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La Primavera Árabe y el África subsahariana: laberintos de poder

LA RAE, en una de sus definiciones sobre la palabra "laberinto", lo define como una cosa confusa y enredada: "Lugar formado artificiosamente por calles y encrucijadas, para confundir a quien se adentra en él, de modo que no pueda acertar la salida". Y eso es precisamente lo que hicieron británicos y franceses crearon -Estados Unidos todavía no optó por intervenir- en la Conferencia de Paz de 1919, después de la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial: un laberinto artificioso para el Próximo Oriente, donde el petróleo y una patria para los judíos marcaron los acuerdos de paz de París. De esta forma, mediante las conversaciones mantenidas principalmente por los dos imperios mencionados, el levante del mediterráneo probaba la misma medicina colonialista que se había recetado para el continente africano en la Conferencia de Berlín (1884-1885), origen del ordenado mosaico africano diseñado a base de escuadra y cartabón.

No sabían -o sí, quién sabe; hay que desconfiar siempre de los cuerpos diplomáticos y de los departamentos de asuntos exteriores, que constantemente conspiran en la sombra- que la construcción artificial y el alcance de las consecuencias de esta, que la repetición del viejo imperialismo decimonónico iba a desarrollar una zona geoestratégica donde se iba a decidir en el futuro la primacía del orden mundial. Objetivos, por otra parte, que se perfeccionaron tras la Segunda Guerra Mundial con la transformación del brutal colonialismo en neocolonialismo de independencias teledirigidas y que han acabado pervirtiéndose con la globalización financiera a la entrada del nuevo milenio, a través de la corrupción de élites que tiranizan a las poblaciones pero garantizan excelentes cuentas de resultados al servicio de occidente.

Durante este invierno he tenido la posibilidad de asistir y escuchar (gracias a IPES y a la UPNA) tanto a personas oriundas, procedentes del África subsahariana y del Próximo Oriente, como a estudiosos y colaboradores occidentales que, de una manera u otra, se sienten involucrados con uno de los problemas de más difícil comprensión, no de ahora, sino de siempre: el sistema de colonización proyectado desde la ideología occidental para todos los pueblos considerados, bajo el prisma imperialista del primer mundo, como subdesarrollados o en vías de desarrollo.

Una de las primeras conclusiones a las que he llegado ha supuesto que el escepticismo ante el comportamiento de ser humano renazca, ya que los problemas a los que se enfrentan son tan terribles que se han olvidado de que las culturas coexisten y se interrelacionan de un modo más fructífero en una proporción mucho mayor de lo que combaten entre sí, individualizando las posibles soluciones. Aunque, por otro lado, he participado de ponencias llenas de frescura y de crítica que quieren anular los estereotipos tan frecuentemente impregnados que desde nuestra comodidad del primer mundo escupimos. El escepticismo se escenifica porque las divisiones entre la alteridad de los pueblos mantienen un muro infranqueable entre las personas. Igual que desde Europa y Estados Unidos se ve con superioridad a África y al Próximo Oriente, desde el norte de África se mira con superioridad a los que están al sur del Sahel e incluso esta zona geográfica ni se considera desde el Próximo Oriente.

Si embargo, la humanidad llena de frescura y elogio de la vida de Jean Bosco Baudouin Botsho en su denuncia de que en el laberinto colonizador el que tiene la fuerza no respeta la vida, lo que ha supuesto la evolución del concepto de poder. O la reivindicación libertaria desenfundada por la afabilidad de Mbuyi Kabunda cuando reclama que "la dignidad es el secreto de la alegría", para luego evidenciar que a partir de los intercambios y del comercio de la mundialización, "se ha pasado de los imperios coloniales a los flujos petroleros y financieros, mediante la liberalización de las economías, comandadas por EE.UU.", que "los únicos dotados con capacidades globales (económicas y financieras) y que han impuesto una visión planetaria del orden que les conviene al resto del mundo (el unilateralismo de las relaciones internacionales) a través de las instituciones financieras internacionales que se han convertido en los pilares del gobierno mundial: el FMI, el Banco Mundial, la Sociedad Financiera Internacional y la Organización Mundial del Comercio, además del G-8".

Pasando por la ironía desencantada e incluso provocativa de Donato Ndongo Bidyogo desenmascarando los estereotipos preconcebidos por la hipocresía social del primer mundo, reivindicando que ellos, los africanos, tienen la solución a sus problemas, "pero ocurre que los gobiernos europeos nos empujan hacia Europa, al sostener a nuestros verdugos y venderles las armas con las que nos matan por decir que no somos libres o carecemos de agua corriente en nuestras ciudades o aldeas, todo ello a cambio de una tarjeta de refugiado que tampoco nos hace más libres ni más felices. Las empresas que sostienen a nuestros tiranos a cambio de que ustedes tengan la calefacción o el litro de gasolina más baratos… son las razones que nos impulsan a venir aquí (Europa). La única ayuda que necesita África es que se creen en nuestros países las condiciones mínimas para que podamos vivir en ellos. Todo lo demás son paliativos solo destinados a tranquilizar las conciencias de todos los propios europeos, sin incidencia real ni en los índices de desarrollo ni en ningún otro baremo verdaderamente liberador".

O la reflexión profunda desde el humanismo de Bichara Khader, no solo desde el problema palestino que tan de cerca le toca, sino desde el conocimiento indispensable del mundo árabe y en concreto del concepto de la Primavera Árabe, convertida en un mundo, todavía, desbordado de hostilidades, guerras declaradas y turbulencias sociales. O la constancia y perseverancia para destacar lo femenino como método eficaz para salir de pobreza a través del sistema financiero conocido como Tontin y las mamá Benz, tan bien explicadas por Lola López. Son cinco concepciones, cinco visiones del mundo tan distanciadas como afines, a la par que aire fresco para nuestro hipotecado mundo de valores.

Este planeta no puede seguir inmerso en el laberinto artificioso creado por el primer mundo, siempre amparado por el poder especulativo financiero. Cada zona geográfica tiene sus parámetros de comportamiento propios, sus propias manifestaciones culturales, su espiritualidad, sus lenguas y su propia demografía. Como decía Edgard W. Said, "nada humano me es ajeno". Ante esto nadie debe intervenir desde el exterior, y menos participando interesadamente.

Toda la zona se ha convertido en un campo de importantísimo valor geoestratégico debido, sobre todo, a su riqueza energética. Por eso, Siria va a seguir el mismo camino que Libia, dejando el campo abierto a Israel, y con ello a EE.UU., para acabar de hundir a Irán, aunque China y Rusia, que se aprovisionan del petróleo de Irán, todavía no den su beneplácito. Igual ocurre en las zonas del norte de África y sus primaveras. Parecen la excusa para mantener el autoritarismo a través de los ejércitos o, igual ahora, desde los partidos políticos, para avanzar y explotar, desde allí, por medio de un nuevo colonialismo las riquezas que se esconden en el África subsahariana.

Tal vez lo que necesite el mundo sea aceptar la otra proposición de la RAE para el concepto de laberinto: "Composición poética hecha de manera que los versos puedan leerse al derecho al revés y de otras maneras sin que dejen de formar cadencia y sentido" ¿Acaso todos los seres humanos no tenemos los mismos derechos?