A lo bajini, como diría Iñaki Williams, casi sin darnos cuenta, Bilbao está siendo escenario de una obra de ingeniería y arquitectura digna de admiración. Es la ampliación del Museo de Bellas Artes de Bilbao, un obrón en medio del parque de Doña Casilda.

Existen varias razones de peso. La primera, sin duda, es que el proyecto está firmado por Norman Foster, el arquitecto británico con título de Sir que más ha influido en la arquitectura mundial en el último medio siglo y, también, es el diseñador del metro de Bilbao. Una segunda es el concepto empleado para el crecimiento de la pinacoteca, la creación de una gran sala polivalente sobre las techumbres de los dos edificios precedentes que implica no excavar el subsuelo. Y encima sin perder nada del espacio expositivo del que hasta ahora se disfrutaba y perdurará.

Un tercer elemento es la fórmula de construcción. Todo a base de grúas gigantes que en estos meses últimos han compuesto, con su baile de elevación de vigas y columnas, un mecano gigantesco para conformar el esqueleto metálico del nuevo espacio museístico. Unas maniobras de gran calibre y medidas al milímetro para evitar afectar a la poblada masa forestal de plátanos que rodea la pinacoteca. Ni uno de los elevados árboles, que compiten con los pilares en forma de ‘V’ cercanos, ha tenido que ser talado por la obra. Ahí es nada.

Será espectacular cuando concluya, pero el camino está siendo de quitar el hipo.