicianos y responsables republicanos que estaban en la cárcel de Larrinaga. Areilza, entre otras barbaridades, se metió a saco contra el lehendakari Aguirre. "Para siempre has caído tú, rastacueros del nacionalismo vasco, mezquino, rencoroso y ruin, que jugaste a personaje durante los once meses del crimen y robo en que te encaramaste al poder; mientras los pobres gudaris cazados a lazo como cuadrúpedos en las aldeas (grandes aplausos) se dejaban la piel en las montañas de Vizcaya, muriendo sin saber por qué, acaso convencidos de su ignorancia cerril de que luchaban por la causa de Dios".

Pasó el tiempo. Areilza dio el salto a su trapecio político y escribió en 1974 un libro, Así los he visto, donde hacía una semblanza totalmente distinta del lehendakari. Terminaba con esta perla: "Contemplé la dura y tenaz entrega de la vida de aquel hombre al servicio del estado con inacabable e incansable talante y de forma ejemplar y abnegada". Ocho años después, en 1982, me puse en contacto con Areilza para solicitarle permiso de reproducción del citado texto. Estuvo correcto y amable y me contestó con la siguiente carta manuscrita: "Mi querido amigo, Con mucho gusto accedo a su petición de que se reproduzca el capítulo de mi libro Así los he visto sobre la personalidad de José Antonio Aguirre. Quisiera modificar una sola línea del texto en cuestión. Para mayor claridad, le envío la página con la pequeña alteración que deseo efectuar. Le saluda con toda amistad. Areilza. 30 de mayo de 1982".

Efectivamente, en un pequeño trozo de papel, Areilza pedía: "Página 120. En la línea 15. ... fuesen sus opiniones políticas. Dijo en público, en plena guerra...". La rectificación nos la enviaba María, su secretaria. Había cambiado "errores y equivocaciones políticas" por "opiniones políticas". Era 1982. La anécdota es fantástica y muy descriptiva de la personalidad de Areilza. ¡Lucha limpio, gladiador inmundo!

El 21 de julio abdica el rey Alberto II, rey de los belgas, que no de Bélgica. El anuncio lo hizo en los tres idiomas oficiales: francés, flamenco y alemán. Unía su destino al del Papa Benedicto XVI, a la reina Beatriz de Holanda, y al jeque de Catar. Cuatro abdicaciones en tres meses. Me imagino que en Zarzuela las cuatro noticias habrán caído como cuatro patadas. Ya le dijo Juan Carlos al escritor Caballero Bonald cuando fue a visitarle tras recibir el Cervantes: "Estoy con muchas ganas de volver a dar guerra". Me imagino el susto en los elefantes en Bostwana y en los paniaguados de la marca España, que ya están organizándole viajes empresariales a Marruecos y a otros lugares donde hacer negocios, ya que el rey, "es un gran comercial". ¿Habrán querido decir comisionista? Juan Carlos quiere seguir en el machito como sea y no desea abdicar. Franco, su mentor, murió en la cama con las botas y los tubos puestos. Su hijo está cada vez más presente en todo. La España eterna necesita una monarquía juancarlista y el bipartidismo. Pero parece que los tiempos no van a ir por ese camino. ¡Lucha limpio, gladiador inmundo!