HE pasado una inolvidable noche en el Centro Vasco de Caracas? cuando llegó el presidente Agirre, entiendo que el muy acucioso ministro de España hizo lo único que tenían que hacer de importante los representantes del general Franco en América: evitar que el señor Agirre hablara en el teatro principal?". Son palabras del escritor colombiano, entonces embajador de su país en Venezuela, Germán Arciniegas. Hablaba de la visita del lehendakari con respeto prolijo, y se entusiasma, a lo largo de su artículo, relatando las festividades que tuvieron lugar en la casa vasca por aquel suceso de bienvenida, en que se celebraba el Aberri Eguna con un invitado de honor. Lo que omite Arciniegas, posiblemente no lo sabía, es que la visita tenía dos fines claros: promover los ánimos de la colonia, augurando el regreso a casa por Navidad, y la otra, recaudación para mantener el Gobierno vasco, en su sede de París.

El Centro, un caserío sobre un cerro rojo, inaugurado en 1950 por el lehendakari, a quien acompañó Jesús de Galíndez, estaba en la zona oeste de la capital, en El Paraíso, donde sigue erguido. La movilización que ocasionó su visita tiene este detalle añadido. Reciben al lehendakari en Maiquetía, el aeropuerto de Caracas, a la tarde del sábado 20, autoridades del Centro Vasco, el delegado, un nutrido grupo de vascos y la televisión. En caravana llegan a la ciudad y se reúnen en el Centro, donde le recibe el presidente Etxezarreta. El lehendakari da un discurso recordatorio del Aberri Eguna de Bilbo, el primero, de 1932, multitudinario, que recorrió la Gran Vía hasta llegar a Sabin Etxea. Era hombre ardiente en sus expresiones, de palabra fácil, y cautivó no sólo a los que le conocían, sino a la nueva generación que se levantaba en el exilio.

Al día siguiente, Aberri Eguna, se celebró una misa de campaña en los terrenos del Centro, se inauguró una exposición de pintura con 22 firmas, entre ellas la de Vicente Arnoriaga, Ruiz de Erentxun y José Ulibartrena, que suma un total de 103 cuadros y esculturas. Hay un concurso literario en euskara y castellano. Se suceden, entre tanto, una serie de actos: concierto de banda de txistularis, exhibición de aizkolaris, tornero de bertsolaris, partidos de pelota. Y las actuaciones del coro Pizkunde, de extraordinario éxito en Venezuela, y las de los dantzaris que hacen representaciones en el Teatro Municipal. En todas estas actuaciones intervienen ya dos generaciones de vascos.

El lehendakri no descansa. Habla con las autoridades venezolanas, con la prensa, recibe la visita del arzobispo de Caracas, Rafael Arias, reconocido en Venezuela por su actuación contra la dictadura de Pérez Jiménez, la de historiadores como José Antonio Armas Chitty, y de varios cónsules de gobiernos americanos y europeos. Siempre rodeado de las autoridades del Centro, destaca ya el joven Martín Ugalde y Vicente Amezaga, ambos conferenciantes a lo largo de las jornadas.

El lehendakari delata a la prensa la desaparición de Jesús de Galíndez. Si en el 50 había llegado con él a la inauguración del edificio, ahora, siete años después, lo hacía en solitario, proclamando su secuestro y muerte, con dolor. Nunca como entonces el mundo vasco sintió su desvalimiento ante las fuerzas del mal que le acosaban, como en el caso Galíndez. Agirre anuncia también los pasos esperanzadores, de la unión europea, que él y miembros de su gobierno (Landaburu, Lasarte, Irujo) seguían con expectativa. La crudeza de la guerra fría no mermaba sus objetivos de conseguir, entre los pueblos democráticos de la Europa que renacía de las cenizas de su guerra atroz, una Europa de los pueblos, racional y justa, donde el pueblo vasco tuviera representación.

Entre las otras actividades del lehenedakari puede destacarse su ofrenda de flores al monumento a Simón Bolívar, recordando a su abuelo, también llamado Simón, que salió de la Casa Puebla Bolívar, cercana a Gernika, rumbo a América, llevando semilla de libertad. Se desplazó, además, a los demás Centros Vascos del interior de la república. Agirre estaba emocionado, y dando gracias por la acogida calurosa del pueblo venezolano, comentaba una y otra vez, que el buen comportamiento de la colectividad había procurado semejante acogida de las autoridades y los medios de comunicación. Una envidia sana le hacía fijar sus negros ojos vivaces en un pueblo que se sacudía de su dictador militar y ensayaba libertad.