TODO empezó como quien no quiere la cosa en los supermercados. Coja usted la fruta y pésela. Ya puestos, exprímase el zumo. Si no tiene tiempo para colas, llévese la carne y el pescado en bandejas. Como se le está haciendo tarde, cómprese un precocinado que le dejamos el microondas. Somos tan majos que si tiene muchísima prisa, hasta se lo puede cobrar todo usted. Igual no tendríamos tantísima prisa si hubiese el suficiente personal atendiendo, en las cajas y preparando pedidos, pero seguro que soy una malpensada y lo hacen todo por nuestro bien. De hecho, desconfío hasta de los bufés, que antes me parecían un chollo y ahora una forma de ahorrarse camareros. Igual que en los locales de comida rápida, donde pides por medio de una pantalla, te sirves la bebida, echas la basura a la papelera y dejas la bandeja en su sitio. Solo te falta pasarle un trapito a la mesa. Esto no te lo piden, pero lo piensan. En algunas librerías para saber los precios tienes que leer tú mismo el código de barras. No hay que saturar al empleado, en caso de que lo encuentres. En las gasolineras empuñas el surtidor, en las tiendas low cost y los peajes pagas sin tener a quién sonreír –si es que te quedan ganas–, a los bancos ya no les pones cara... No tengo muy claro que todo esto sea progreso, pero al menos el cole funciona como siempre. Por más que lleves todos los días al niño, siempre hay personal para devolvértelo.

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