UNO de los encargos más extraños que tuve a lo largo de mi carrera como traductor fue intervenir como intérprete en la citación de Luc Edgar Groven, ciudadano de nacionalidad belga y antiguo miembro de ETA (pm), ante el Juzgado de Instrucción Nº. 4 de Bilbao el 19 de junio de 1997. Este relato está basado en el protocolo del Secretario Judicial, que yo mismo traduje al alemán para que un fiscal de Berlín lo incluyera en sus actas. El terrorismo sigue siendo por desgracia un tema de actualidad. Recientemente ha concluido el último proceso contra Ilich Ramírez Sánchez, alias Chacal, conocido también como Carlos. Las alegaciones del Sr. Groven, fallecido en Bilbao en agosto de 2011, arrojan luz sobre la mentalidad de los grupos subversivos en la edad dorada del terrorismo internacional, allá por los 70 del siglo pasado.
Luc Edgar Groven, que en 1997 era miembro del Parlamento Europeo, fue llamado a declarar en relación con su presunta complicidad en un atentado terrorista cometido por Carlos en febrero de 1981 contra Radio Libertad de Múnich, emisora especializada en programas de propaganda anticomunista para países de Europa Oriental. Concretamente, se le acusaba de haber facilitado un vehículo para la huida. La comparecencia había sido solicitada por el fiscal alemán Detlev Mehlis y se llevó a cabo en presencia del abogado de Groven. De que se trataba de algo serio daba fe el hecho de que también estuvieran presentes un funcionario del Bundeskriminalamt (la policía alemana) y dos agentes del Servicio de Inteligencia de la Guardia Civil.
El fiscal de Berlín, Detlev Mehlis, es un personaje bastante conocido dentro de la lucha contra el terrorismo internacional. Logró probar la implicación de Carlos en el atentado de la Maison de France en Berlín Occidental en 1983. Posteriormente, investigó el ataque contra la discoteca La Belle en 1986, donde murieron tres personas. Durante las pesquisas y el interrogatorio de los sospechosos el implacable Mehlis se distinguió por el empleo de métodos persuasivos de dudosa admisibilidad legal, que hicieron poner el grito en el cielo a más de un jurista constitucional alemán. Sea como fuere, como resultado de aquellos hechos, y tras haberse demostrado la participación de los servicios secretos libios, Reagan ordenaría su tristemente célebre bombardeo de represalia sobre Trípoli. En 2005, Koffi Annan nombró a Mehlis director de la comisión encargada de la investigación del asesinato del primer ministro libanés Rafik Hariri. Desde entonces, el fiscal ha desempeñado cargos de relevancia internacional y recibido importantes condecoraciones alemanas (Bundesverdienstkreuz) y francesas (l'Ordre National du Merite) por los servicios prestados en la lucha contra el terrorismo.
Ante un sabueso con semejante pedigrí, Groven tenía sobradas razones para estar inquieto. Como era de esperar, el interrogatorio terminó convirtiéndose en un diálogo de sordos entre su letrado y el rottweiler judicial llegado desde Berlín. Tras varias horas de inútil forcejeo, los comparecientes y el fiscal acordaron llevar a protocolo una versión que satisficiera tanto los deseos del citado de quedar al margen de un asunto que ya comenzaba a pesar dolorosamente en su vida personal como la necesidad del fiscal de atar cabos en su caso. Al fin y al cabo, la pieza principal no era Groven sino Carlos, autor material del atentado contra Radio Libertad, y aquel llevaba ya tres años pudriéndose en una prisión francesa tras haber sido secuestrado por un comando de las fuerzas especiales galas en el hospital sudanés donde guardaba convalecencia tras una operación de poca importancia en los genitales.
En su declaración, Luc Edgar Groven describía el ambiente de la escena terrorista de los años 70 como un totum revolutum en el que, a salto de avión y todoterreno entre los campamentos de la OLP en el Oriente Medio y los mugrientos hoteles de las capitales de la Europa comunista, alternaban militantes de ETA, del IRA, de la RAF alemana, las Brigadas Rojas y otras organizaciones armadas. También solían acudir periodistas, espías e intrigantes de todo tipo. Groven era el encargado de asuntos internacionales de ETA político-militar. En un viaje ocasional a Berlín Este trabó amistad con los miembros de la célula de Carlos (principalmente Magdalena Kopp, compañera de Carlos, y Johannes Weinrich, a quien Groven recordaba como un fanfarrón y un bocazas que siempre estaba tomando notas sobre sus propios actos criminales "con una meticulosidad auténticamente germánica, como si fuera un contable"). En una de sus citas le hablaron de una acción armada contra la radio, que Carlos pensaba ofrecer como "regalo de cumpleaños" al premier soviético Brezhnev. Groven no sabía que el ataque iba en serio y había sido instigado por la Securitate rumana. Pensó que se trataba de una más de las baladronadas de Weinrich y solo pudo poner los hechos en su contexto tras haber leído después la noticia del atentado. Pocos días después ETA (pm) abandonó la lucha armada y sus efectivos pasaron a integrarse en Euskadiko Ezkerra, lo cual puso un abrupto y definitivo final al currículum revolucionario de Luc Edgar Groven.
Es inútil especular sobre el grado de responsabilidad de Groven. Lo único que consta es que siempre lamentó sinceramente su conexión con los hechos, sin que la circunstancia de que la única víctima del atentado -un rumano que trabajaba en la estación de radio- salvara su vida haya amortiguado en lo más mínimo su arrepentimiento. Pese a ello, Groven no pudo escapar de su pasado. Carlos y Weinrich cumplen cadena perpetua. Cuando salgan de la cárcel tendrán más de 80 años. Groven ejerció como parlamentario europeo y trabajó en el Consorcio de Aguas de Bilbao. La blogosfera, con su inevitable tendencia a la mitificación, ha convertido en co-protagonista de grotescas historias sobre tráfico de armas, terrorismo internacional y crímenes por el estilo a alguien que en el fondo no pretendía ser más que un ciudadano corriente.
El enemigo del terrorismo no es el poder político. Tampoco las fuerzas de seguridad. El peor azote del terrorista es la administración de justicia. No habría tantos violentos si en el momento de disparar o detonar sus bombas fueran plenamente conscientes de que a partir de ese instante de dramática y horrible explosión de energía asesina, que siega la vida de sus víctimas en una fracción de segundo, la onda expansiva les va a terminar alcanzando a ellos mismos con efectos diluidos por la acción lenta e inexorable de la maquinaria legal. Puede tardar años pero al final llega. Un comando de asalto entra en el campamento y se los lleva a rastras hacia un avión, o un fiscal llama a su puerta. Y después de que jueces y fiscales hayan terminado de triturar a los culpables, haciéndolos envejecer en las cárceles y convirtiéndolos en beneficiarios de la caridad pública, internet continúa haciendo justicia popular. En el caso de Luc Edgar Groven, incluso más allá de la presunción de inocencia y de la misma muerte.