Cuando podría pensarse que no quedaba espacio en el pozo del descrédito de la política española –más bien de los que la ejercen–, cae a plomo el asunto de Iñigo Errejón, que hasta ayer era lo bueno que había quedado del proyecto –para unos ilusionante para otros una amenaza– nacido del movimiento 15-M. Es el poder una estrella poderosa que deslumbra a muchos hasta la ceguera. En algunos casos, por la vertiente del dinero, en otros, por el lado de la lascivia. A veces las dos cosas al mismo tiempo. Más allá de la investigación de la policía y de las posibles consecuencias judiciales, en el plano estrictamente político la izquierda alternativa se encuentra de nuevo en otra encrucijada. Se ha perdido la cuenta de las refundaciones del movimiento y es complicado seguir su ritmo. Tanto como las diferentes marcas y liderazgos, estos últimos siempre con marcado carácter personalista. La batalla vuelve a estar abierta y puede pasar cualquier cosa. Que la enseña original, Podemos, vuelva a ondear en todo lo alto del castillo. Que Sumar encuentre una figura que haga olvidar a Yolanda Díaz y Errejón para mantenerse en cabeza. Que Díaz decida finalmente quedarse al frente del partido ante la falta de relevo. O que el viaje de la izquierda alternativa se acabe tras haber perdido por el camino gran parte de su electorado, que igual intuye el brillo del poder sobre sus candidatos.
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