LAS instituciones comunes, los Gobiernos y Parlamentos vasco y navarro, constituyen el hecho político democrático más impactante de la historia moderna de nuestro pueblo. Lo que hace poco más de tres décadas podía parecer una utopía es hoy una realidad, es un hecho histórico consolidado, pero no culminado, por lo que podemos ser utopistas y seguir trabajando por lo posible.
Una segunda consideración es que la fortaleza actual de las instituciones de autogobierno es la mayor garantía de éxito del proyecto nacionalista. Lo menguado de nuestro territorio, población y estructura económica se supera mediante la acción política concertada desde unas instituciones comúnmente aceptadas y eficaces en su función. La deslegitimación de las mismas o su aceptación como meras estaciones de tránsito nos conducen a un perpetuo retorno fundacional, a la desatención de lo cotidiano y a la desafección de la ciudadanía, perpleja porque se le propone un permanente volver a empezar cuando su deseo es mejorar lo ya existente.
Y una tercera consideración es que "llegará el día". Tengo la convicción de que llegará el día en que la estrechez institucional supondrá un inconveniente para la mayoría; tampoco dudo de que si tal día el Gobierno de España se opone a un cambio institucional democráticamente exigido y legalmente encauzado, su disyuntiva será el uso de la fuerza o la negociación política. Mi opinión es que ese día no ha llegado todavía, que nuestro Pueblo está exhausto por la incapacidad de salir del atolladero de la violencia, irritado por la irresolución del conflicto, desmovilizado por la falta de entusiasmo que generan los líderes y hastiado de que la política, más que afán común, sea una frontera delimitadora de ideologías, comportamientos sociales y oportunidades de revancha.
Ésta es la pregunta básica que debemos formularnos hoy, en esta fase previa al "día que llegará" y que podemos denominar como "mientras tanto". Hoy necesitamos mirarnos urgentemente en el espejo y responder a esta cuestión: ¿cómo hemos podido llegar a esta situación? Es una pregunta a la que debemos ofrecer una contestación personal, asumiendo nuestro tanto de responsabilidad, individual y grupal.
Nos hemos dado cuenta de que por nuestros sueños e ilusiones había que pagar un precio que no estábamos dispuestos a pagar y de que la utopía no era lo que nos decían. Hemos caído en la cuenta de que no todo vale y que todo no es posible; hay muchos bienes que no pueden vivir juntos y debemos elegir. Hoy sabemos que no hay atajos, que no podemos saltar por encima de la historia ni tampoco podemos domesticarla ni forzarla ni decir sólo aquello que queremos escuchar.
En realidad, la búsqueda de nuestra verdad debe ser el principio del nuevo tiempo y el nacionalismo debe reflexionar profundamente sobre ello y transmitir a la sociedad su reflexión para estar en condiciones de ser aceptado otra vez como "líder social carismático".
El paso del presente vivido al futuro soñado, el paso del Tiempo a la Eternidad, no es posible sin desgarros. Y éste y no otro es el eje del debate, éstas son las preguntas que nos debemos formular, éste es el formulario al que debemos responder si realmente queremos avanzar como "utopistas de lo posible": ¿Debe morir la causa nacionalista para dar lugar al proyecto nacional vasco? ¿Es posible un proyecto nacional sin un sujeto político que lo haga propio y lo sustente? ¿Es posible ese sujeto político sin causa nacionalista que lo motive y movilice? ¿Es posible la pervivencia de la causa nacionalista sin otro impulso que la respuesta-reacción ante su negación?
La realidad histórica es que el Estado español nunca se ha confrontado con una mayoría de vascos independentistas que no ha existido, o al menos nunca se ha podido constatar. Hoy, el Estado español encara con claridad la posibilidad de que tal mayoría algún día exista y se centra en la pretensión de evitar que llegue a existir. En este sentido, vivimos una confrontación avant la lettre, una actitud muy española de para por si acaso, lo que trae como consecuencia que cualquier pretensión de profundizar en el autogobierno o extender los elementos definidores de la nación vasca genere sospecha, oposición o rechazo abierto, al ser considerado como un avance del nacionalismo, siempre insaciable, en pos de su objetivo final: la independencia.
La reacción nacionalista ante esta actitud, ante esta negación, es precisamente la inversa, afirmar que el Estado español es un continente no democrático o que ya ha dado de sí todo lo dable en cuanto al reconocimiento de las consecuencias políticas del hecho nacional vasco.
Y el problema es que esta dialéctica, negación versus negación de la negación, está atravesada por la pervivencia del terror que ha conseguido que muchos ciudadanos no disciernan entre el terror y lo que los terroristas aman o dicen amar. Y a pesar de todo es incuestionable que la cuestión nacional vasca existe y persiste.
El problema básico y no resuelto, en la precisa formulación que nos ofrece Gregorio Monreal, es la "forma de estar de Vasconia en España": como un elemento más en el conjunto del Estado o como un país singular reconocido como sujeto de poder propio y con el que se relaciona bilateralmente.
Podemos poner fecha precisa al inicio del conflicto político vasco: la abolición de los Fueros en 1876. También podemos poner fecha concreta a la finalización del conflicto: la reintegración foral plena, o si utilizamos la terminología actual, el reconocimiento de los derechos históricos de los vascos, recogido en la vigente Constitución española, que no es otra cosa que la devolución del poder político que en su día nos fue arrebatado por un hecho de fuerza, que según Cánovas era generador de derecho.
La narrativa nacionalista llega al siglo XXI con la doctrina central creada en el momento de su fundación por Sabino Arana a finales del siglo XIX. Ésta dependió de la definición étnica de la idea de nación, de la idea de homogeneidad grupal y de la estrategia política fundada sobre la inevitable consecución del Estado vasco.
Hoy cabe que nos preguntemos si estos supuestos sirven para interpretar la complejidad que atesora la sociedad vasca actual, o si, por el contrario, ésta requiere de un lenguaje comprensivo que no se alimente, exclusivamente, de los vínculos tradicionales o del pasado histórico, ni de ajustar la estrategia política a la coyuntura. Mi respuesta a esta pregunta es que esa narrativa no tiene capacidad para acoger toda la sociedad vasca, ni para extenderse a sectores y a colectivos no nacionalistas. Se impone por tanto la búsqueda de una nueva narrativa, deslindando con claridad los términos de nación y nacionalismo.
* Abogado y Patrono de la Fundación Sabino Arana