Francia tiene previsto enviar un “manual de supervivencia” a sus ciudadanos para que se preparen ante “amenazas inmintentes” del pelo de un desastre natural, una pandemia, un ataque terrorista o un conflicto armado. En el pliego de instrucciones se les aconsejará tener un “kit de supervivencia” con seis litros de agua embotellada, una docena de latas de comida, una linterna, pilas y algún medicamento, como paracetamol. A mi madre ese kit le parecería una chufa porque ella pasó la guerra con lo puesto y un mendrugo, pero, puesta a hacerte una mochila para ir de excursión, te metía bocadillos y fruta para todos los comensales de la última cena. Sus “venid, que he puesto algo para picar” eran una invitación-trampa. A no ser que fuera para picar piedra, porque después de ingerir 2.000 calorías solo en entrantes tenías energía para perforar otro túnel de Artxanda. Como se dé aquí una emergencia de esas que dicen los franceses y haya que salir por patas, estoy perdida. “Corred, que nos cae el meteorito”, “Yo estoy cargando el móvil”, “Yo tengo que ir al baño” y ya estás muerto. Eso por no hablar de lo que durarías con lo que meterían estos dos en su kit. “Agua, unos filipinos, un cachopo para freírlo en un capó y los guantes de portero para no quemarme”, dice el crío. O no se pasa la pantalla o canjea el cachopo, que en esas circunstancias valdrá su peso en oro, por un pase a la final. “Yo, una pistola, una navaja, tiritas, agua, barritas e ibuprofeno”. Pensándolo bien, un buen cachopazo deja KO a cualquier enemigo, ya sea por empacho o conmoción cerebral.
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