La Política Agraria Común del futuro necesita del productor
LA aprobación del Tratado de Lisboa conlleva, entre otras muchas cuestiones, la puesta en marcha del procedimiento de codecisión entre Comisión Europea y Parlamento Europeo en asuntos tan importantes como puede ser la orientación que se le pretende dar a la PAC (Política Agraria Común) de la UE para el periodo que va más allá del 2013. Europa no sabe con qué presupuesto cuenta para el periodo 2013-2020 pero, aún peor, no sabe a ciencia cierta qué es lo que quiere lograr con su reforma para posterior y consecuentemente, aprobar el presupuesto que le permita ejecutar el plan prediseñado y alcanzar los objetivos planteados. Como siempre, Europa duda entre aprobar unos objetivos en base a un presupuesto prefijado o, por el contrario, acomodar el presupuesto a las necesidades previamente aprobadas.
Pues bien, en esta tesitura nos encontramos cuando el Parlamento Europeo comienza el enésimo proceso de reflexión sobre la PAC en base al proyecto de informe Sobre el futuro de la PAC después de 2013 elaborado por el europarlamentario George Lyon que, como los anteriores, recoge afirmaciones tajantes y difícilmente rechazables mientras al mismo tiempo propone una serie de orientaciones que son bastante discutibles.
Afirma Lyon que la comunidad agrícola ha obtenido gracias a la PAC un nivel de vida equitativo pero también afirma que la renta agrícola media de la UE-27 es inferior al 50% de la renta media en el resto de la economía. Es por ello que los baserritarras vascos, frente a una Comisión que quiere una distribución equitativa de la pobreza, abogan por reducir la brecha económica existente entre los agricultores y el resto de la economía y lograr así una sociedad europea más cohesionada y equitativa. Para ello, no hay más remedio que fijar la rentabilidad de las explotaciones como objetivo principal y como eje de la política agraria.
La producción de alimentos seguros, el mantenimiento del medio natural, la gestión de los territorios rurales y otros muchos objetivos, todos ellos loables y básicos, son secundarios y solamente alcanzables si la actividad agraria es rentable y genera riqueza para los productores y para las comunidades donde viva. Es por ello que no se comprende que la rentabilidad de las explotaciones agropecuarias no figure entre los cinco pilares de la PAC del futuro mientras se fijan como pilares las condiciones intrínsecas que debiera cumplir la actividad agraria para que, como premisa previa, sea rentable.
Situada la rentabilidad de las explotaciones agrarias como el motor de la política agraria, no por ello debemos obviar otras cuestiones que no son menores como es la necesidad de dotar de estabilidad a la actividad agraria que trabaja con elementos vivos, en plena naturaleza y al albur de factores externos, como los climatológicos, impredecibles e incontrolables por parte de los productores.
La PAC viene siendo una política donde lo único constante es el cambio, con continuas reformas que desorientan y desaniman al productor. Eso sí, las sucesivas reformas de la PAC siguen un hilo conductor que nos lleva progresiva e irremediablemente hacia su desmantelamiento.
Las antiguas ayudas ligadas a la producción fueron erradicadas por ser incompatibles con las normas comerciales internacionales dictadas por la OMC y al encontrarnos con una clase dirigente que está dejando la seguridad alimentaria europea (entendida como abastecimiento de alimentos) en manos de unos pocos países que vienen conformando lo que se conoce como la OPEP agroalimentaria, ahora, ante el progresivo abandono de la producción en Europa provocado por las continuas reformas de la PAC, los políticos europeos nos dicen que las ayudas desligadas de la producción serán de difícil legitimación por la sociedad europea y, consecuentemente, toca nueva vuelta de tuerca.
En este nuevo periodo de reflexión, los grandes expertos en la agricultura europea nos dicen que los objetivos medioambientales son los únicos que justificarían el pago a unos productores, no por producir, si no por gestionar medioambientalmente los territorios rurales. Ante esta encrucijada, desde ENBA, sabedores que sin producción agroganadera no es posible generar los bienes colectivos e intangibles que tanto reclaman algunos como objetivos de la PAC, abogamos por una PAC fuerte, con presupuesto europeo ajustado a los objetivos, que contemple instrumentos con los que hacer frente a la creciente volatilidad de precios, que retome mecanismos de regulación de mercados diseñados como red de seguridad, que impulse acuerdos interprofesionales en el seno de la cadena agroalimentaria, necesitada de un reequilibrio de poderes para evitar los abusos de la distribución; y finalmente, ante la propuesta de transformar el actual pago único en un pago horizontal a la hectárea, conscientes de nuestra condición diminuta y nuestro escaso margen de actuación, no nos queda más remedio que recordar a los políticos competentes que los pagos deben ser únicamente para productores en activo y que el pago por superficie debe ser adaptado a la realidad productiva, orográfica y climatológica de cada zona primando las zonas con dificultades productivas como las zonas de montaña donde el minifundismo imperante conllevaría graves perjuicios para los baserritarras con la puesta en marcha de un pago por hectárea.
El debate no ha hecho más que empezar. Todos debemos aportar nuestro granito de arena y nadie puede estar ausente como si no fuera con ellos. El sector productor y las administraciones vascas deben hacer sus reflexiones, aportar sus propuestas y hacerlas llegar a aquellos que tienen la difícil papeleta de decidir sobre nosotros.