Hijos de la diáspora
UNA reciente encuesta encargada por la Junta Directiva del Athletic Club desvelaba, con diversos matices que la empresa responsable no deja de señalar, que un 56,8% de los socios encuestados se mostraba conforme con que jugasen en el Athletic jugadores con raíces familiares en la diáspora. Solo un 20% expresaríamos al mismo tiempo nuestro rechazo tajante a dicha posibilidad. El actual presidente del club ha manifestado que no es voluntad suya ni del órgano que preside abrir un debate sobre la cuestión, pero siguiendo la línea tradicional de sus predecesores pretende zanjarlo por la vía de los hechos, imponiendo su parecer con la admisión en el Club de un jugador (Iker Belaustegigoitia ) que ni es nacido en Euskadi ni se ha formado futbolísticamente entre nosotros hasta ahora. Es la misma actitud que otros presidentes manifestaron en casos como los de Luis de la Fuente (el mejor lateral zurdo que uno ha visto con la camiseta del Athletic), Mario Bermejo, Dani Aranzubia, Javier Iturriaga o Imanol Schiavella por poner sólo algunos ejemplos conocidos (Y si alguno de éstos cumplía las condiciones reseñadas, retírese de la lista y no se utilice como argumento para eludir la cuestión de fondo).
Algunos comentaristas han aprovechado la oportunidad para, apoyándose en ese presunto respaldo, animar a la Junta Directiva a perseverar en esta línea, basándose en la pretendida vinculación sentimental de los hijos de la diáspora con el Club (que no se sabe como se acreditará, pero que se afirma, alegremente en muchas ocasiones, mayor que la que manifiestan algunos jugadores actuales), en la necesidad de ampliar el abanico geográfico del que se nutre nuestra cantera por motivos demográficos, de competencia de otros clubes o incluso puramente económicos, o en la conveniencia de no cerrar las puertas a grandes jugadores (la prensa se ha centrado a modo de caramelo, y no es casualidad, en el uruguayo Diego Forlán) que dicen querer jugar en nuestro equipo.
Pretendo razonarles mi discrepancia. Y advertir sobre el riesgo que esta opción conlleva de desnaturalizar la filosofía que constituye, hoy por hoy, el alma de la idiosincrasia del Athletic. Que seguirá existiendo en todo caso. Pero que para muchos (creo que bastantes más que el 20%) ya no sería el mismo.
Nos referiremos primero a las incógnitas de hasta dónde podría llegarse en esa línea. Y después a los riesgos. Empecemos por el principio. ¿ Hay alguien capaz de definir diáspora en términos más precisos que los ambiguos y vagos que caracterizan nuestra filosofía en boca de esos críticos que pretenden reinterpretarla ?
Tal vez alguien relacione diáspora con vascos emigrados a Latinoamérica en los tiempos de la Guerra Civil. Pero deberá ser consciente de que los vascos hemos emigrado al otro lado del charco prácticamente desde que Colón descubrió el continente. Si no queremos remontarnos tanto, miles de vascos emigraron en el siglo XIX para huir de las consecuencias de las guerras carlistas, incluido el servicio militar, y otros muchos lo hicieron simplemente, a todo lo largo del período entre el XVI y el XIX, por razones puramente económicas. La herencia vasca en Latinoamérica es tan amplia y antigua que prácticamente cualquiera de sus ciudadanos actuales no migrantes podrá encontrarla en su genealogía si rastrea lo suficiente.
No es América el único continente en que los vascos han buscado cobijo por razones políticas o económicas. Tal vez sorprenda a muchos constatar que existe herencia vasca (y potenciales herederos) en varios lugares de Asia (pongamos Filipinas a modo de ejemplo). No sorprenderá sin embargo a nadie la afirmación de que existen descendientes de vascos (más allá de la mera anécdota) en casi todos los países de Europa Occidental, e incluso en algunos más lejanos como Rusia a los que llegaron en su momento los llamados "niños de la guerra".
Hay además un debate potencialmente explosivo. Y no sólo para los socios del Athletic. Para muchos nacionalistas vascos tan extranjero es Buenos Aires como Melilla, tan ajeno Burdeos como Canarias y tan poco vasco Peñaranda de Bracamonte como pueda serlo Milán, donde también hay una peña de nuestro equipo. ¿No podemos entonces considerar diáspora a quienes por motivos económicos (o incluso políticos que también habrá quien haya huido de ETA, por más que no sea fenómeno tan multitudinario como han repetidamente falseado los voceros del españolismo) hayan dejado nuestro país para vivir en Madrid, Barcelona, Benidorm o Marbella?
Les confieso que no me creo capaz de acotar geográficamente los límites de la diáspora vasca. Los motivos por los que se haya tenido que emigrar (aparte de inaprehensibles por personales) me parecen indiferentes a los efectos de los que hablamos. Y ponernos a dar carnets de oriundo a los que lo hicieron en un único momento histórico concreto nos conducirá a una polémica estéril.
