SE han dado y se darán muchos argumentos a favor y en contra de la huelga convocada para el jueves, 29 de marzo. Desde muchos puntos de vista. Pero hay una cuestión que destaca entre todos ellos: ¿sirve para algo una huelga general? Afirmo que sí y que la huelga que nos ocupa tiene que ser un punto de inflexión con respecto a varias cuestiones a las que me voy a referir.

Es ya muy evidente que el poder político que hoy ejercen los gobiernos elegidos en los diferentes países está controlado y mediatizado por determinados grupos de poder económicos. Manejan las estructuras nacionales y supranacionales a su antojo. Han convertido las democracias occidentales en meras carcasas cada vez más vacías de derechos y libertades. Desde los medios de comunicación, que en su gran mayoría también dominan, repiten machaconamente un mensaje: no te muevas, no actúes frente al sistema, no te enfrentes a lo que se decide desde el poder, porque no sirve de nada. No merece la pena tu esfuerzo, y además, te va a generar problemas. Es un intento claro de dividir, individualizar y desmovilizar a la sociedad.

¿Qué alternativa le dan a la ciudadanía? Votar a los candidatos que presentan determinados partidos y mejor si son solo dos que se turnan en el poder. Hacerlo en listas cerradas que esos partidos te ofrecerán. Una vez has votado, que sean otros los que decidan tu futuro. Tú acepta lo que decidan porque no hay nada que hacer. Y si tienes quejas, para eso están los tribunales de justicia.

Por eso no gustan los movimientos de indignados, las asociaciones ciudadanas de cualquier índole, las propuestas alternativas en cualquier ámbito. En definitiva, no gusta eso que se ha definido como contrapoder. La ciudadanía organizada desde la base, para defender intereses sectoriales, colectivos, grupales… Tienen pánico a que se cuestionen sus actuaciones, se revisen sus cuentas, se mire debajo de sus alfombras, debajo de sus faldas y en los bolsillos de sus pantalones. Por eso usan ese mensaje de la paralización de forma insistente. Y por eso hay que insistir en que no es verdad.

Hay mucho por hacer y de forma permanente, no solo un día. Un aldabonazo gigante, como puede ser una huelga general, es una forma mayúscula de decir que no nos han idiotizado. Que sabemos lo que está en juego y lo queremos decir. Que estamos dispuestos a movernos. A hacerlo juntos. Que somos muchos y somos conscientes de la fuerza que puede suponer actuar unidos. El día 29 se tienen que recoger, se tienen que unir, todas esas corrientes que se están manifestando cada vez de forma más notoria, en contra de una sociedad de dos categorías: unos pocos que cada vez tienen más y la mayoría aplastante que cada vez tiene menos.

Otro de los mensajes que se transmiten desde esa propaganda global denuncia la inoperancia, la inutilidad de los sindicatos que convocan la huelga. Descalificándoles a ellos, tratan de anular su convocatoria. Es cierto que los sindicatos en general, y los dos mayoritarios en España en particular, no son precisamente un modelo de lucha obrera, de defensa de los intereses de trabajadores y trabajadoras. Poco a poco, han sido conducidos a un redil del que tienen difícil salir. Se han convertido en unas burocracias enormes que necesitan del dinero que viene del poder para subsistir. Están mediatizados por fondos que proceden de los presupuestos del Estado y de las entidades bancarias. Han ido cediendo terreno en lo que es su espacio natural, compartiendo todas las derivas que se han producido en lo económico y en el ámbito de las relaciones laborales. No es precisamente su credibilidad el mayor activo que tienen. La simple duda que han venido arrastrando sobre la conveniencia de convocar la propia huelga general ya les ha retratado.

Pero nunca es tarde para empezar a cambiar la deriva seguida hasta ahora. Si de verdad apuestan por confrontar los intereses de la mayoría de la sociedad con los defendidos por quienes hoy ostentan los poderes del Estado, no es mal momento para iniciar el camino. Si son conscientes de que las normas que se vienen dictando en el ámbito laboral están destruyendo el entramado de derechos alcanzado tras más de un siglo de luchas obreras, cualquier momento es bueno para plantarse.

De paso, pueden mirarse hacia dentro y en el espejo de la sociedad. Ver a qué han llegado, en qué se han convertido y lo que de ellos esperan los hombres y mujeres que tienen en su puesto de trabajo el único instrumento para desarrollar sus vidas con dignidad. Si inician un camino dirigido a romper ataduras y dependencias con los poderes que limitan su capacidad de acción, la huelga además habrá sido un acto más que significativo.

En Euskal Herria, la situación es otra pues el tejido sindical es más variado. La mayoría sindical de ese tejido tiene unas connotaciones especiales y no transmite la misma imagen que tienen los otros sindicatos españoles. Aquí la convocatoria recoge una actitud de denuncia y oposición a medidas que limitan derechos laborales individuales y colectivos. Además, reivindica un marco propio de relaciones laborales que sirva, entre otras cosas, como medio para enfrentar una situación de crisis generada por una economía especulativa. Razón de más para justificar una convocatoria que, para ellos, es parte de un trabajo, de una lucha sindical, que ya viene de camino y no debe parar.

La juventud tiene un motivo especial para apoyar una huelga así. Las relaciones laborales que el Gobierno y los empresarios han diseñado, les colocan en una situación de precario infinito. Que, además de penalizar a esa juventud, de rebote penaliza a toda la sociedad. Si no hay salarios mínimamente dignos hasta muy avanzada la actividad laboral y los contratos son precarios, sin una mínima seguridad respecto de su duración, ¿cómo van a poder acceder a una vivienda, a un vehículo, a una actividad de ocio normalizada? ¿Cómo se van a comprometer en crear una familia, en tener descendencia sin unos medios de vida mínimamente garantizados? Si no consumen, si no cotizan, si no rejuvenecen la población, ¿quién va a sostener una futura sociedad de ancianos y ancianas?

Por supuesto que sirve una huelga general. Además de lo dicho, como instrumento eminentemente político, que lo es, cuestiona precisamente las políticas que se vienen desarrollando por los sucesivos gobiernos. La actual crisis obedece principalmente a una economía basada en la especulación, sobre todo, financiera. A un sistema radicalmente injusto en el que unos, muy pocos, aumentan geométricamente su riqueza y la gran mayoría va perdiendo sus medios de vida. Frente a ese diagnóstico, se ofrecen recortes y disminución de derechos y salarios a los trabajadores y funcionarios. Y esa política hay que discutirla. También en la calle. También mediante una huelga general.