La burbuja del fútbol
HA pasado de puntillas. Me refiero a la noticia de que los clubes de fútbol profesional adeudan a la Hacienda Pública (se supone que se refiere a la Agencia Tributaria y a las Haciendas Forales) más de 752 millones de euros. Una cantidad a la que hay que añadir otros diez millones de deuda con la Seguridad Social.
Es extraño porque nos encontramos en el epicentro de una crisis considerable y desde las instancias públicas de todo signo, Merkel dixit, se ha asumido que es la reducción del déficit público la que va a lograr el objetivo de frenar las consecuencias más crueles del deterioro económico: paro desenfrenado, escandaloso entre los jóvenes, o ratios de miseria y pobreza in crescendo. En el Estado se ha procedido a una reforma laboral que nos retrotrae a principios del siglo pasado; se ha sacrificado a los funcionarios mediante la rebaja de sus sueldos; se proponen drásticos recortes en enseñanza, en sanidad, en todo tipo de servicios públicos; sufrimos la subida de los carburantes y de la luz; y a pesar de todo nuestros próceres nos auguran un futuro cercano muy poco optimista.
La situación es sin duda alarmante, pero en este depresivo entorno socioeconómico, los clubes de fútbol profesional regatean los recortes y emprenden una alocada huida hacia adelante. Admito que el presupuesto total de estos clubes me supera, pero sé que cobran alrededor de 600 millones de euros en derechos televisivos, que pagan a sus estrellas sueldos que superan los 12 millones de euros netos anuales y que se amparan en una legislación que exonera sus responsabilidades en la gestión y permite una situación concursal cuasi fraudulenta.
Estos clubes van dejando que sus déficits los vayamos teniendo que soportar entre todos, porque algunos de sus dirigentes (podríamos hablar de su relación con la política o de sus objetivos personales) no administran de acuerdo a la praxis ortodoxa de la gestión económica, sino que amparándose en el fuerte arraigo social del fútbol se sienten reforzados ante los poderes públicos.
Admito que, en este contexto, comparto y me parecen oportunas y acertadas las declaraciones del exjugador y presidente del Bayern Munich, Uli Hoeness. Pone el dedo en la llaga cuando afirma que España había "salido de la mierda" (sic) gracias a la ayuda alemana, pero que en la actualidad era imposible competir con el Real Madrid, un club con una deuda, él solito, superior a la que mantiene toda la Bundesliga.
Me preocupa que nuestros jóvenes, y también sus padres, vean en las figuras del fútbol profesional un modelo a seguir. Me desasosiega el hecho de que haya varios miles de personas pernoctando a la intemperie para conseguir una entrada a precios astronómicos. Me asombra que otros miles de personas puedan desplazarse al extranjero en días laborables, utilizando todo tipo de transporte. Soy consciente de la pasión, irracional a veces, pero tan necesaria, que desencadena el fútbol, empezando por mi propia persona y desde mi más tierna infancia. Sin embargo, creo que hemos superado los límites. Hoy, en el fútbol, el dinero lo es todo, la clasificación deportiva responde a la presupuestaria y la burbuja ha adquirido tales dimensiones que mantengo la tesis de que ha llegado la hora de parar el tren del fútbol profesional.
No se debe permitir, por inmoral, que las entidades públicas defraudadas subvencionen a sus defraudadores, mientras las políticas de subvención a entidades socio-deportivas están sujetas a recortes, como ocurre en el deporte escolar.
Se debe exigir, implantando los controles necesarios, la garantía de que con el dinero de todos no se financie el Ferrari del figura de turno y que las ayudas públicas lleguen efectivamente a donde merece la pena ayudar, que no es otro sitio que los vestuarios de aquellos clubes que trabajan su vertiente social con chavales desde sus primeros años.
La dirección profesional de cada club debe ser capaz de generar los suficientes recursos para autofinanciarse y, de no ser así, deberá reducir sus gastos para acomodarlos a sus ingresos. Considero que son los poderes públicos (coordinados) los que tienen que coger el toro por los cuernos, dejando de inhibirse por el temor de enfrentarse a un deporte de masas.
Son los poderes públicos los que deben complementar la legislación civil, mercantil y deportiva para que no se repita la aberración de ver a los clubes acogidos a la Ley Concursal compitiendo sin apenas restricciones, y a sus Juntas Directivas actuando con total impunidad ante las consecuencias de sus decisiones.
El fútbol profesional se ha desbocado, se ha ido de las manos, está hoy cada vez más alejado de la realidad. Y del deporte. Si esa es la opción elegida, que sean sus dirigentes quienes asuman las consecuencias, sin pasar por la vergüenza de los rescates públicos. Los poderes públicos deben de aprender a separar la paja del trigo y aportar ayudas a aquellos que, con presupuestos míseros, garantizan verdaderamente un retorno social a la inversión recibida. En ese punto nos encontrarán a todos aquellos a quienes nos gusta mucho el fútbol, y casi nada toda la burbuja que le rodea.