SI a usted, a mí y al señor que ahora pasa por la calle, le prometen la felicidad ¿qué haría? Lo que le pidieran. La felicidad es ese deseo imposible que continuamente ronda nuestra cabeza con la pretensión de poseerla. Pues, aunque no se lo crea, hay un anuncio en la red que promete ese bien preciado. Y algo aún más difícil: trabajo fijo. Y aún más difícil, ese trabajo le asegura una vida apasionante en un proyecto inolvidable que servirá para alimentar al mundo de esperanza y le garantizará la riqueza eterna. Y, si acepta la oferta, logrará la verdadera alegría, porque el proyecto es inolvidable, no hay posibilidad de arrepentimiento al haber elegido lo correcto. Y, lo más maravilloso de todo, el broche de este desconcertante anuncio de trabajo es que íntimamente tendrá la certeza de haber sido elegido, porque "serás sacerdote, testigo de Jesucristo".
Increíble. La crisis laboral llega a la Iglesia, y con todo lujo de medios, se lanza en busca de vocaciones, amparada en una colección de voces de sacerdotes -que ya han debido de encontrar la felicidad eterna- que inciden continuamente en esa promesa de seguridad preguntando al espectador -hombre, por supuesto- ¿cuántas promesas te han hecho? Y yo me imagino a un obrero de la construcción sin obra, a un dependiente sin tienda, a un arquitecto sin proyectos, a un abogado sin pleitos, a un oficinista sin mesa, a un jardinero sin plantas que regar, a un carpintero sin mesas que hacer, y a tantos miles y miles de hombres -vuelvo a repetir que la Iglesia solo se preocupa, en este bombón de trabajo, de los varones- decidiendo al momento, porque la oferta es tentadora, ir a llamar a la puerta de un seminario y pedir inmediatamente una sotana para conseguir tantos bienes que le son negados en la vida real.
El Día del Seminario de este año 2012 llegaba prometedor. El 19 de marzo de hace ya muchos años, todas las calles de Euskadi estaban llenas de jóvenes seminaristas, con becas rojas en el pecho, que pregonaban su doctrina de felicidad en las iglesia y parroquias de pueblos y ciudades. En cada familia había un niño que elegía la carrera sacerdotal porque era tradición, lo decidían sus padres -"para que fuera un hombre de provecho"-, o porque una numerosa prole y la pobreza no permitía que tuviera estudios. San José, además de ser el Día del Padre, era -y sigue siendo- el Día del Seminario. Ver a los jóvenes nuevos curas tenía hasta un cierto aire de erotismo. Los chicos parecían más guapos dentro de sus sotanas negras y los ojos parecían más brillantes. En aquel entonces se escribieron novelas de amor envueltas en la prohibición escabrosa de las relaciones con un futuro hombre de Dios comprometido con Cristo y con promesa de castidad. Una virginidad masculina, un poco más difícil en los caballeros y menos romántica. A fin de cuentas, las mujeres, cuando deciden entrar en religión, se convierten en esposas de Jesús.
Este tipo de actuaciones, promovidas por la Conferencia Episcopal Española en su campaña Pasión por el Evangelio, trata de atraer a los jóvenes para volver a llenar los seminarios como en los años 60. Actualmente, el número de sacerdotes ha bajado alarmantemente y las diócesis no tienen coadjutores que atiendan a los fieles. La Iglesia sigue preocupada por su futuro, mientras la curia y el Vaticano se llenan de mitras, casullas blancas y de oro, bonetes de armiño, capas de seda y escarpines de raso, collares de oro y anillos ostentosos. Pienso que detrás de esa profusión de adornos masculinos debe de existir una envidia solapada a la mujer.
Dentro de la Iglesia, la mujer no pinta nada, pero curiosamente los varones que mandan dentro de esa Iglesia disfrutan enormemente con vestimentas más femeninas que masculinas. La vida?
Los caballeros en paro que no olviden la promesa de trabajo. La pueden encontrar en YouTube.