Sigo con gran interés el debate abierto en torno a la deriva fascista de Donald Trump o, hilando más fino, a esas decisiones que dan pistas sobre su interés en gobernar saltándose todas las reglas, incluidas la del sentido común. La última tiene que ver con su imagen de líder duro al que no le tiembla el pulso a la hora de tomar decisiones difíciles. El presidente ordenó el pasado sábado el despliegue de militares estadounidenses en la ciudad de Portland, Oregón, y además, autorizó el uso de la “fuerza total” si fuera necesario. Curioso o no pero Portland es una ciudad gobernada por los demócratas. Trump lleva la política y el desacuerdo a niveles guerracivilistas. Impresiona también cómo coincide la figura política de Trump con la definición de fascismo. “Una ideología y un movimiento político autoritario y ultranacionalista de extrema derecha caracterizado por un líder dictatorial, una autocracia centralizada, militarismo, supresión forzosa de la oposición y una creencia en una jerarquía social natural”. Trump amenazó el lunes con retirar la financiación a la ciudad de Nueva York en el caso de que el candidato del Partido Demócrata, Zohran Mamdani, favorito en las encuestas, gane las elecciones al Ayuntamiento. No dejes que las urnas decidan por ti. Y para acabar recordamos su política de disputas con las universidades, sus decisiones encaminadas a suprimir o al menos debilitar la libertad de prensa y, cómo no, su doble juego con el Poder Judicial al que critica sin piedad cuando no decide a favor de sus intereses.
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