UNA de las consecuencias del nuevo gobierno del Partido Popular es la reapertura del debate sobre las autonomías. La nueva versión de la crítica a este modelo se centra, como casi todo en estos días, en conectar la vocación centralizadora con la lucha contra la crisis económica de la que las autonomías serían las grandes culpables (incluso por delante de los bancos que, pese a todo, siempre salen bastante bien parados en el análisis crítico de la situación). La versión dura de esta recentralización se refiere a la necesidad de intervenir (obligatoriamente) autonomías. La versión blanda, a la posibilidad de devolver (voluntariamente) competencias al Estado como ofrecía Esperanza Aguirre hace unas semanas.

La dirigente del PP y presidenta de la Comunidad de Madrid llegó a criticar literalmente el café para todos del Estado de las autonomías porque "lo que era un sistema pensado para contentar al País Vasco y a Cataluña ha acabado por descontentar a todos". Naturalmente, los nacionalistas catalanes no podían sino que asentir y aplaudir por la coincidencia en el análisis, aunque sus posiciones de partida sean radicalmente opuestas.

Hoy, pues, el trending topic es "recentralizar" pero no hace mucho, de hecho fue uno de los pilares del primer gobierno Zapatero, el debate era cómo federalizar. En los términos del momento, "construir la España plural". Aunque esta opción ya pasó a la historia, enterrada definitivamente junto con el resto de eslóganes de la mercadotecnia política con la ayuda de las paladas del Tribunal Constitucional, lo cierto es que el federalismo como idea de España todavía juega un papel importante en el imaginario de partidos y ciudadanos. Cierto es que este debate no es, igualmente, importante en todo el territorio español. Pero en las "autonomías que había que contentar" -las de verdad-, el federalismo todavía sirve de coartada a algunos partidos para enfrentarse a las tesis del PP sin coger el toro por los cuernos.

En Cataluña, por ejemplo, tanto el PSC como IC son partidos que defienden a día de hoy una propuesta federal para España. Incluso Unió Democràtica se refiere a una posibilidad confederal que hasta hace no mucho también protagonizaba los programas de Convergència Democràtica y que ahora dejan en una posición más indeterminada. Pero, ¿hasta qué punto ese federalismo es una opción con mínimas posibilidades de éxito?

Hoy ya nadie repite, como sí hacían hace unos años con intenciones contrarias, los centralistas y los federalistas, que el Estado de las autonomías es un especie de protoestado federal. Cierto es que el nivel de descentralización del gasto es muy elevado en perspectiva comparada (recordemos que las autonomías tienen competencias claves del estado de bienestar que suponen la gestión de un porcentaje importante del total de los recursos públicos), pero el alma de una federación radica en unas instituciones como una cámara de (verdadera) representación territorial, a menudo con una composición alternativa al de la Cámara baja; participación en los órganos centrales del Estado a partir de mecanismos varios de codecisión y representación, incluidos los tribunales federales de mediación y resolución de conflictos; subsidiariedad real y recolección de impuestos, etc. Y más allá, y más importante que el entramado institucional, una federación requiere de una determinada cultural política, obviamente, federal.

Pero ese ADN federal, que las instituciones de otros países manifiestan, está completamente ausente de la inmensa mayoría de la sociedad española, con la excepción, una vez más, de las autonomías verdaderas. ¿Por qué no ha calado el ideario federal ni en la izquierda ni en la derecha? Los supuestos o marcos mentales tienen un poder más fuerte que las ideologías. Porque con esos filtros nos situamos en el mundo y desde ellos desarrollamos las ideologías mismas. En este sentido, hay tres ideas comúnmente asumidas entre gran parte de los españoles y que uno ve reflejadas en discursos diversos, tanto de la izquierda como de la derecha, que pueden explicar la dificultad actual e histórica para asumir verdaderamente las tesis federalistas más allá de las periferias territoriales.

1. El federalismo sirve para unir lo que, de entrada, estaba desunido y tiene la voluntad de unirse para progresar. A menudo se ponen los ejemplos de los Estados Unidos, Alemania, Suiza, dependiendo del hablante (pero, curiosamente, no los de la India, Brasil, México...). No sería, pues, el caso, de España, se afirma, donde se dispone de un "estado secularmente unido". Desde este filtro mental, los defensores del federalismo en España quieren separar lo que ya está unido, haciendo una aplicación contraria a los principios mismos del federalismo. El federalismo no sería, pues, de aplicación al caso español.

2. Después de todos los esfuerzos para construir España, de siglos, es un contrasentido hacer ahora marcha atrás. Sería renunciar a todo lo conseguido. El federalismo sería un paso atrás en la evolución natural del Estado español. Este segundo argumento, sin duda, aunque a menudo no se señale, contradice al anterior y es curioso observar cómo, sin reparar en ello, ambos argumentos suelen ser expuestos uno detrás de otro. Hacer referencia a esos esfuerzos es tanto como aceptar que, de entrada, no todo estaba "secularmente unido", sino que había territorios dispares (nunca naciones, claro) que ha habido que unificar. Es decir, que España no era tan una.

3. Podríamos añadir también el argumento de que las "nacionalidades" que la Constitución recoge son un invento de los nacionalistas y cualquier solución federal sería dar carta de naturaleza a una invención interesada de quienes necesitan sus pequeños reinos de taifas para disponer de poder. Los que en Madrid no serían nada, consiguen su cuota de poder gracias a las autonomías y desde estas, al reforzar el nacionalismo, se ha ido alentando la idea del federalismo. Se olvidan, eso sí, los dos siglos de reivindicaciones federalistas desde los tiempos de Pi i Margall, Estanislao Figueras o Serafín Olave, cierto que siempre provenientes de los mismos lugares. ¿Será que nunca encajaron y, por tanto, no se desencajan (pues no se puede desencajar lo que no está encajado)?

Todo ello convierte el federalismo en España más en una entelequia que en un horizonte. El federalismo de una parte de la izquierda autonómica es hoy en día uno de sus lastres fundamentales y razón principal de su desorientación y su cada día menor base electoral a costa de un independentismo creciente. En el otro extremo, y como hemos visto, se está por la labor de intentar extender la idea de que sin autonomías no habría crisis. Sin duda, algunos desmadres se han cometido por gobiernos autonómicos (también por ayuntamientos) pero, si hablamos de sistemas y no de políticos corruptos, convendría recordar que ni Grecia, ni Portugal, ni Irlanda, los tres países intervenidos por la Unión Europea, son estados descentralizados o federales, pero el timón europeo, Alemania, sí.