UNA vida digna? ¿Las personas no somos dignas por el mero hecho de serlo? ¿O ya no? Seguramente os preguntaréis por qué desde el sindicalismo nos empezamos a cuestionar cada día más en serio preceptos básicos asumidos por la mayoría de la población, trabajadora remunerada o no. Una vez en marcha las movilizaciones sociales, las acciones sindicales y con una huelga general a la vista, las luchas de la clase trabajadora se complejizan en medio de esta ofensiva sin parangón reciente. Y ahí, las mujeres tenemos mucho que decir y qué hacer, no solo hoy, 8 de marzo, sino en todo este proceso de movilizaciones en curso y en todo lo que queda por llegar.

Cada 8 de marzo anunciamos con una especie de resistencia pasiva, los datos que fotografían un mercado laboral dividido sexualmente con particulares efectos y consecuencias negativas para las mujeres. Partiendo de una brecha salarial que nos coloca en clara desventaja (7.000 euros al año en la CAPV en el 2011/ 7.268 euros en Navarra en el 2009), seguimos estando sobrerrepresentadas en el desempleo, en el subempleo, en el empleo temporal, en el contrato a tiempo parcial... Sin contabilizar claro está, todas las actividades realizadas dentro de la economía informal, imprescindibles para el mantenimiento de la vida y que con una asombrosa complicidad colectiva se cubren sin pago ni reconocimiento alguno.

No es casualidad que los derechos de las mujeres trabajadoras sean vulnerados con particularidades propias, que estemos segregadas en categorías ocupacionales de menor valoración social y económica; que nuestras condiciones laborales estén siempre a la baja y que exista una ceguera histórica ante esta deuda estructural. No queremos ser deuda estructural. Ejercer la resistencia pasiva tiene sus límites, más en estos momentos de retroceso en donde entre todos los paganos de esta crisis, las mujeres tenemos bonificación adicional.

Es muy complicado hablar de igualdad de género por un lado, y recortar brutalmente el gasto público por otro. Es contradictorio sanear los bancos con dinero público y hablar de no discriminación y equidad para mujeres y hombres. El recorte del presupuesto público y el gasto social recae directamente en las mujeres y su rol de amortiguadoras de la crisis al igual que profundiza la feminización de la pobreza y abona el terreno a la vida precaria.

Ante este panorama, las instituciones manifiestan dónde están las prioridades en la agenda política y económica; y desde luego, las mujeres, la igualdad real e incluso nuestro derecho a vivir una vida libre de violencia, no están en un lugar prioritario, ni mucho menos.

En estos momentos, tenemos muy presente la actual reforma laboral y de negociación colectiva que va a ser convalidada en el Parlamento español hoy, 8 de marzo: ¡qué paradoja! Sin entrar en cada una de las medidas, conviene mencionar algunas: se facilita y abarata el despido por diversas vías, se limita el derecho a la negociación colectiva, se aumenta la flexibilidad, se fomenta la contratación precaria y se impulsa el contrato a tiempo parcial.

Sabemos que esta última medida afecta de lleno a las mujeres al tratarse de un contrato casi exclusivo de las mismas. Se trata de una medida de conciliación ante la ausencia de una infraestructura de cuidados universal y de calidad. Pero además, en muchos casos, es la única vía que tienen las mujeres para acceder al mercado laboral.

Esta reforma es más que una burla a nuestros derechos y requiere de respuestas contundentes por parte de todo el mundo, en red y de forma articulada. Entendemos que tenemos que hacer uso de nuestra capacidad de presión ante las actuaciones empresariales y en la fiscalización de las políticas públicas. Pero sabemos también que la lucha va más allá y que reforzar la acción conjunta entre luchas compartidas no es un deseo, es una obligación.

Y dentro de las luchas compartidas, la lucha por una igualdad real entre mujeres y hombres se convierte en un campo de acción irrenunciable. La lucha por una vida digna tampoco es una opción y en ese camino el sindicalismo se movilizará con fuerza. Nos sobran razones para salir a la calle, a pesar de que tener un trabajo hoy en día no garantice siempre contar con unas condiciones de vida dignas ni estar lejos de la precariedad. Por todo ello, las mujeres vamos a la huelga del 29 de marzo.