Aprovechando el reconocimiento del Sindicato de Actores de Hollywood, la icónica Jane Fonda aparcó su rol de instructora aeróbica para lanzar un discurso de resistencia contra Trump y reivindicar el significado del término woke. “Es simplemente que te importan los demás”, dijo la actriz de 87 años, enterrando la connotación negativa que desde los sectores conservadores y ultras lo asocian con una imposición ideológica en la cultura y los medios en lugar de conectarlo con su origen en movimientos de justicia racial, ahora más vinculado a los avances sociales. Lo denostan quienes precisamente se valen de su usufructo.
Que se lo pregunten a la envalentonada líder radical germana, Alice Weidel, que con una mano predica una política cavernaria y restrictiva de derechos, mientras que con la otra hace justo lo contrario o lo que le viene en gana. La estrella ascendente de los herederos del nazismo reside en Suiza en lugar de en Alemania y está casada con una mujer nacida en Sri Lanka (a la que se supone que no hubiera conocido de haber cerrado hace tiempo las fronteras, amén de mantener una relación que los postulados de su partido repudian), y con la que tiene dos hijos adoptados.
Acusan al multiculturalismo de “contaminación” pero ellos pueden enfangarse de chapapote hasta las trancas. Basta ver cómo, aquí cerca, el PP abominaba de derechos de los que luego sus dirigentes se fueron sirviendo. Wokismo, para mí mismo.