LEO en un diario que el Tesoro del Reino reclama por vía administrativa a una ciudadana de Tortosa la asombrosa cantidad de ¡un céntimo! que la individua en cuestión, debido a un fallo informático, recibió de más en su cuenta por la prestación de desempleo. La señora no dio parte de la incidencia a las autoridades, ni bancarias ni gubernamentales, en lo que al parecer el Tesoro entiende ánimo de quedárselo para sí, confiando en que pasara desapercibido el desfase para los inspectores de Hacienda. ¡Craso error! Siguiendo el procedimiento habitual de cualquier otra reclamación, al poco, recibió una carta certificada ministerial exigiéndole la devolución de ese céntimo de más, apercibiéndola de que si no hacía efectivo el pago al banco antes de un mes, debería abonar un 20% de recargo sobre la cuantía excedida además de iniciarse la correspondiente vía de apremio, según lo que dispone el artículo 32/2 del Real Decreto 625/1985.
La noticia, despachada por la agencia Efe, ha circulado de inmediato por los mentideros financieros de medio mundo, disparando las especulaciones sobre el estado real de nuestra economía, cuyos brotes verdes parecen sembrados en el jardín de Adonis:
Para los agoreros de siempre, el hecho de que un país como España se vea en la necesidad de movilizar toda su burocracia e infraestructura del servicio postal persiguiendo la devolución de un céntimo a una de sus ciudadanas solo puede ser muestra de la enorme escasez de capital padecida por las arcas públicas y lo arraigada que todavía está la picaresca en nuestra sociedad, de la que ha desaparecido hasta el oro del siglo que la retratara en su literatura.
En cambio, no son pocos los expertos y analistas que han percibido tan exagerada medida como un gesto inequívoco del Gobierno de Rajoy hacia la canciller Merkel y la Unión Europea con el fin de convencerles de su decisión de perseguir el fraude por ínfimo que sea, atajar la corrupción y, sobre todo, frenar el derroche del gasto público, determinación que aseveran, será bien acogida por los mercados e inversores.
Las mismas manos incrédulas que sostenían el periódico, más pequeñas en su día, conocieron el ligero tacto de las monedas plateadas de hojalata de cincuenta céntimos con las que todavía se podían comprar unidades de regaliz. Ya entonces el céntimo estaba muy devaluado lingüísticamente pues era habitual escuchar la expresión "¡Ni un céntimo!", cosa que nunca le llegaría a suceder a la peseta, ni aún a pocos días de su retirada de circulación.
Con todo, jamás despegamos de la lengua el valor económico que representaba un céntimo. A fin de cuentas, el céntimo era el átomo monetario de todo el sistema, a diferencia de otras comunes expresiones como "¡Me importa un bledo!" o "¡No vale un comino!" donde el significado vegetal de "bledo" y "comino" hacía tiempo que se había perdido en la memoria de los interlocutores y solo remitían a algo sin importancia.
Con la llegada del euro, los céntimos resucitaron, con lo que muchos abuelos y nietos pudieron reconciliarse en el lenguaje... salvo cuando los primeros se empeñan en citar las perras gordas. De la noche a la mañana, los más jóvenes debimos aprender a manejarnos con moneda fraccionada. Cuando aquello, yo no entendí qué interés podían tener nuestros gobernantes en hacernos trabajar con unidades de euro y céntimos cuando podíamos continuar hablando de céntimos como si fueran pesetas y monedas de cinco céntimos como si fueran duros...
Hace poco, en un artículo titulado ¡Volvamos a la Peseta!, describía la ventaja que para la clase corrupta representaba el euro sobre la peseta, cuál es el de poder robar más con los mismos números, pues no es lo mismo robar un millón de pesetas, que un millón de euros. Pero me he dado cuenta de que aquel descubrimiento psico-lingüístico-financiero estaba incompleto: la moneda fraccionada permite a los criminales robar a lo grande de las arcas públicas mientras permite a sus cómplices perseguir a los ciudadanos en lo pequeño.