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La violencia como contenido público

UNA imagen vale más que mil palabras. La difusión de los momentos captados por una cámara de seguridad durante la agresión por parte de un joven de 19 años, de ultra derecha, a otro de 18, de ultra izquierda, en un vagón de la línea 3 del Metro de Madrid el pasado 12 de marzo por la noche así lo ha constatado. En ellas se ve como Raúl B.A., con el pelo corto y una camiseta ajustada anda por el vagón y al ver a Aitor, que está sentado, tira al suelo la mochila que lleva y sin mediar palabra, le propina una patada en la cara y después numerosos puñetazos. Nadie más interviene. De hecho, las personas que se encuentran a su alrededor se apartan hasta que en pocos segundos aparecen dos hombres, luego sabríamos que eran policías de paisano, que separan al agresor de la víctima. Ésta tuvo que ser trasladada a un hospital debido a las lesiones que presentaba para ser dado de alta posteriormente. Su atacante era detenido acusado de un delito de lesiones y amenazas. Ninguno de los dos chicos posee antecedentes policiales. En el momento del arresto, el agresor reconoció que "existía animadversión ideológica entre ambos" ya que pertenecen a grupos que mantienen enfrentamientos en Internet y en diferentes redes sociales.

El joven agredido ha denunciado judicialmente la brutal paliza y el autor se encuentra en libertad condicional, después de estar 10 días en prisión, a la espera del juicio donde se determinarán las causas de la agresión y si existe agravante por motivos ideológicos como así se determinó por ejemplo en el juicio contra Carlos Palomino, un adolescente antifascista que murió apuñalado en el Metro de Legazpi por las heridas de arma blanca propinadas por un joven que acudía a la manifestación de un partido ultraderechista. A la espera del juicio eso sí, no han tenido que pasar muchos días para que el vídeo haya sido colgado en internet y se haya emitido en todas las televisiones de nuestro país. Y al margen de si se cumple la orden de alejamiento de 500 metros dictada para el agresor, de por qué ninguno de los ciudadanos que estaban en el vagón intervino para evitar males mayores, de por qué dos jóvenes adquieren estos comportamientos en la sociedad actual; la principal duda que se desprende del análisis de los hechos es: ¿sin la difusión del video hubiese llegado tan lejos este caso?

No es algo nuevo. En enero de 2006, en Barcelona, tres jóvenes eran acusados de apalear y quemar viva a una indigente en un cajero automático. En aquel entonces las imágenes también se emitieron por televisión. Uno de ellos, con un cigarrillo encendido, entraba a la estancia y portando un bidón de disolvente, con una visible etiqueta de peligro, lo vertía sobre la mujer. La deflagración quemaba la imagen. Afortunadamente no se veía a la víctima. En los hechos se veían implicados menores. También había declaraciones contradictorias. Entonces no "se les fue la olla". Defendieron que la "rociaron con agua".

Otro caso más cercano lo encontramos en Bilbao. Semana Grande. Agosto de 1993. Guerra de las banderas. Un grupo formado por diecisiete jóvenes, entre ellos un ex concejal de Herri Batasuna, identifican en pleno Arenal al ertzaina Ander Susaeta y le propinan una brutal paliza. A plena luz del día y en medio del transcurrir de la fiesta. Los hechos son grabados durante cuatro horas por las cámaras colocadas en las distintas calles de la zona y se aportan más tarde como prueba en el sumario y con el tiempo, como testimonio gráfico a los medios. Y así, podríamos enumerar decenas de ejemplos.

Una imagen vale más que mil palabras. Y más aún, en una sociedad en la que el conocimiento de lo público se adquiere a través de la información de los medios de comunicación e importa tanto lo que las cosas son como el modo en que se presentan a través de éstos. Y en este punto, el concepto de actualidad puede que esté cambiando desde hace tiempo. Poco a poco se ha ido estableciendo en las mentes la idea de que la importancia de los acontecimientos es proporcional a su riqueza en imágenes. O por decirlo de otro modo, un hecho que se puede mostrar es más fuerte, más eminente que el que permanece invisible y cuya importancia es abstracta. Es el nuevo orden social. Las palabras o los textos no valen tanto como las imágenes. Lo vemos en los mensajes de los móviles, en Internet?. Y al concepto de actualidad se le une la transformación del concepto de la veracidad de la información. Ahora un hecho es verdad, no porque responda a criterios, rigurosos y verificados en sus fuentes, que también; sino porque además todo el mundo se haga eco de él. El pasado 12 de marzo nadie hacía lo propio con la agresión en el vagón del Metro en Madrid. No era noticia. Hoy con el vídeo, las cosas cambian.