Lecciones del terremoto chino
LAS placas tectónicas chocan y no hay nada que hacer para evitarlo. La tecnología actual puede dar pistas sobre el lugar y el momento en el que se va a producir un terremoto, pero todavía es imposible predecir las coordenadas y la hora exacta. Obviamente, los países más desarrollados que sufren seísmos frecuentemente, con Japón y EE.UU. a la cabeza, son capaces de utilizar los últimos avances en construcción para que los efectos sean mínimos. Pero los territorios más pobres no tienen tanta suerte y lo único que pueden hacer sus gobiernos es tratar de que la ayuda llegue lo más rápido posible a la zona de la catástrofe.
Después de haber cubierto sobre el terreno los terremotos de Pakistán, en 2005, y de Sichuan, en 2008, no daba crédito a mis ojos cuando veía por televisión cómo en Haití los equipos de rescate tenían que trabajar escoltados por militares fuertemente armados o cómo en Chile, uno de los países más desarrollados de América Latina, la población se daba al saqueo. Es posible que fueran casos aislados y que, sacados de contexto, dibujen una imagen injusta de lo sucedido. Pero son tan reales como el azote de la Tierra.
En China, sin embargo, el terremoto de fuerza 7,1 en la escala de Richter que sacudió la provincia de Qinghai el pasado día 14 ha demostrado que la voluntad política y el civismo de la población son tan importantes como los medios tecnológicos que se utilizan para paliar un desastre como éste. Sólo dos horas después de que temblara la tierra, varios aviones con ayuda estaban ya en el aire, y el primer ministro, Wen Jiabao, no tardó en seguir su estela. Puede que sea sólo una pose, pero demuestra que a la dictadura china sí le importa su población. Por la cuenta que le tiene, claro. Lo que más preocupa a los líderes chinos es un estallido social y nada mejor para encender la mecha que una catástrofe natural que deja al descubierto la canallesca política.
El primer día del desastre, con medios mínimos, los soldados que se desplazaron al lugar pudieron rescatar con vida a mil supervivientes, a pesar de las dificultades que suponían la altura a la que se encuentra la zona del epicentro y el frío. El Ejército no estaba solo. Codo con codo estaban monjes tibetanos y supervivientes, en lo que se puede considerar una excelente muestra de compañerismo. Y, una vez más, la población china se ha volcado con sus compatriotas con importantes donativos.
Obviamente, con el paso de los días el número de supervivientes ha caído drásticamente, pero la operación de ayuda ha sido mucho más efectiva que la de sus dos precedentes más cercanos en América, y el rápido uso de desinfectantes, así como el trato apropiado dado a los cadáveres, ha prevenido la aparición de epidemias. Todo ello, por cierto, sin ayuda exterior. Eso sí, también ha quedado en evidencia la gran brecha existente en el gigante asiático entre ricos y pobres. Cuando quedan pocos días para la inauguración de la Exposición Universal de Shanghai, que mostrará los últimos avances en cuestión de urbanismo, el terremoto de Qinghai ha llevado el foco informativo a una zona en la que, a pesar de estar situada en un área de importante actividad sísmica, los edificios han sido construidos de forma precaria.
Como sucedió en Sichuan, las escuelas han sido las primeras en desplomarse, muestra de la corrupción que gobierna el sector de la construcción, con el beneplácito de los caciques locales. Sin duda, las construcciones de Qinghai no tienen nada que ver con los relucientes rascacielos de la anfitriona de la Expo, en la que todos los edificios tienen que levantarse conforme a una estricta regulación que, entre otras cosas, recoge la obligatoriedad de que puedan hacer frente a un terremoto de fuerza considerable. Y eso que en Shanghai es mucho más improbable que en Qinghai.
Un país como China, que cuenta en su haber con unas reservas de divisas de 2,4 billones de dólares, no puede permitirse sucesos como éste. Teniendo en cuenta que con la tecnología existente se habrían evitado cientos de víctimas mortales, es necesaria una (aún) mayor implicación política para que la lección que China ha dado al mundo con la respuesta al terremoto de Qinghai se complete con otra en la que muestre su responsabilidad a la hora de reconstruir la zona con garantías. En Sichuan así se ha hecho, y es de esperar que se sigan los pasos de aquella catástrofe.