RECIENTEMENTE compartí una cena con mujeres empresarias en la que se nos ofrecieron los datos de una última encuesta sobre empleo de jóvenes y satisfacción. No podían ser mejores. Los jóvenes vascos quieren y se quedan a vivir y trabajar en el País Vasco y además están satisfechos. Los que están viviendo y trabajando en Euskadi es muy probable que se sientan muy satisfechos, pero los datos no concordaban con ninguna de las mujeres profesionales y madres que nos encontrábamos compartiendo tertulia. Sus hijos e hijas se encontraban en Madrid lo más cerca y la mayoría estaban en el extranjero. No tiene nada de malo explorar nuevos mundos, pero un buen amigo y político cuyo nombre no voy a desvelar por no politizar este tema tan social me dijo un día que en el fondo nuestros hijos e hijas estaban condenados a la deslocalización. Lo que primero se coge con gran entusiasmo; con los años, pesa. En aquel momento me pareció poner puertas al campo, pero con el paso del tiempo lo he ido entendiendo al vivir en propias carnes lo que muchas veces sufren y por todo lo que pasan nuestros jóvenes para hacerse un hueco profesional y social en otros países. La fuga de talentos no puede ser, dicen las instituciones. Ayer mismo, uno de esos jóvenes me dijo resignado: Quien realmente practica evitar que no haya fuga de talentos es el Athletic. Nunca lo había visto así.

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