En una puesta en escena delirante, Rubiales se ha negado a dimitir y ha dado un discurso incendiario, mil veces más grave que el famoso beso. Si hace siete días resucitó los tiempos más turbios del garrulismo, ayer se empeñó en que el beso en la boca a Hermoso fue un pico. No, señor representante del furbo-spañoo, fue un gesto de poder. En un ataque misógino y soez, cargó contra la jugadora, “ella me acercó el cuerpo”, dijo, y arremetió contra el falso feminismo “una lacra social” del Gobierno y de la prensa. Mucho antes de su impresentable actuación del domingo, ya había dado muestras de su zafiedad. Había vendido el fútbol a la tiranía de Arabia Saudí donde las mujeres valen menos cero. Se había agarrado los co...nes en el palco de autoridades, que solo le faltó meterle mano a Letizia, y se había paseado por el vestuario, cual cacique, anunciando un viaje a Ibiza como “regalito a mis chicas”. Unas chicas a las que despreció cuando exigieron cambios. Y a las que ahora llama campeones porque en el equipo técnico también hay tíos. Esto no va de fútbol. Va de falta de igualdad. Pero resulta sonrojante escuchar a esos periodistas deportivos, que llevan años haciendo machirulas retransmisiones, ejercer de hiperfeministas. Igual de vergonzoso que la reacción de la cuadrilla de lacayos de la Federación. Menos mal que Jenni sabe que la rana es un sapo, y no compra ese relato victimista, cínico y casposo.

clago@deia.eus