Y un largo etcétera...
El daño causado en lo económico, la imagen pseudobélica del país, el sambenito sobre casi todo lo vasco; las desbordadas corrientes de rivalidades y odios en la sociedad; la desconfianza casi total en la dignidad de la política... ¿No es un largo y pesado etcétera?
Y un largo etcétera... de innumerables e imponderables males en todos los órdenes de la vida, el económico, social, político, religioso y, sobre todo, humano del País Vasco. Digo esto al acabar de leer las cifras totales y detalladas de personas muertas (asesinadas), heridas, secuestradas, desaparecidas, amenazadas?, en el llamado caso vasco (1960-2013), según el Informe-base de vulneración de derechos humanos, presentado al Parlamento Vasco el 14 de junio: 1.004 muertos y 3.500-3.700 heridos a manos de ETA, con sus múltiples divisiones, de las Fuerzas de Seguridad del Estado y de grupos parapoliciales y de extrema derecha.
No es raro constatar que, cuando alguien realiza un buen trabajo -una recogida exhaustiva y minuciosa de datos entre cuatro personas durante cuatro meses, sintetizada en una treintena de folios-, se achaque a tal trabajo no ser suficientemente bueno, incompleto o incluso defectuoso, a juicio del crítico de turno. Esta vez, al día siguiente de aparecer el informe, este fue tachado de correr "el riesgo de equidistancia y neutralidad", así como de "falta de valentía interpretativa democrática". Los autores del informe habían advertido que se trata sólo de un "Informe-base" de "constatación de hechos y realidades", "no valoración ni interpretación de los mismos".
Sin cansar al lector con análisis detallados de los datos objetivos aportados, no tengo empacho en mostrar ciertas valoraciones, aunque solo numéricas, que a mi juicio se desprenden de la simple lectura de la información.
Si de las 1.004 personas muertas violentamente en este período, 837 se cargan a la cuenta de ETA, así como 2.600 de las 3.700 heridas, no hay equidistancia posible con los 167 muertos y 1.200 heridos, repartidos entre las Fuerzas de Seguridad del Estado y los grupos parapoliciales y de extrema derecha. La cruel y nefasta acción de ETA cuadruplica la de los otros dos autores juntos.
Además, al iniciarse el informe con el año 1960, comienzo efectivo de los atentados de ETA, las Fuerzas de Seguridad del Estado y los grupos paramilitares se cuelgan el cartel de "antiterroristas", como diciendo: "La culpa es de ETA. ¡Si ETA no hubiera comenzado?!". ¿Se libran, acaso, así de su propio terrorismo y crueldad? Evidentemente ¡NO! Pero es verdad que ETA es anterior. Y, sin embargo, tampoco ETA surge de la nada. Con el informe en la mano se diría que 1960 es un año neutro, en blanco. No. Estábamos en la mitad, en lo más álgido de los cuarenta años de la dictadura franquista. Una dictadura producto de una rebelión militar y de una victoria armada en una guerra civil con muchas decenas de miles de muertos y asesinados por ambas partes, que no dan validez ni garantías a ningún Estado de Derecho. El franquismo y su dictadura no lo han sido nunca y, sin embargo, no han sido oficialmente condenados. Quizás ETA no habría surgido si el franquismo no se hubiera ensañado con el País Vasco y los nacionalistas vascos como su mayor enemigo.
Con todo, ni en estos 15 años de la dictadura, 1960-1975, exculpo lo más mínimo a ETA. Sufrí el franquismo en mi familia y personalmente, aunque menos que otros muchos. Eso no cuenta. No exculpo a ETA ni política, ni ética ni humanamente. Desde que se impuso la libertad de expresión, rechacé y condené a ETA repetidamente desde este diario. Sus crímenes, los más numerosos en los 80 y 90 -y ya es dolor reducir personas muertas o heridas a fríos números-, pesan como una montaña sobre este país tradicionalmente pacífico.
De los muertos y heridos -94 y 746, respectivamente- que el informe atribuye a las Fuerzas de Seguridad del Estado, al no haber sido al parecer objeto de diligencias especiales sobre posibles excesos de aquellas a su debido tiempo, el informe solo separa los nueve muertos bajo custodia policial y los treinta durante manifestaciones y movilizaciones. Por tanto, habría que preguntar, a mi juicio, por qué no se llevaron a cabo tales diligencias tratándose de muertos y heridos que afectan o pueden afectar seriamente al propio Estado.
Quedan, por fin, 73 muertos y 426 heridos, a cuenta de los grupos parapoliciales y de extrema derecha. Estos grupos, aunque se llamen o consideren "antiterroristas", son por lo menos tan terroristas como ETA. Si de los atentados de esta, un número indeterminado -que la Federación de Víctimas del Terrorismo eleva a 341- ha quedado sin resolución judicial, de los perpetrados por estos grupos solo 33 han sido objeto de diligencias judiciales y solo 17 han llegado a sentencia firme. ¿Por qué?
