A nadie se le escapa que Moncloa se ha pasado de frenada con su dilatado programa de eventos para conmemorar los 50 años de la muerte en cama del dictador, en otro capítulo de la estrategia de salvar al soldado Sánchez. Ocurre que la mirada retrospectiva no está de más en un país que nunca transicionó como era debido y, peor aún, que jamás lo hará. O, al menos, parece no tener ganas de ello a tenor de cómo siente un sector nada desdeñable en número que, de paso, nos hace padecer (y sonrojarnos) al resto. Los artífices de soflamas sobre cómo el rojerío woke es capaz de acabar hasta con las tradiciones culturales navideñas y su espíritu religioso se han montado unas fiestas opíparas en despropósitos donde lo de difamar contra la imagen de una vaca no sació su sed de venganza. Al corifeo de ultras se sumó el cuerpo de la Benemérita tuiteando la imagen racista de tres reyes magos negros para sugerir que solo alguien así puede asaltar tu casa y no para dejar regalos. “¿Y si son Malhechor, Mangar y Va-Saltar?”, se preguntaban los guardiaciviles. A su vez, otros municipios liderados por la derecha montaban cabalgatas formadas exclusivamente por reyes de tez blanca y en latitudes como la sevillana se insultaba a grito pelado contra el sanchismo con el himno rojigualdo de fondo. Otro monarca, el emérito, prefería darse un fiestón en su retiro dorado por su cumpleaños, nieta aspirante al trono incluida. El hedor del franquismo permanece vivito y coleando.