'Loa' a la monarquía
NI de lejos. Alabar al rey ya lo hacen otros. Y con profusión. Recientemente, hasta un medio de comunicación de ámbito estatal -en teoría de izquierdas- cuyo editorial de hace unas semanas parecía escrito por la oficina de prensa de la Zarzuela. Infumable en sus consideraciones, en sus argumentos y en su conclusión. Más propio de un vasallo que aspira a conseguir favores de su señor que de un equilibrado periodista que opina sobre la situación social y política de su entorno.
El autor o autores iniciaban su disertación con una entusiástica referencia al prolongado aplauso que, a finales de diciembre, recibió el rey en el palacio de las Cortes al inaugurar la actual legislatura. Y en ese aplauso -profusamente difundido en cadenas de televisión generalistas- fundamentaban su tesis. La ovación parlamentaria desmentía que la monarquía fuera cuestionada por la opinión pública.
Curioso. Las aclamaciones, vítores y palmas dedicadas al jefe del Estado -provocados y prolongados artificialmente como en otros tiempos de infausta memoria en los que el personaje principal era más bajito- eran la prueba irrefutable de la inexistencia de un debate social sobre la corona. Todo aquello que contradijera tal afirmación era ficticio y puro amarillismo. ¡Qué le vamos a hacer! Algunos debemos de ser alienígenas con ictericia. Naturalmente que la continuidad de la monarquía está en la mente de muchos. Sobre todo en la parte de la población que tiene muy claro que los valores democráticos deben prevalecer sobre los genéticos.
Y lo está por sus características y circunstancias. Unas generales y otras propias. Porque:
- La monarquía es un sistema radicalmente contrario a los principios de igualdad en los que se fundamenta una sociedad moderna. Aceptar y consentir que los descendientes de un individuo tengan unos privilegios y prebendas diferentes a los de cualquier ciudadano y, de modo especial, su acceso directo a la jefatura del Estado, atentan contra la paridad de los derechos inherentes a quienes constituyen colectivos democráticos.
- La monarquía española es un reducto paradigmático de un machismo inaceptable. No llego a entender a la infinidad de asociaciones en pro de los derechos de la mujer que acepten con naturalidad la prevalencia del varón en la sucesión dinástica. Me parece muy bien que se manifiesten en todas aquellas situaciones de desigualdad, pero sorprende que no lo hagan en una de las más emblemáticas. Pero es que, además, en el caso de la monarquía borbónica que nos ocupa hay muchos motivos adicionales para desaprobarla.
- Su procedencia. Quienes peinamos canas recordamos a un juvenil Juan Carlos, como acólito del dictador que le precedió en el cargo, jurando los principios del Movimiento Nacional y siguiendo sumisamente sus criterios. La Zarzuela valía una misa.
- Su carencia de ejemplaridad. Los campechanos comportamientos del monarca son conocidos y comentados en los más recónditos lugares del país y objeto de conversación generalizada en cuanto se publican o difunden por la red textos fiables de sus actuaciones. De índole personal y vinculadas a su fortuna. Y no me refiero al yate.
- Su opacidad. Ha tenido que destaparse el caso Urdangarín para que la casa real haga público el destino nada pormenorizado de unos fondos, pagados por todos los contribuyentes, que estaba vetado al conocimiento de la ciudadanía -incluso a los representantes de la soberanía popular- como secreto de Estado. Por otra parte, se siguen sin conocer la totalidad de las partidas públicas destinadas a la realeza al estar difuminadas entre los distintos ministerios del gobierno y en los de algunas comunidades autónomas agradecidas por sus vacaciones. Invernales y estivales. Si conociéramos la realidad de su importe total y no los falsos datos comparativos que publican medios afines llegaríamos a la conclusión de que la tan cacareada austeridad de la familia real es una falacia.
- El silencio cómplice que le ampara. No es ningún secreto que, entre los más importantes grupos de comunicación del Estado, ha existido y todavía subsiste un pacto de silencio para privar a la opinión pública de los entresijos de la monarquía. Acuerdo inimaginable en otros países con democracias consolidadas. Menos mal que las nuevas tecnologías permiten acceder a las informaciones que aparecen en prensa digital extranjera. Y reconforta que la gente joven pueda saber, brujuleando fuera, lo que real-mente sucede dentro.
- Su discutida y discutible participación en el 23-F. Para unos, el día de su consolidación democrática. Para otros -con una información más plural- de dudosos y complacientes antecedentes y obligada decisión con el objetivo de mantenerse en el cargo. No tenía otra alternativa, después de los armados inicios. Afirman.
- Su inviolabilidad e irresponsabilidad bendecidas en el apartado 3 del artículo 56 de la Constitución de 1978. Podría parecer propio del medioevo que cualquier persona no esté sujeta a responsabilidad, pero así consta en la que aprobaron -los que la aprobaron- como Carta Magna, redactada bajo la atenta y amenazante mirada de quienes habían triunfado en la guerra incivil.
- Su papel en el caso Urdangarín. El monólogo de Navidad con la i-real afirmación de que "todos somos iguales ante la ley" enmascaraba un conjunto anterior de actuaciones que son encubrimiento de un presunto comportamiento delictivo.
En todos y cada uno de los aspectos aludidos podría haberme extendido hasta la saciedad. Me limita el espacio impreso.
No hay que ser muy sagaz para hallar la razón de la permanencia de una institución obsoleta, machista y antidemocrática como es la monarquía. Se contempla en el mismo artículo de la Constitución anteriormente aludido: "El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia". Ahí radica el meollo de su existencia, tolerancia y pervivencia.
Es evidente que, en estos momentos, la máxima preocupación de la ciudadanía es la superación de la grave crisis económica que estamos padeciendo. Pero sigue presente y llegará el momento en el que cristalice la necesaria reformulación del actual modelo de estado y de su jefatura con los que la mayoría de los vascos no coincidimos. Llegará. Cuanto antes, mejor.