El terrorismo más grave de estos -Batallón Vasco Español, Triple A, etcétera- es el de los GAL, que actuaron recién estrenado el gobierno socialista de Felipe González, entre 1983-1987, por ser auténtico y comprobado "terrorismo de Estado", que llevó a la cárcel a Rafael Vera, secretario de Estado, y a José Barrionuevo, ministro de Interior -sin que se tocara al presidente del Gobierno-, pero con un encarcelamiento de entradas y salidas con el que los jueces parecían burlarse de la Justicia.
Quizá el caso más paradigmático de esta guerra sucia de los GAL fue el de Enrique Rodríguez Galindo. Ofrecido voluntariamente, se hizo cargo, en 1980, como comandante de la Guardia Civil, del cuartel de Intxaurrondo, al que inmortalizó como antro de secuestros, torturas y asesinatos. Ascendido por servicios a la patria a teniente coronel en 1988, acorazada ya su pechera con diez cruces de distintas órdenes y otras tantas medallas al mérito y extendido a la vez por todo el País Vasco el siniestro tufo a podrido de Intxaurrondo, todavía el último Gobierno de Felipe González, 1995, tuvo el tupé de elevarle a general. "Ya solo nos falta -me comentó un amigo- que el rey le conceda el título de Marqués de Intxaurrondo". Pero los cadáveres de Lasa y Zabala, secuestrados en Baiona y enterrados en Alicante, dieron fe a pesar de la cal viva, y, por una vez, a Galindo se le cayeron cruces y medallas junto con su condición militar. El año 2000 fue condenado a 75 años de cárcel por "secuestros, torturas y asesinatos". El brazo de la Justicia se cansó pronto, y desde el 1 de octubre del 2004, Rodríguez Galindo pasea a su perrito en el lujoso barrio zaragozano en que reside. ¿Se puede arrastrar así la Justicia?
Podía continuar con los miles de denuncias por torturas de las que solo en 19 casos se lograron sentencias contra 62 agentes de los que casi la mitad fueron rápidamente indultados. Sin embargo, para el propósito de este artículo ya basta: pues junto a lo numérico y multiplicable por los familiares, algo muy importante, existen otras valoraciones cualitativas como las estatales y judiciales sobre números inferiores, que no buscan ni la equidistancia ni la neutralidad sino la compleja verdad, la justicia traicionada y un mea culpa muy extendido, que no empieza en 1960 sino en 1936.
Es ahora cuando comenzaría el "largo etcétera" del título. Porque a todo lo dicho y omitido hay que añadir el daño causado al País Vasco en lo económico, más que por los vandálicos y cuantiosos destrozos callejeros, por la imagen pseudobélica del país, ahuyentadora de inversiones extranjeras y afluencia turística; el sambenito de "terrorismo y violencia" sobre todo el nacionalismo vasco y casi sobre todo lo vasco; las desbordadas corrientes de rivalidades y odios en la sociedad; actitudes prepotentes e impositivas, más sensibles quizá en los pueblos, enrareciendo incluso los climas festivos? Y, por otra parte, la desconfianza casi total en los gobiernos del Estado, en sus instituciones policiales, judiciales y penitenciarias, y en buena parte en los políticos, y, en una simplista extrapolación, en la dignidad de la política. ¿No es un largo y pesado etcétera?
Al fin, puesto que el informe fue encargado por la Secretaría de Paz y Convivencia, cabe preguntarse si estos organismos, además de sangrar al presupuesto y reponer en la escena pública a quienes ya habían pasado por ella, sirven para algo cuando las posturas de las partes, no exentas de cierto fanatismo, ya están juzgadas y preblindadas a toda reconsideración. Pero hay un largo cortejo fúnebre de víctimas directas desde hace más de 50 años. Y aunque distintas entre sí, les une el dolor y vacío por los ausentes y la vulneración de los derechos elementales, así como la exigencia de verdad y de justicia, pues, aunque los delitos prescriben, los daños sufridos nunca.
Los últimos conversos a la democracia, por su parte, instalados cómodamente en el presente, aunque sin abandonar el talante impositivo de su y fracasada ideología, pasarían de buena gana con cínico olvido un pasado que clama a gritos por su reconocimiento y rechazo. La misma ETA, resguardada tras asesores extranjeros y la insignia letal de su poder macabro, alarga su irremisible disolución soñando tal vez con canjearla con la mejora de la situación de sus presos; una mejora que será mucho más factible, instalada ya la paz y convivencia y la voz mayoritaria del hemiciclo.
Paz y convivencia que solo será completa, cuando un Gobierno de turno, inocente de la violencia desde el franquismo -como Juan Pablo II de la cometida contra Galileo-, pida excusas y perdón por la de sus predecesores. Todos y cada uno, individual y colectivamente, con la carga de la Memoria Histórica más aproximada, tenemos la obligación de convertirla en una Paz y Convivencia lo más aproximada al ideal.