Dicho de otro modo, no tengo conciencia clara de lo que pueda ser la diáspora. Y si no la tengo yo, me permitirán imaginar que no sea una rara avis. Que puedan encontrarse en situación idéntica muchos de los socios que hayan contestado afirmativamente a la capciosa pregunta de la encuesta de la Junta Directiva. Y que en tanto no se sepa de qué diáspora hablamos, debamos coger con pinzas cualquier presunto apoyo para respaldar iniciativa alguna. Por las consecuencias que traen.
Me siento especialmente cercano a quienes tuvieron que emigrar por pensar en otros tiempos como yo pienso ahora. En mi casa se ha conocido el exilio, siquiera fuese hace muchos años, breve (aunque trágico ) y con posibilidad de retorno. No me tengo por sospechoso de no ser consciente de qué puede llegar a ser. Pero creo precisamente que este retorno tiene un valor.
Me tengo además por amigo personal de algunos de los hijos de esa extraordinaria mujer que es Bibiñe Belaustegigoitia. Si hay alguien cuya vinculación sentimental con el Athletic no cabrá poner en duda será quien lleve desde el nacimiento el apellido Belauste a cuestas. De admitir excepciones, nadie con mayor derecho y justificación a pretender que se hagan. Pero tratamos de normas y principios, no de casos singulares.
Seguramente, quienes apoyan que los que hemos llamado hijos de la diáspora jueguen en nuestro equipo (hayan reflexionado o no sobre la cuestión) estarán pensando en futbolistas castellano-parlantes. Pero no cabe imponer condiciones lingüísticas. Y como señalábamos en el anterior artículo, no todos los emigrantes vascos tuvieron Latinoamérica por destino. ¿Se imagina alguien un vestuario del Athletic convertido en una babel idiomática en la que hubiese media docena de idiomas maternos distintos?
Sin duda que les vendría bien a tantos y tantos jugadores tan poco inquietos por estudiar (no ya idiomas sino prácticamente nada) una vez convencidos de que con el fútbol ya harán carrera (económica) en la vida. Sin duda que el intercambio cultural, (esa interculturalidad de la que la sociedad vasca es cada día mejor testimonio) tendrá efectos provechosos para jugadores y técnicos. Pero ¿podrá mantenerse la identidad actual del Club, podrán pervivir sus rasgos distintivos, en una situación en la que el único vínculo de un jugador con lo vasco (aparte del sueldo y el contrato) sea la relación familiar, con un tal vez nunca conocido abuelo, o bisabuelo, o tatarabuelo o....? Por cierto, ¿hablamos tan sólo de parentesco consanguíneo o admitimos también el político o de afinidad?
Si se cree en la conveniencia de la babelidad y la pluralidad cultural en nuestro vestuario, la pregunta surge espontáneamente, ¿por qué no admitir extranjeros 100% si vamos a tener a tantos y tantos a los que separa tan sólo de éstos un lejano pariente acaso desconocido?
Evidentemente, subyace aquí una cuestión previa: ¿Merece la pena mantener un reducto de identidad local en tiempos de migración tan numerosa, en tiempos de tanto cuestionamiento de las raíces como fuente de derechos (aunque todavía se defina el mundo en función de ellas) tan a contracorriente de lo que hacen los demás?
Supuesta la respuesta afirmativa (porque es la que comparto con un porcentaje de socios que la encuesta del Athletic revela también como abrumadoramente mayoritario), ¿cabe mantener esa identidad si abrimos la posibilidad de jugar a un número potencialmente ilimitado de jugadores no nacidos ni formados en alguno de nuestros siete territorios?
Permítanme ponerlo seriamente en duda. Un ingrediente esencial de la identidad del Club es la diferencia, el ser como decía L"Equipe "caso único en el fútbol mundial". ¿Lo seguiríamos siendo si fichásemos con la misma alegría con la que fichamos jugadores de la Real y Osasuna, jugadores españoles del Sevilla, argentinos del River Plate, franceses del Toulouse o ingleses del Newcastle o el Stoke City? ¿Si el único elemento de conexión en nuestras plantillas fuese el común origen geográfico de algún antepasado? ¿Se diferenciaría en algo esa plantilla del Athletic de la de la Real, Osasuna, o incluso cualquier otro equipo más o menos próximo? ¿La diferenciarían los demás, siendo como es el cómo se nos ve desde fuera uno también de los ingredientes de la mística Athletic?
El Athletic que admita hijos de la diáspora como política deportiva general será uno distinto del actual. No necesariamente mejor ni peor en términos deportivos, pero sí distinto. Quizá no muy distinto en el corto plazo, pero sí muy diferente con el tiempo. Seguirá siendo el Athletic, pero no el que muchos llevamos en el corazón, no ése del que presumimos allí donde vamos porque como él no hay otro.
Nada hay tan inmutable que no pueda cambiar, en la letra o en el espíritu. Todo, de hecho, cambia de continuo. Pero para acelerar el proceso con decisiones propias y dirección escogida hay que estar convencido de dos cosas, de que el cambio merece la pena, de que se gana más de que se pierde con él y de que la mayoría de los que tienen derecho a decidir están por la labor. No creemos ni en lo uno ni en lo otro, mientras no se demuestre lo contrario. Y seguimos por tanto apostando por el Athletic de siempre. ¡Ni que nos hubiese ido tan mal! (Incluso en los últimos y lamentables años).