RECIENTEMENTE hemos asistido a una jornada de huelga general, lo cual no es de buen gusto para nadie, con excepción de los alborotadores antisistema que aprovechan estos días para hacer de las suyas. Como siempre, se abren debates acerca de quién es la parte que tiene razón y es interesante debatir acerca de las principales razones de enfrentamiento entre el gobierno y los sindicatos.

Y, sin embargo, con ser eso importante, ¿no lo es más la economía pura y dura? Por lo tanto, el debate es falso. A mi juicio, se debe partir de una premisa: no existe empresario que despida a un trabajador si lo necesita y no existe ningún empresario que contrate a un trabajador que no necesita. Así que la pregunta es clara, ¿qué hace que un empresario necesite un trabajador?

1.- En términos de economía clásica, que la productividad marginal del trabajador por el precio del producto que se vende sea mayor que el salario del trabajador; o bien, en términos más claros, que la ganancia generada por el trabajador sea superior al salario que cobra.

2.- Un clima de confianza, de seguridad jurídica y de paz social. A ser posible, es deseable que exista posibilidad de obtener crédito a un coste financiero asequible.

3.- Que su producto tenga demanda. ¿Cuándo la tiene? Cuando no se puede traer del extranjero a un precio más barato, cuando no tiene un sustitutivo claro (por ejemplo, los ordenadores portátiles empezarán a bajar sus ventas por la llegada de la nube de internet, que permite dejar allí archivos como vídeos y fotos) y cuando existe cierto deseo de tenerlo (el objetivo del empresario idílico es lograr que su producto se convierta en necesidad, no en deseo).

Estos tres aspectos son claves, ya que implican responsabilidades de todos los agentes económicos, las cuales podemos valorar de acuerdo a los puntos anteriores.

1.- Responsabilidad del trabajador; pensar en cómo ser rentable a la empresa y, más aún, a sí mismo. Todavía no está interiorizada la idea de empleo sostenible, según la cual es deseable, en un mundo en constante cambio, reflexionar acerca de las posibilidades futuras supuesto que su empresa desaparezca. En otras palabras, un trabajador, hoy en día, es ¡una empresa en sí mismo! Desde este punto de vista ya no existe distinción entre trabajar por cuenta propia y por cuenta ajena. Es así. Y si no, pronto lo será. Y la clave está en el poder de negociación. Un puesto que permite un rápido sustitutivo (como en el punto 3 anterior) no permite negociar a los trabajadores. En este contexto, hay que empezar a valorar la posibilidad del autoempleo.

2.- Responsabilidad del Estado, sea en forma de Gobierno central o de Comunidad Autónoma, en generar un clima económico deseable, teniendo en cuenta dos detalles claves: crear una diferenciación regional en forma de cluster o grupo de empresas especializadas en un bien o servicio y dar más facilidades a los emprendedores (las cuales, prácticamente, no existen; un amigo que abrió un club de fumadores en Pamplona necesitó ¡4 meses de papeleos! ¿Cómo se puede permitir eso? Y mejor no hablar de las opciones de financiación).

3- Responsabilidad del empresario, distinguiendo la pequeña y mediana empresa de la gran empresa (¿dónde estaban los representantes de las pymes el día que se juntaron todos los peces gordos con el rey? ¡No había ninguno! ¿Cómo puede ser? ). No tengo dudas de los primeros, ya que no es agradable despedir a una persona con la que de una forma u otra convives. Una persona que, además, era parte de un proyecto. De los segundos, sí; debido a dos razones de peso: primero, los incentivos pueden ser distintos, valorando (ya que su sueldo depende de ello) más el precio de su acción o los beneficios que el número de personas que están trabajando en su empresa; segundo, cuando más alejado está un empresario o ejecutivo de una persona, más fácil es que la despida, ya que posiblemente le parezca más un coste que una persona.

¿Se ocupa la reforma laboral de algunos de estos aspectos? No. Así pues, ¿quién tiene razón? Nadie.