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Huyamos de protagonismos

EL jueves 25 de noviembre pudimos leer en este periódico una reflexión del Director de Igualdad y Derechos Ciudadanos de la Diputación Foral de Bizkaia sobre la violencia que se ejerce contra las mujeres y que aprovechaba para realizar una crítica sobre lo que le gustaba o no le gustaba del organigrama de otras instituciones.

Sin entrar en discusiones banales, y pasados unos días tras la proliferación de manifiestos, artículos de opinión, reflexiones varias, y actos y eventos convocados por todas las instituciones con motivo del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, queremos hacer una reflexión sobre la finalidad de las políticas y acciones que se están llevando a cabo para combatir esta grave lacra social. Y lo hacemos desde una Dirección a la que el apoyo, la posición y la ubicación le ha permitido en muchas ocasiones hacer más y mejor.

Hacer más y mejor por las mujeres que sufren las consecuencias de este problema y que deben ser siempre objeto prioritario de nuestras acciones, participando en las mismas como agentes activos. Pero a menudo las instituciones nos olvidamos de ellas y centramos nuestra atención en superfluas discusiones que sólo ponen de manifiesto rivalidades absurdas en busca de protagonismo, cuando nuestra obligación es aunar esfuerzos para tratar de combatir este arduo problema social.

La erradicación de la violencia contra las mujeres está en la agenda política de las instituciones y todas y todos coincidimos en que hay que trabajar a dos velocidades; en el largo y en el corto plazo.

Respecto al largo plazo existe unanimidad en la transversalidad de las políticas, en la importancia de la educación, de la concienciación y la sensibilización. Coincidimos en que esa es la única forma de erradicar la desigualdad entre mujeres y hombres, y por ende, la violencia de género. La violencia de género es la manifestación más cruel de la desigualdad entre mujeres y hombres, y por tanto, del mismo modo que la desigualdad produce y reproduce la violencia de género, esta, en sus diferentes manifestaciones, da solidez a la desigualdad.

El corto plazo se antoja complementario y ha de abordarse, especialmente, desde las instituciones que tienen competencias directas en la atención, intentando no alejarse de la realidad del problema. En este sentido, en las diputaciones y en muchas corporaciones municipales se separan las áreas de igualdad -con políticas generales y mayor transversalidad- de las áreas de intervención o acción social, que son las que suelen asumir las competencias en los programas de atención a las víctimas y representar a sus respectivas instituciones en los órganos de reflexión.

Un ejemplo concreto y, centrándonos en el caso de Bizkaia, lo constituye el propio Observatorio de la Violencia de Género. El citado Observatorio, así como los distintos programas forales de asistencia psicológica, asesoramiento jurídico o intervención con mujeres víctimas de la violencia de género, se encuentran adscritos al Servicio de Mujer y Familia del Departamento de Acción Social, y no a la Dirección General de Igualdad y Derechos Ciudadanos del Gabinete del Diputado General. Lo resaltamos porque, aunque sea algo que con frecuencia pasa desapercibido voluntaria o involuntariamente, nos parece que esa una ubicación adecuada desde el punto de vista de la practicidad. No olvidemos, volviendo al inicio de esta reflexión, que en esta lucha debemos ser prácticas y prácticos y tratar de poner soluciones. El reto está en manos de cada institución, en sus manos está el trabajo por la coordinación y complementariedad y su traslado al resto de áreas y departamentos.

Hablamos de competencias, de ayudas sociales, atención psicológica, o asesoramiento jurídico, pero las necesidades de quien sufre la violencia de género en lo referente a la atención no se quedan ahí. Destacamos la importancia de la actuación de los órganos judiciales y fiscales y de la asistencia jurídica, dependiente de los Colegios de Abogados.

Las competencias del Gobierno vasco pivotan sobre: la detección precoz, en la que Sanidad, Cultura y Educación tienen un papel fundamental; las de Empleo, Vivienda o Justicia; y las de la información, primera atención y contención emocional en los Servicios de Asistencia a la Víctima, la atención telefónica, la gestión de ayudas económicas y el derecho a la seguridad, una seguridad que debe huir de la neutralidad que ha caracterizado precisamente a dichas políticas y que en el corto plazo, ocupa un lugar preferente por la propia garantía del derecho a la vida.

Estas últimas competencias dependen directamente de la Dirección de Atención a las Víctimas de la Violencia de Género, que se constituye, además, como ventanilla única de Gobierno para la tramitación, en su caso, de los recursos y ayudas gubernamentales, y en órgano que recibe y canaliza las quejas en la materia y que coordina y marca la política del Gobierno en una misma dirección.

Mención aparte merece la encomiable labor que está realizando Emakunde, que desde la transversalidad de su adscripción a la Lehendakaritza, trabaja de forma coordinada e intensa con los diferentes Departamentos de Gobierno y demás instituciones para implementar políticas públicas de igualdad que consigan promover cambios sociales en Euskadi. Esta desigualdad en la que reside la raíz del problema hace que el papel de Emakunde y el de la Dirección de Atención a las Víctimas de la Violencia de Género se complementen y apoyen en el largo y en el corto plazo, como hacen el resto de las instituciones antes mencionadas y para aprovechar al cien por cien, el poder de las competencias de gestión directa y ubicación, por un lado, y de transversalidad por el otro.

En el trabajo conjunto, en la complementariedad, está la solución al problema de la violencia contra las mujeres. Entendemos que cuantos más órganos trabajen por tratar de erradicar la violencia de género y a favor de la igualdad y cuanto mayor apoyo político y presupuestario haya, mejor, mucho mejor. Y qué duda cabe que así lo estamos haciendo.

Centrémonos en la eficacia de las medidas, evitemos más sufrimiento, huyamos de protagonismos. No pongamos el acento en discusiones banales, no inventemos problemas donde no los hay, discusiones ficticias que esconden otros intereses. En definitiva, hagamos todas y todos un esfuerzo por unir nuestras fuerzas para acabar con la violencia que en esta sociedad sufrimos las mujeres por el mero hecho de serlo. Se lo debemos a la ciudadanía en general, a todas las mujeres en particular, y a sus víctimas directas (mujeres y sus hijas e hijos) muy en especial.